Un ratón no tan poderoso

Escuchando: Mouse / Now Watch What Happens (Chroma Key)

Cuando compré mi iMac, vino con ratón incluido: un Mighty Mouse, que literalmente significa Ratón Poderoso, y que en inglés es también el nombre de los dibujos animados de Super Ratón.

Es un ratón peculiar. No tiene botones: todo él es un botón, y dependiendo de si se pulsa en su zona izquierda o derecha, se interpretará como un click izquierdo o derecho. Minimalista. Además, no incorpora una rueda de desplazamiento, sino una pequeña bola que nos permite desplazarnos por los documentos tanto en vertical como en horizontal. Comodísimo.

Sobre el papel, un magnífico ratón, a juego con mi ordenador, además. En la práctica, es un ejemplo claro de cómo dar más importancia al diseño que a la funcionalidad. No es la primera vez que compruebo esto en Apple (sus auriculares más avanzados, hasta que los han rediseñado hace unas semanas, eran otro flagrante caso).

Lo de no tener botones está bien para que el ratón sea bonito. Pero no hace tanta gracia cuando para hacer click en la parte derecha, hay que levantar los dedos de la parte izquierda, y viceversa. Es cuestión de acostumbrarse, claro, pero un ratón de tres euros es más funcional, en ese sentido.

Pero lo peor es lo de la bolita. Cuando funciona, es genial. Pero dura tan poco tiempo… al cabo de unas semanas, entra suciedad, y el scroll va a saltos, o no funciona, directamente. Existen métodos de limpieza, pero no son del todo efectivos, y con el uso, la bolita acaba siendo frustrantemente inservible. ¿La solución? Desmontarlo (que no es nada sencillo) o comprar otro. Y no es precisamente barato.

Este fin de semana he tenido que revisar, ordenar, seleccionar y editar cerca de un millar de fotografías, y el viernes mi super ratón se hizo fuerte con su suciedad, que no hubo forma de limpiar. Harto de tener un ratón precioso que me saca de quicio cada pocos días, acabé comprando un Logitech (marca fiable donde las haya), que no va tan a juego por no ser blanco, pero que funciona mil veces mejor.

El diseño no lo es todo. Seguiremos informando.

Somos una ciudad moderna

Escuchando: Mussolini’s Mind (Freak Kitchen)

Van a quitar la estatua, y Don Julián Fernández Fernández no está de acuerdo. El homenaje a Franco desaparecerá de la Plaza del Ayuntamiento de Santander (hasta hace nada, Plaza del Generalísimo) no por cumplir ninguna ley, sino a consecuencia de unas obras de remodelación. Así, perderemos esa peculiaridad que nos convierte en la aldea de Astérix del franquismo.

Curiosamente, a la vez que desaparece este lúgubre símbolo, nos van a plantar en otro punto bien visible de la ciudad una bandera de España tamaño Colón madrileño. Que no es que tenga nada en contra de nuestra bandera (entiendo que ondeará sin pollo), pero estoy seguro de que se acabará convirtiendo en el nuevo punto de reunión de Don Julián Fernández Fernández y sus amigos. Eso si el trapo aguanta: espero que lo hayan calculado todo. Tal y como sopla el viento por esos lares, como se suelte del mástil la bandera, aparece por lo menos en Perejil. Español.

En fin. Cada vez que se quita una estatua de Franco, Dios mata un gatito. Y Don Julián Fernández Fernández, santanderino de pro, se disgusta.

No sé si podré dormir con esta carga de conciencia. Seguiremos informando.

Espero portarme bien(Parte I – Vodafone).

Escuchando: Fuck this I’m leaving (American Analog Set)

Mi relación de amor con Vodafone comenzó hace unos pocos años, cuando me atrajeron gracias a sus teléfonos promocionales y su programa de puntos. Mi relación de odio con ellos empezó hace unos pocos meses, cuando me llegó una abultadísima factura por conexiones a Internet desde el móvil que no recordaba haber hecho.

Fue un tema peliagudo, basado en una conexión interrumpida (desde mi punto de vista) pero que había quedado activa durante un par de días. Sin transmitir información, pero facturando. Algo díficil de demostrar, aunque me pasé mis buenos ratos colgado del móvil hablando con Atención al Cliente. Un día recibí un mensaje indicando novedades en la reclamación, llamé y una operadora me dijo que se me devolvería el dinero de esas conexiones, descontándolo de mis siguientes facturas. Nunca me ha convencido esa forma de prestar dinero a las operadoras, pero bueno. Parecía que se solucionaba.

Y un cojón de pato. Las siguientes facturas llegaron en la forma habitual: cogiendo dinero de mi cuenta. Ni el menor atisbo de las devoluciones. Llamé de nuevo a Atención al Cliente, y me abrieron los ojos: no me estaban devolviendo dinero, ni lo iban a hacer nunca. La otra operadora «se habría equivocado«, lo sentimos mucho, siga jugando, etc.

Y ahí fue donde se me hincharon los cojones. Pase que por mis experimentos me tenga que comer una factura con la que no estoy de acuerdo. Pero de ahí a que me toreen en Atención al Cliente, va un trecho. Cual Escarlata O’Hara, aquel día juré que en cuanto terminase mi contrato de permancia (había firmado 18 meses por conseguir mi actual terminal) podían irme preparando el formulario de portabilidad.

La permanencia terminó el pasado mes de junio (el mismo día que salía a la venta el iPhone con Movistar, pena que no me acabe de convencer la oferta). Unas semanas antes de esa fecha decidí ejercer uno de mis derechos como usuario: exigir el código de liberación de mi teléfono móvil (pasado un año, están obligados a proporcionarlo). Mi esquema mental: liberar el terminal (que estoy bastante contento con él) y portarme con mi número y móvil a otra operadora.

Ja. Las cosas nunca son tan fáciles como uno podría pensar. La primera fase fue la de negación. Mi teléfono no les constaba en su base de datos, tenía que mandarles la factura… mil tonterías que tuve que sortear a base de llamadas, mediante la técnica de ensayo y error, repitiendo una y otra vez la misma historia a operadores perdidos o directamente incompetentes, hasta que por fin alguien tuvo a bien tramitar mi petición.

Creo que pasó un mes hasta que recibí un mensaje indicando que ya tenía el código disponible, y que les llamase para obtenerlo. En medio de todo esto, finalizó mi contrato de permanencia, y me llamaron para ofrecerme por buen cliente y por llevar nueve años con ellos (dato que no sé de dónde se han sacado, porque en Vodafone debo de llevar 3 ó 4 como mucho) me ofrecían, totalmente gratis (pero firmando por otros 18 meses, claro, aunque eso lo tuve que preguntar yo) el teléfono más puta mierda que tenían en el catálogo. Creo que su característica más avanzada era que tenía WAP. Cielos. Para conseguirlo, sólo tenía que responder a un mensaje que me iban a mandar, y que ignoré ceremoniosamente. Vaya estrategias de marketing, termina una permanencia firmada para conseguir un teléfono bastante avanzado, y me ofrecen firmar otra permanencia a cambio de un teléfono infinitamente peor. Ver para creer.

Una semana después me llegó una carta: «Gracias por adquirir el terminal bla bla bla…«. Pasé un buen rato jurando hasta que caí en una letra pequeña, minúscula, imperceptible, que decía algo así como que «la carta sólo es válida si aceptó nuestro mensaje corto, bla, bla, bla…«. Aún así, llamé a Atención al Cliente para asegurarme de que NO había aceptado ninguna oferta, de que NO tenía ya contrato de permanencia, y de paso aproveché para expresar mi opinión sobre sus burdas técnicas comerciales.

En fin. Como decía antes, llegó el día en que mi código de liberación estaba disponible. Llamé, lleno de ilusión, y sí: me dieron el código para poder usar mi Nokia con cualquier operadora. Colgué, dispuesto a realizar la liberación sin más demora. Ya veía la luz al final del túnel.

Pero era otro tren. El código no funcionaba. Pensé que por los nervios me podría haber equivocado en algún número. Lo repasé todo, y volví a introducirlo con tanto cuidado como si en lugar de un móvil tuviese en la mano un reactor nu-ce-lar. Nada. Ese código no liberaba mi móvil.

Comenzó en ese momento una de las rondas de llamadas más surrealistas e irritantes que he sufrido en mi vida. Yo intentaba expresar mi malestar porque el código no funcionase, los operadores intentaban expresar su opinión de que yo era tonto, y de que teclease bien. Incluso tuve problemas para que me repitiesen el código («ya se lo hemos dado«). Es más, hubo un operador que no sabía distinguir entre el código de liberación y el código IMEI. Puede que alguno de mis lectores tampoco; pero seguro que no trabajan en la asistencia a clientes de una operadora de telefonía móvil. Vergonzoso.

Al final, la única solución que me dieron fue: pásese por una tienda de Vodafone, que esto es un diálogo de besugos. Así hice, y nada más aparecer en ella, explicar el problema y sacar mi móvil del bolsillo, me cortaron diciendo: «Uy, ese móvil no se puede liberar por código. Te lo tenemos que mandar nosotros a Madrid, y tarda aproximadamente una o dos semanas«. Cojonudo. Me lo podía haber dicho alguien antes. En fin. En ese momento no estaba seguro de tener copia de seguridad de todo lo que tenía el móvil, así que dije que ya volvería.

Efectivamente, salvé todo lo susceptible de perderse, me agencié y configuré otro terminal para usar mientras no tuviese el mío, y unas semanas después me dirigí a la tienda para que procedisen al envío.

Pues no. No quisieron. Casualmente, unos días antes Vodafone había cambiado el procedimiento, y ya no enviaban móviles para liberar. Por si acaso, el dependiente comprobó antes que mi código efectivamente no funcionase. Puso una incidencia y me dijo que me llamarían de Atención al Cliente y me informarían del procedimiento a seguir para enviar yo mismo el teléfono a liberar.

Y me llamaron, sí. Vaya conversación. Porque me iba enfadando por minutos, que si no le habría preguntado a la operadora quién de los dos era Tip, y quién Coll. Básicamente lo que me contó fue que tenía que pagar yo los portes, que ellos me habían dado el código y que si no funcionaba no era culpa suya, sino de Nokia. O de un señor de bigote. O de su abuela, que fuma. También aprovechó para enumerarme los requisitos que debía cumplir para que me liberasen el móvil; uno de ellos era no haber superado el máximo número de intentos fallidos (cinco, si no me equivoco) al introducir el código de liberación. Y ahí paré, interrumpí a mi interlocutora, y le hice el siguiente resumen de la situación, para ver si yo lo estaba entendiendo bien:

Solicito el código de liberación. Me lo facilitan. No funciona. Aún así todos los operadores me tratan de tonto, e insisten en que lo vuelva a introducir. En la tienda de Vodafone, vuelven a introducir el código. Siempre falla. Y ahora me pretenden cobrar (los portes) por liberármelo DE VERDAD, y además, aún pagando, no lo van a liberar porque siguiendo sus instrucciones, he intentado introducir el código de marras demasiadas veces.

Sorprendentemente, lo había entendido bien, si es que se puede entender una situación tan absurda. Me encendí, y no paré hasta conseguir que mi reclamación subiese un escalafón más. Quedé a la espera de más noticias, con un cabreo ya monumental.

Decidí hacer los deberes, e investigué un poco. Las operadoras pueden introducir un mecanismo de bloqueo en los terminales que venden subvencionados, pero al cabo de un año, el cliente puede solicitar el código que elimine esa limitación. El terminal me lo había vendido Vodafone, no Nokia, así que debía ser la operadora la encargada de facilitarme el mecanismo para liberar el terminal. Si venden teléfonos que pueden bloquear, pero no liberar mediante código, es su problema, no el mío. En ningún momento me avisaron de ello.

Aquí la historia da un giro sorprendente. Me llama una chica del Departamento de Calidad, y se hace cargo personalmente de mi problema. Con una eficiencia sorprendente, me tiene al tanto del estado de la incidencia, y al cabo de unos días y unas cuantas llamadas, me comunica que me liberarán el móvil, que lo tengo que enviar yo, pero que me abonarán los portes como gesto comercial. Salvo que me pasé una mañana esperando a un mensajero que nunca vino, su gestión del problema fue ejemplar, amabiliísima y digna de elogio.

Mi teléfono fue a Madrid, volvió desbloqueado, y los portes me los descontaron de la siguiente factura. O eso creo. El sistema de factura electrónica de Vodafone lleva un mes sin funcionar en condiciones, así que tuve que llamar a Facturación para enterarme.

Fue entonces el momento de pensar, por fin, en la portabilidad. Pero eso lo dejo para la segunda parte.

Seguiremos informando.

A codazos con la cultura

Escuchando: The Angry Mob (Kaiser Chiefs)

El sábado, con motivo del inicio de la Temporada de Otoño del Palacio de Festivales, se organizó un pasacalles con espectáculos representados en distintas plazas de Santander. Buen plan, aunque poco difundido, al menos sus detalles: no conseguí averiguar cuál iba a ser el recorrido ni el horario de cada espectáculo, por lo que me consideré afortunado al coger uno de ellos al vuelo en un paseo por el centro (buscándolos).

Afortunado, aunque con una pizca de mala suerte: el espectáculo que presencié se basaba en la danza turca de los derviches, algo que traía ya visto de las vacaciones de este año, y que por tanto no me consiguió sorprender.

Eso sí: hay que ver cómo es esta ciudad; y sus ciudadanos, sobre todo. Llegamos cuando ya había bastantes personas esperando el inicio de la actuación. Un presentador salió a decir que como había mucha gente (alrededor de un escenario rectangular delimitado en el suelo), lo ideal era que los niños estuviesen sentados en primera fila (ya lo estaban), y los adultos detrás de ellos… sentados, preferentemente; así más gente podría ver la actuación. Por tanto -lo dijo bien claro- a todos los que no se quisieran sentar se les pidió, por favor, que dejasen sitio delante a los que sí quisieran hacerlo, y así todos tan contentos.

Poca gente se movió, y los que intentamos sentarnos sólo recibimos miradas de enojo, malos modos, rodillazos, y un hueco mínimo. La cultura podrá salir a las calles, pero la gente se deja en casa su educación y su solidaridad. Es un triste consuelo pensar que en mi reciente visita a Salamanca, y en situación similar, las señoronas más dignas, con su maquillaje, sus joyas y su laca, metían los codos de forma tan grosera como mis conciudadanas (luego hablarán de los modales de la juventud). Pero lo que es indudable es que esta ciudad, Santander, podrá optar a convertirse en Capital Europea de la Cultura, pero para conseguirlo no basta que Tío Gilito abra la cartera: hace falta Cultura, más, mucha más, y con mayor variedad, no sólo de esa de dejarse ver; y sobre todo, lo más necesario es ser capaces de abrir la mente, de disfrutar, de compartir, de descubrir. Y eso no se compra, no se firma: se aprende, se enseña.

Nos queda tanto camino por recorrer…

¡No tocar!

Escuchando: U Can’t Touch This (MC Hammer)

No sé si tengo un día especialmente observador, o picajoso. El caso es que después de las hoces de antes, he descubierto una curiosa operación matemática en un catálogo del Carrefour (4 briks de leche de medio litro valen 2,20 €, ergo el precio por litro es.. ¿4,40 €?).

Aún así, la palma se la lleva una curiosa advertencia que he encontrado en el manual de instrucciones de un teléfono Nokia. Intrigado por la presencia en el lateral de un conector mini-USB, investigo en el manual… ¡y me riñen!

Pues que lo sepa todo el mundo: lo he tocado; con el meñique; dos veces. ¡Ja!

Seguiremos informando.

¿Y el martillo?

Escuchando: Ancha es Castilla (Mägo de Oz)

El diario Público vuelve con su promoción Cultura Libre, y regalará películas y libros los fines de semana. Los viernes, película; los sábados: novela juvenil; los domingos, un libro de Mafalda. No está mal.

Claro que, antes de embarcarse en la cruzada de defender la cultura, no estaría de más que aprendiesen a escribir, o se molestasen en informarse un poco. ¡Pucha, no es tan complicado!

Seguiremos informando.

Santander, 27 de agosto de 2008, d.C.

Escuchando: Fade to grey (Visage)

«Llama María Engracia para pedir que se limpie la estatua de Franco y que se instale en un museo porque representa a la persona que liberó a España de los horrores de la República y por ello tiene que estar en el lugar que le corresponde como héroe que es.»

Hoy nuestro Diario Montañés nos regala esta perla. Gracias, María Engracia. Me temo que este tipo de declaraciones serán habituales en nuestras discusiones de pueblo rancio, ya que se va a proceder a la remodelación de la Plaza del Ayuntamiento de Santander, oficialmente Plaza del Generalísimo hasta hace nada, y se eliminará de la misma la estatua de Franco que la preside a día de hoy, singularidad única ya en nuestra geografía. Como me decían ayer, es la única escultura ecuestre en el país que tiene seis cojones: los del dictador, los del caballo, y los del alcalde.

En fin. Espero que avisen cuando la vayan a quitar, que quiero estar con la cámara a mano. Va a ser una escena surrealista en la historia de nuestra ciudad, no me cabe ninguna duda. La remodelación de la plaza se llevará también por delante un escudo de la Segunda República que anda por ahí escondido, así como todo el encanto de la actual plaza. A los datos me remito: la fotografía que acompaña a estas líneas forma parte del proyecto, que se puede consultar en esta página del ayuntamiento. Sin novedades respecto a las últimas obras perpetradas en plazas de la ciudad, el resultado es un espacio desierto, frío, aburrido y gris. Ni siquiera se respeta la actual farola de las cuatro estaciones, punto de encuentro, de citas, de manifestaciones, de juegos, de estacionamiento de cochecitos y sillas de niños.

Mientras otras ciudades aprovechan para modernizarse, en Santander nos esforzamos en volvernos cada vez más grises. Y encima nos quitan al héroe, María Engracia. ¿A dónde vamos a ir a parar?

Seguiremos informando.

Semana mayor o igual

Escuchando: Music (The Gift)

Mañana comienza la mal llamada Semana Grande de Santander. Este año con algunas novedades que la harán un poco mayor, quizás; pero nunca grande. No así. Esta ciudad parece incapaz de organizar unas fiestas en condiciones, aunque se aprecian intentos interesantes de cambiar las cosas.

De momento la cosa ha empezado esta semana con la fiesta de Baños de Ola, una celebración que conmemora el espíritu playero del Santander de hace un siglo. Tampoco es que hayamos avanzado mucho. No conozco a nadie que pueda decir con entusiasmo que le gusten estos Baños de Ola. Gente vestida de época, verbenas, una falla, títeres, un carrusel, y algunos tenderetes con poco interés. Espero que al menos los niños se lo pasen bien, si es que se enteran de algo. El único momento divertido que recuerdo relacionado con este sarao fue aquel año que no prendía la mecha en la quema de la falla, se acercó el anterior alcalde a mirar y se oyeron multitud de gritos: ¡ahora! ¡ahora!

Mañana es el chupinazo de las Semana Grande en sí, aunque hoy ya se verá ambiente festivo por la ciudad, gracias a la principal novedad de este año: la Feria de Día. Casetas repartidas por toda la ciudad, en las que algunos locales de hostelería ofrecerán bebida y pincho por un máximo de dos euros y medio. Si alguien de fuera de Santander lee esto, pensará que hemos inventado la pólvora. Efectivamente, en muchas ciudades y pueblos esto es algo habitual en sus fiestas. Aquí no: hasta ahora durante nuestra semana de festejos se intentaba que no se notase que estábamos de celebración. De hecho, esta iniciativa de las casetas ya ha provocado más de una crítica: que si es para que los hosteleros se lleven dinero, que si incita a la bebida a los jóvenes, que si van a meter ruido, que por qué se dispersan por toda la ciudad en lugar de juntarlas en un único lugar donde no molesten… de verdad que ser santanderino de pro, rancio y aburrido, tiene que ser agotador.

Los titulares este año, sin duda, los ha acaparado la feria taurina. La presencia de este tal José Tomás (por lo que tengo entendido, ha aportado un toque japonés a la cosa: el toque kamikaze) ha provocado largas colas para conseguir entradas, reventa, y gran expectación. Nuestro ayuntamiento ha tirado la casa por la ventana para conseguir este fichaje (algo más de 200.000 euros, cuando el presupuesto que pretendían dedicar al difunto Summer Festival era de 50.000 euros), pero parece que la jugada ha salido bien. De hecho, los números cuadran: el consistorio dedica un presupuesto de dos millones de euros a la feria taurina, pero sólo con los abonos vendidos se ha recuperado ya un millón y medio. No conozco los detalles financieros de la operación, pero espero al menos que el hecho de centrar todos los esfuerzos festivos en financiar un espectáculo de maltrato animal (tradicional, eso no lo discuto) no supongo un descalabro importante en las arcas del Ayuntamiento. Que lo disfruten todos los aficionados, que se vistan con sus mejores galas para disfrutar de la sangre, y que aparquen donde les salga de los cojones -como siempre hacen-, que no pasa nada. Yo me pondré mi camiseta anti-taurina y disfrutaré del resto de propuestas. Que las hay, son las que han pagado con la calderilla que ha sobrado.

Por ejemplo, tenemos los fuegos artificiales. Este año cambiarán de ubicación, y se lanzarán desde la bahía, en el centro de la ciudad, en lugar de su tradicional emplazamiento en la zona playera más alejada. Se podrá ir andando o en autobús sin agobios, por lo tanto. El cambio ha levantado, por supuesto, su inevitable ración de polémica. Otros eventos en cambio no se acercan al centro, sino que permanecen condenados al ostracismo en las afueras. Las «ferias«, como se las ha conocido siempre (atracciones de feria, básicamente) han formado parte de nuestra infancia, pero desde hace años se instalan en un recinto tan alejado de la ciudad (siempre hay vecinos protestando por el ruido) que han conseguido la gente se olvide de ellas. Lástima.

El tema musical es también digno de mención. Por un lado tenemos las actuaciones habituales, enfocadas al público más fiel y extendido: el pensionista. Audiencia capaz de acaparar asientos frente al escenario cinco horas antes del espectáculo. U otro día. La única novedad que presenta el cartel de año en año es la incógnita sobre si todos los artistas siguen vivos para repetir una vez más.

Por supuesto, también se piensa en la juventud. Sí, eso era un tono irónico. Así, el Play Festival intenta suplir, sin éxito, la vergonzosa muerte anunciada del Santander Summer Festival. Se trata de un festival humilde y modesto, de andar por casa y sin grandes nombres. Pero algo es algo. Además, se contará en la ciudad con los directos de: La Fuga, Algunos Hombre Buenos y Melendi. Ah, y 10 tenores australianos que mezclan la ópera con el pop. Intentaré mantener un radio de seguridad de varios kilómetros, personalmente. Como extraordinaria novedad, se organizan también conciertos en la Plaza Porticada, en pleno centro, y gratuitos. Así, pasará por ese escenario un grupo japonés de jazz (y algún concierto más del género), rock progresivo cántabro de hace 30 años, Danza Invisible en sus horas más bajas, homenajes a Johnny Cash y a Queen, y el directo de los portugueses The Gift.

Quitando lo de The Gift, que son una debilidad personal y que celebro sin disimulo, el resto de propuestas musicales del ayuntamiento para estas fiestas «grandes» son -incluso las más interesantes- de tercera fila, de cumplir el expediente con desgana, de «a ver qué podemos montar con cuatro duros«. Ni estas fiestas ni esta ciudad son para la gente joven. Al menos no son unas fiestas tan rancias como las de años anteriores, se nota que hay sangre nueva en la alcaldía. Pero queda tanto camino por recorrer, que el apelativo de Grande queda aún muy, muy ídem.

Disfruten de las fiestas. Sobre todo si son otras. Seguiremos informando.

Pierda el tiempo con nosotros

Escuchando: Fin de un viaje infinito (Deluxe & Amaral)

Esto (se puede pinchar en la imagen para ampliarla) no tienen nada que ver con mis vacaciones, pero está relacionado con los viajes, en su variante más absurda. Lo encontramos hace unos días comprando un billete de autobús por Internet para una amiga, en la página web de Alsa.

Trayecto: desde Santander a Bilbao. Duración: 8 horas. ¡¡¡¿Cómo?!!!

Mirando con detalle el itinerario, esas ocho horas (casi tiempo suficiente para llegar a Cádiz desde Santander) tienen su explicación: el autobús sale de Santander a las ocho y media de la mañana. A las doce menos cuarto llega a Oviedo (¿Oviedo?), desde donde emprende el camino de regreso. A las tres de la tarde vuelve a pasar por Santander (pero… ¿?) y llega por fin a su destino a las cuatro y media.

La solución perfecta para aquellos a los que les gusta viajar en autobús, pero lo consideran un medio demasiado rápido.

Qué cosas. Resulta irónico que el lema que encabeza la página web de Alsa sea «hacemos tu viaje más fácil». Pues menos mal.

Seguiremos informando.