Comentarios sobre dos ruedas

Escuchando: Las malas lenguas (Love of Lesbian)

Finalmente puedo opinar con (más) conocimiento de causa sobre el funcionamiento del servicio municipal de préstamo de bicicletas en Santander, asunto al que ya dediqué bastantes líneas.

Unos 15 días después de enviar toda la documentación por correo postal, recibí en casa la tarjeta necesaria para utilizar el servicio. Se trata una tarjeta anual, la única modalidad con la que no se cobra ningún tipo de fianza absurda. Comprobado: ni un euro. La tarjeta funciona por contacto, por lo que con acercarla al poste informativo de cada estación nos identificaremos. El proceso para retirar una bicicleta es un poco lioso pero funciona.

Las bicicletas están bastante bien, aunque ha habido días que he echado en falta algo más de mantenimiento: sillines inamovibles, cambios ruidosos que parecían a punto de explotar, ruedas sin aire… hay que comprobar bien la bicicleta antes de retirarla. De momento también se puede devolver al instante y coger otra, pero calculo que eso cambie cuando en octubre se comience a cobrar por el servicio. Las bicis se pueden tener un día entero, por lo que la gente las deja aparcadas donde pilla, sin preocuparse. Calculo que cuando se cobre, se conviertan más en un medio de transporte puntual que en un divertimento.

Dicen que montar en bicicleta no se olvida. Es cierto, aunque se oxida. Yo no había cogido una desde que era niño (y pequeño) y los primeros días los obstáculos no hacían más que ponerse delante de mis ruedas. Nada grave. Ahora no es que ande muy suelto, pero me defiendo. El carril bici del Parque de Las Llamas me sirvió para entrenar un poco sin tener que andar esquivando gente.

Por supuesto, ya he comprobado el estado de algunos carriles-bici de la ciudad, sobre todo el que une el centro con la playa de Los Peligros. En algunas zonas, un repaso al firme no le vendría nada mal. Aunque lo más necesario es una campaña de concienciación para que la gente sepa qué significa un carril bici: he tenido que esquivar coches mal aparcados, coches de policía multando a coches mal aparcados, coches invadiéndome para maniobrar, caravanas, autobuses, y hasta una tabla de windsurf. Y por supuesto, peatones, muchos peatones. Los hay que se apartan con los timbrazos, pero también están los que miran con malos modos. Y es que, señores, esta ciudad da asco tantas veces…

Ejemplo 1. Comentario pillado al vuelo, al pasar con la bici por delante de unas terrazas de una calle peatonal muy ancha: «‘¡Tenían que ir por la carretera!«. En esa calle peatonal hay una estación de bicis, y la carretera está debajo, en un túnel subterráneo. No lo veo.

Ejemplo 2. Dos chicas paseando por el carril-bici, por todo el medio. Timbre. No se apartan. Timbre. No se apartan. Me salgo a la carretera, mientras les digo «Dejad, que ya me aparto yo«. Comentario de una de ellas: «¡Desde que han puesto el carril-bici no se puede ir por ningún lado!«. ¿Se puede ser más absurdo?

Ejemplo 3. Protestas por pasar con la bici por el mercado medieval que este fin de semana animaba una zona de la ciudad. Mercado que había que atravesar para llegar a la estación de bicicletas más grande y céntrica de la ciudad.

Ejemplo 4. Para rodear el susodicho mercado medieval, vamos -desmontados- por una zona peatonal más estrecha. Un imbécil en coche se salta el semáforo que íbamos a cruzar y una señora (señorona, más bien) se pone a despotricar, con razón. Pero con tanta indignación que no hace más que cruzarse y me deja con la bici en la carretera, bloqueándome la acera, cuando el semáforo se abre para los coches. Al moverme para meterme en la acera, la rozo con la rueda en la pierna. El horror. El horror. A pesar de que le pedí inmediatamente perdón (aún pensando que tuvo su parte de culpa) empezó a gritarnos, soltando perlas que me parecían increíbles por el exceso de tópicos. Nos gritaba que ella era de Santander de toda la vida, que éramos unos maleducados y que nos comprásemos una bici y nos fuésemos a montar a nuestro pueblo, que ésto lo pagaban los de Santander (por ir en pantalones cortos y sin afeitar debía de parecer foráneo). Cuando pasó directamente a los insultos (muy desagradables para alguien que nos tachaba de maleducados) acabé gritándole a la puta cara que tuviese un poco de respeto. Suelo ser educado con las personas mayores, pero juro que ésta señora, de Santander de toda la vida, se merecía un sopapo en toda la cara. Zas, en toda la boca. Tuvimos que parar y esperar a que se perdiesen la señora, sus gritos y sus aires de mear colonia. Gente como ella es la que hace que esta ciudad apeste. Ojalá se le caiga el café encima cuando se siente en esas terrazas viejunas donde lo más rancio de Santander se sienta a cotillear y a lucir los trapos de marca.

En fin: que lo de moverse en bici está muy bien, aunque la ciudad aún no está preparada para ello, y mucho menos algunos de sus estúpidos habitantes. Ya que me he perdido la de agosto, habrá que unirse a la masa crítica de septiembre.

Seguiremos informando.

Los restos del incendio

Escuchando: El incendio (Sidonie)

Ya hablaré con más calma del Ecopop: un festival pequeño y mimado que se celebra en el recinto de un castillo, en un pueblo de la Sierra de Gredos; un festival que pretende unir música y naturaleza. Por eso, sus organizadores han vivido muy de cerca el incendio que arrasó 4000 hectáreas este verano en aquella zona. Un auténtico desastre que quisieron mostrarnos; así, unos pocos madrugadores subimos en coches de Protección Civil hasta una de las zonas afectadas, que recorrimos en una marcha de unos pocos kilómetros, un paseo triste por lo desolador del paisaje, pero muy recomendable: es la mejor manera de comprobar, sobre el terreno, cuánto se pierde por culpa del fuego y de los locos pirómanos. Además, contábamos con las explicaciones de gente que lo vivió muy de cerca: el director del festival, concejales, alcaldes, agentes forestales…

Es hora de intentar recuperar el desastre. El festival pretende repoblar una zona y llamarlo Bosque Ecopop. Ojalá lo consigan, y nada de esto se vuelva a repetir.

Seguiremos informando: una vez abandonada la provincia de Ávila, escribo desde Valencia antes de seguir ruta por España.

Lecturas para el fin de otro verano

Escuchando: Bookshop Casanova (The Clientele)

Este verano he estado leyendo bastante, hábito que siempre es agradable recuperar. Por eso, aprovecho que se ve allá a lo lejos el final de agosto para recomendar (al igual que hice el verano pasado) algunas lecturas que me han acompañado en los últimos meses, y otras que lo harán en las próximas semanas.

Arrugas, de Paco Roca. Premio Nacional de Cómic 2008, es una breve novela gráfica que habla de forma sencilla, pero directa y muy emotiva, del Alzheimer y de la pérdida de los recuerdos. Una lectura preciosa y muy recomendable, aunque no especialmente alegre, claro.

Botchan, de Natsume Soseki. Fue un regalo de cumpleaños, que disfruté enormemente. Todo un descubrimiento, una novela muy divertida y fresca, algo destacable en una novela publicada en Japón en 1906. Las desventuras de un joven profesor en una remota aldea nipona me acompañaron a principios de verano, cuando yo andaba precisamente de profesor preparando exámenes.

Brancaccio, una historia de la mafia cotidiana, por Giovanni Di Gregorio y Claudio Stassi. Otro regalo de cumpleaños, una breve novela gráfica, de corte duro y directo, que muestra la otra cara de la mafia, la que está alejada de las películas y los mitos y se muestra brutal e implacable en el día a día con la gente más humilde.

La caza del carnero salvaje, de Haruki Murakami. Después de leer Tokyo Blues, me apetece seguir indagando en la obra de Murakami. Esta otra historia tiene un tinte bastante más surrealista, sobre a todo a medida que avanzan las páginas. Me gustó, aunque prefiero el tono cotidiano de Tokyo Blues. Habrá que seguir leyendo más libros suyos.

La felicidad de los ogros y El hada carabina, de Daniel Pennac. El primero lo tenía desde hace años, y lo he releído para continuar así con la segunda parte de la saga. Los he disfrutado muchísimo, estoy seguro de que seguiré leyendo los siguientes volúmenes con la historia de la familia Malaussène, encabezada por el primogénito Benjamin. Si en La felicidad de los ogros trabaja como chivo expiatorio en unos grandes almacenes que se ven sacudidos por explosiones, en el segundo libro se enfrenta a ancianas guerreras, vejetes drogatas, comisarios que enseñan a robar… Un universo privado fascinante, y muy, muy divertido.

31 canciones, de Nick Hornby. Otro libro muy musical de uno de mis escritores preferidos, autor de la genial Alta Fidelidad. Ahora que este breve volumen ha salido en edición de bolsillo, es un momento ideal para hacerse con él. A lo largo de 31 capítulos habla de canciones, de todo tipo, época y género, que han significado algo en su vida. Se trata de un libro más autobiográfico que musical, las canciones terminan siendo excusas para contar anécdotas o recuerdos. Como suele ser habitual con Hornby: lectura recomendable.

Un grito de amor desde el centro del mundo, Kyoichi Katayama. Por simple curiosidad me lo llevé en una de mis visitas a una librería, aprovechando que en formato de bolsillo estaba muy baratito. «La novela japonesa más leída de todos los tiempos» fue una frase que me ayudó en la compra. Error. El libro es un tostón infumable, que a medida que avanza se va haciendo más y más empalagoso. Un folletín romántico, previsible y de recurso fácil, que hace subir el azúcar en sangre. Totalmente prescindible.

Ligeramente desenfocado, de Robert Capa. Por fin se editan en castellano las memorias que escribió el fotógrafo Robert Capa durante su trabajo en la Segunda Guerra Mundial. Divertidas, apasionantes, cínicas, históricas… sus páginas, salpicadas con abundantes imágenes, son imprescindibles para cualquier aficionado a la fotografía o a la historia. Su narración en primera persona del desembarco de Normandía, por ejemplo, es una delicia…

20 cuentos de cine, varios autores. Un regalo de la cafetería de FNAC en Bilbao, con pequeños relatos relacionados con el mundo del cine, por un montón de autores de primera fila. Ya sólo por leer algunas páginas de Cabrera Infante o Millás merece la pena. Algunos de los cuentos me han parecido demasiado densos, pero en general se disfruta mucho entre recuerdos de viejas salas y películas clásicas. Relación calidad-precio insuperable, claro.

Entre las lecturas que me reservo para los próximos días están las adquisiciones en la Feria del Libro Viejo de Santander:

Asfixia, de Chuck Palahniuk. Porque ya va siendo hora de leer algo suyo, y encontrarse este libro a muy buen precio es la mejor de las excusas.

En picado, de Nick Hornby. Uno de sus últimos libros, estoy seguro de que no me va a defraudar. Cuatro suicidas coinciden en lo alto de una torre en Nochevieja…

Equivocado sobre Japón. El viaje de un padre y su hijo, de Peter Carey. Compra totalmente impulsiva, culpa de un diseño exterior muy llamativo y un argumento especialmente atractivo: el autor viaja con su hijo de 12 años a Japón, país con el que crío está obsesionado. Guiados por un adolescente japonés, intentan descubrir el Japón real, así como adentrarse en los secretos del manga y el anime. Si además en el primer párrafo hablan de El verano de Kikujiro, para qué quiero más.

Ahí queda eso. Felices lecturas. Seguiremos informando.

El animalario

Tenía pendientes de publicar algunas fotos del último reportaje que me encargaron en la Universidad de Cantabria. En una misma mañana estuve haciendo fotos a vehículos submarinos, a un super-computador, y al animalario de la Facultad de Medicina.

De las tres sesiones, la más llamativa fue ésta última. Nunca me había fijado en el edificio del animalario (y eso que la biblioteca de la Facultad de Medicina fue uno de mis rincones habituales durante la carrera, por cercanía). El acceso está muy controlado, la temperatura estable, el ambiente muy tranquilo (al menos cuando estuve yo). Resulta curioso entrar en una habitación y encontrarse con un montón de ratoncitos en sus jaulas. No es que sea especialmente aficionado a los roedores, pero aún así daba bastante pena verlos allí.

]Aparte de ellos, y de alguna rata de laboratorio, pocos animales vi por allí, aunque las instalaciones están preparadas para aves, cerdos… muy interesante, sobre todo por aquellos días, cuando la gripe A hacía su aparición y todavía se la conocía como gripe porcina.

La visita por las instalaciones incluyó estancias más o menos previsibles (como laboratorios y quirófanos) y otras más llamativas: las susodichas salas con jaulas, o el laboratorio de conducta (donde se mete a los ratones en laberintos y pruebas varias, grabándolos con cámaras para analizar sus reacciones).

Lo único complicado de las fotos fue trabajar con una iluminación muy poco fotogénica (escasa y fluorescente) y sin tirar de flash para no asustar a los sujetos en estudio. Fue una mañana curiosa aquella, sin duda. Seguiremos fotografiando.

Cultura aérea, cultura sumergida

Escuchando: Wrong (Depeche Mode)

Este fin de semana Santander se ha llenado de espectáculos aéreos, con un pequeño festival llamado Mirando al Cielo. Sólo he podido pasarme por uno de sus actos principales, en la Plaza Porticada, donde la compañía francesa Les Passagers se ha dedicado a danzar y pintar sobre un mural de 200 metros cuadrados, con sus componentes colgados de cuerdas. Bastante espectacular. Fui con la cámara encima por casualidad, y me volví a casa con una interesante colección de fotos.

Ha estado bien la propuesta, aunque me da la impresión de que apenas se ha publicitado, tan sólo unos días antes he visto folletos y carteles con el programa. Con esto de que queremos ser capital europea de la cultura en 2016, parece que las calles están un poco más animadas que de costumbre. Hay que felicitar al ayuntamiento cuando las cosas se hacen bien; bienvenidas sean todas las propuestas, aunque hay que meditar un poco más los lugares y las horas: también hay teatro en la calle, por distintas plazas de la ciudad, pero no se puede programar una obra a las ocho y media de la tarde, con bastante público infantil, en la que las palabrotas, las referencias sexuales y la bebida está demasiado presente. Responsables: un poco de responsabilidad.

En cualquier caso: las calles se llenan de cultura, de espectáculos, de teatro, de músicas, de libros, de carteles proclamando que queremos ser representantes de la cultura en Europa. Sacando pecho, asomándonos a la galería. Y sin embargo…

Sin embargo, algo falla. En las grandes avenidas todo reluce, pero en los callejones más oscuros de la ciudad la policía sigue parando conciertos que no molestan a nadie. En una ciudad que pretende presumir de cultural, montar un concierto, un acústico, una velada poética o una sesión de cuentacuentos continúan siendo actividades molestas, perseguidas, ilegales. Queremos mostrar la apertura cultural de la ciudad, pero se callan voces, se impide a nuestros artistas expresarse… a no ser que se trate de algún acto oficial en el que los mandamases de turno puedan salir en la foto.

La cultura es, tiene que ser, mucho más que un programa oficial de espectáculos. Tiene que ser algo vivo. En los callejones, en los tugurios, también se crea. Cuando esa cultura también cuente para la candidatura, firmaré por ella. Hasta entonces, habrá que gritar que este doble rasero, esta hipocresía que tan arraigada está en nuestra ciudad hace que la propuesta de iluminar a Europa sea poco más que un chiste, y de mal gusto.

Seguiremos informando.

Queda inaugurada esta Feria del Libro, Viejo.

Escuchando: Books from boxes (Maxïmo Park)

Esta mañana me he encontrado con la inauguración de la ya tradicional Feria veraniega del Libro Viejo en Santander. Habrá que pasarse algún día (será más de uno, me conozco) a curiosear entre sus distintas librerías. Hace un par de años, gracias a esta Feria conseguí un libro descatalogado que llevaba siglos buscando, así que tengo especial cariño a sus casetas. Veremos si hago algún nuevo hallazgo, de momento sólo he reconocido el terreno en una pasada rápida.

Seguiremos informando.

Y tan fugaces…

Escuchando: A night in summer long ago (Mark Knopfler)

Ayer por la noche llovían estrellas: las Perseidas o lágrimas de San Lorenzo estaban en su punto de máxima actividad, y por una vez (en muchísimos años) las nubes no se pusieron de por medio para estropear el espectáculo. Lástima que no me pude alejar demasiado de Santander: la luz de la capital es alargada.

De todas formas, y pese a mi ignorancia de astronomía razonable, vimos una estrella fugaz por cabeza (¿dos hacen lluvia?), que pasaron por delante de nuestros ojos, que no de mi cámara. Era de esperar, y por eso aproveché también la excursión para fotografiar el atardecer, recurso fácil y mucho más previsible.

El año que viene, si el tiempo acompaña, más y mejor. Seguiremos informando.

Bilbao: sobre-exponiendo por accidente

El sábado pasado estuve callejeando por Bilbao, una ciudad que siempre me ha parecido muy fotogénica al fotografiarla en blanco y negro. El día estaba gris, además, así que con más razón dejé en casa la cámara digital y metí en la bolsa la Nikon F70 cargada con un carrete de blanco y negro, y el objetivo fijo de 50mm.

A última hora de la tarde me acordé de que en esa cámara había forzado el valor de ISO del carrete cuando usé película Redscale, y comprobé para mi desgracia que teniendo metido un carrete de ISO 400, había estado disparando con la cámara configurada a ISO 100. Esto es, la cámara había estado calculando que necesitaba mucha más luz la de la requerida, por lo que todas las fotos que había disparado habrían quedado, irremediablemente, sobre-expuestas. Quemadas, más bien. Horror.

A pesar de todo, jugando con el revelado y con el escáner he conseguido rescatar las fotos. Siempre pienso al disparar con película, en estos tiempos de ensayo y error digitales, que si en cada carrete consigo una imagen que me convenza y que me guste, me doy por satisfecho. De este accidentado carrete me han gustado unas cuantas, así que doy la prueba por superada.

Para recuperar una película sobre-expuesta hay que sobre-revelar. Esto es, hay que dejar que el revelador actúe durante más tiempo (al contrario de lo que podría parecer, pero no hay que olvidar que trabajamos con un negativo). En lugar de los 6 minutos de rigor que correspondían a la película, lo dejé un cuarto de hora (calculado totalmente a ojo, en mi ignorancia). Insuficiente, a pesar de todo: el negativo estaba muy oscuro (aunque se apreciaban las imágenes), señal de que en positivo estaría todo muy, muy blanco.

El siguiente paso para intentar recuperar las fotos fue el positivado, digital en mi caso: tocaba jugar con el escáner. Ajustando exposiciones, niveles y curvas antes de digitalizar cada imagen conseguí que apareciesen con una pinta medianamente razonable. Luego ya, Photoshop mediante, terminé de corregirlo todo en la medida de lo posible. Sobre-exponer para luego sobre-revelar es una técnica que, controlada (no ha sido mi caso), sirve para aumentar el contraste en las fotografías. Efectivamente, las imágenes finales (las que se han salvado, otras no han tenido mucho remedio) están mucho más contrastadas, pero también con muchísimo más grano, de lo que habría obtenido en condiciones normales. Aún así, me gustan, y el resultado no ha sido tan catastrófico como esperaba.

Para la próxima vez, tendré más cuidado, eso sí. Seguiremos fotografiando.

Visitas en días de sur

Escuchando: People of the South Wind (Kansas)

Estas últimas semanas estoy teniendo agradables visitas en Santander, de esas que siempre terminan pareciendo demasiado breves. La semana pasada, coincidiendo con una de ellas, fui a comer a un lugar del que me habían hablado, del que tenía buenas referencias, pero que aún no había pisado.

Se llama Días de Sur, un nombre muy nuestro, y sorprende a primera vista por lo cuidado y elegante de la decoración, en una zona y en una ciudad donde el estilo bodega tasquera está muy arraigado.

La verdadera sorpresa, sin embargo, llega al sentarse y comenzar a leer la carta, o la hoja con el menú especial. La primera apenas la ojeé, la segunda me la terminé llevando a casa de recuerdo. Nunca había tardado tanto en leer un menú. Comienza así:

Estamos en pleno agosto y se nota, todo Santander a tope, atascos, amigos de la infancia que vuelven, primos que se quedan en tu casa, mediodías de coles y rabas, mañanas de paseos por la playa, tardes de terrazas, noches de rutas de vinos con amigos y gintonics con la luna llena que te dice que sigas y sigas porque qué gusto es el veranito en Santander.

Parrafada que no deja de ser cierta. A continuación viene la descripción de los platos del menú. Dejo aquí algunos para hacerse una idea:

Gazpacho fresquito con una receta que nos dio una señora muy mayor que vendía lotería en una taberna en el aljarafe de Sevilla y entre cupón y cupón nos contó que ella le ponía un toque de hierbabuena que le daba un aire árabe muy rico al gazpacho.

Rabas de calabacín ecológico, de la huerta de 2 ingenieros agrícolas enamorados de la vida con un sentido sostenible y que además trabajan en el sindicato de ganaderos de Cantabria ayudando a nuestros ganaderos con su día a día tan complejo y a la vez tan bonito.

Los rollitos africanos tan africanos como nuestros compañeros africanos que trabajan con nosotros, Philo, Gilbert y Roger, de Costa de Marfil y Camerún y que nos han enseñado su maravillosa paciencia, su impresionante constancia y sobre todo su alegría permanente con esas sonrisas de anuncio de dentista que tienen.

Albóndigas de bonito de la lonja con salsa verde y patatas fritas, recuerdos de infancia con picos de pan untando sin parar hasta que tu madre te decía que el pan es de tontos.

Tarta de queso ecológico de Selaya. Sindo y su suegro Alejandro hacen auténticas joyitas de queso con sus vacas frisonas que son tan chulas porque les gusta tener la mejor leche de Cantabria, una vaca normal tiene al día 30 litros de leche y las vacas chulas ecológicas solo 16 litros así que ya veis qué quesos salen.

Hay cerca de treinta platos en el menú, así que pueden imaginar que su lectura lleva un rato. Un rato bien entretenido, eso sí. Me gustó el sitio, y me gustó la comida. Da gusto encontrarse un local así, bonito, con un toque divertido, donde poder comer platos originales, y con un precio muy moderado (el menú sale por menos de 12 euros). Una pena que los camareros anduviesen demasiado atareados (la temporada alta ha llegado a la ciudad) pero por todo lo demás, muy recomendable.

Seguiremos informando.