Cultura aérea, cultura sumergida

Escuchando: Wrong (Depeche Mode)

Este fin de semana Santander se ha llenado de espectáculos aéreos, con un pequeño festival llamado Mirando al Cielo. Sólo he podido pasarme por uno de sus actos principales, en la Plaza Porticada, donde la compañía francesa Les Passagers se ha dedicado a danzar y pintar sobre un mural de 200 metros cuadrados, con sus componentes colgados de cuerdas. Bastante espectacular. Fui con la cámara encima por casualidad, y me volví a casa con una interesante colección de fotos.

Ha estado bien la propuesta, aunque me da la impresión de que apenas se ha publicitado, tan sólo unos días antes he visto folletos y carteles con el programa. Con esto de que queremos ser capital europea de la cultura en 2016, parece que las calles están un poco más animadas que de costumbre. Hay que felicitar al ayuntamiento cuando las cosas se hacen bien; bienvenidas sean todas las propuestas, aunque hay que meditar un poco más los lugares y las horas: también hay teatro en la calle, por distintas plazas de la ciudad, pero no se puede programar una obra a las ocho y media de la tarde, con bastante público infantil, en la que las palabrotas, las referencias sexuales y la bebida está demasiado presente. Responsables: un poco de responsabilidad.

En cualquier caso: las calles se llenan de cultura, de espectáculos, de teatro, de músicas, de libros, de carteles proclamando que queremos ser representantes de la cultura en Europa. Sacando pecho, asomándonos a la galería. Y sin embargo…

Sin embargo, algo falla. En las grandes avenidas todo reluce, pero en los callejones más oscuros de la ciudad la policía sigue parando conciertos que no molestan a nadie. En una ciudad que pretende presumir de cultural, montar un concierto, un acústico, una velada poética o una sesión de cuentacuentos continúan siendo actividades molestas, perseguidas, ilegales. Queremos mostrar la apertura cultural de la ciudad, pero se callan voces, se impide a nuestros artistas expresarse… a no ser que se trate de algún acto oficial en el que los mandamases de turno puedan salir en la foto.

La cultura es, tiene que ser, mucho más que un programa oficial de espectáculos. Tiene que ser algo vivo. En los callejones, en los tugurios, también se crea. Cuando esa cultura también cuente para la candidatura, firmaré por ella. Hasta entonces, habrá que gritar que este doble rasero, esta hipocresía que tan arraigada está en nuestra ciudad hace que la propuesta de iluminar a Europa sea poco más que un chiste, y de mal gusto.

Seguiremos informando.

Pequeño desastre Amaral

Escuchando: Las puertas del Infierno (Amaral)

El lunes por la noche se celebró uno de los conciertos más esperados de la semana de fiestas santanderinas que acabamos de finalizar. Amaral en concierto benéfico (con Cáritas, dato que apenas se ha publicado) presentaba su directo en la campa de la Magdalena. Buen plan. La entrada costaba unos 17 euros, pero se habían repartido miles de invitaciones con las que se podía acceder al recinto previo desembolso de un donativo mínimo de 2 euros. Donativo que había que entregar a la entrada del concierto, no al recoger la invitación. Primera señal de que la organización del evento era un poco… extraña.

Pues bien, hacía mucho tiempo que no asistía a un espectáculo tan mal organizado. Tan peligrosamente mal organizado. ¿Exagerado? Para nada…

Puedo comenzar hablando de los transportes públicos de Santander. Pésimos, para variar. Por mucha concejalía de movilidad sostenible que tengamos, no me extraña que la gente se desespere y vaya con el coche a todas partes. Media hora tuvimos que esperar para que un autobús abriese las puertas en la parada. Antes pasaron cuatro totalmente a rebosar. ¿Reforzar los servicios en una noche en la que todo el mundo va al mismo sitio? ¿Para qué? Tardamos lo mismo en este trayecto que hace unas semanas en llegar hasta el recinto del Bilbao BBK Live… desde Santander.

Cuando por fin nos apeamos cerca del lugar donde iba a ser el concierto, la bajada hacia el mismo estaba congestionada con miles de personas. Todos teníamos que entrar por la misma puerta, donde unos policías locales iban dejando pasar a la gente con cuentagotas. No sé muy bien para qué, porque ni registros de bolsos ni nada. Sólo miraban la entrada y de refilón.

Si ya es bastante estúpido que en un concierto multitudinario toda la gente tenga que entrar por el mismo sitio, y que encima se ralentice el proceso, la gota que colmó el vaso fue comprobar que ese único acceso lo era también para el tráfico rodado: coches de protección civil, transportes de minusválidos y ambulancias tenían que pasar por la misma puerta ante la que se agolpaban dos mil o tres mil personas. Policías locales abriendo hueco, imbéciles empujando cada vez que la gente recuperaba su espacio, avalanchas con niños y sillitas de por medio… en fin: menos mal que las ambulancias sólo entraban porque tenían que estar dentro, sin mayor prisa. Si llegan a ir a alguna urgencia, no me gustaría haber estado esperándola.

Hay que ser peligrosamente estúpido para vender o repartir 20.000 entradas (ese fue el número aproximado de asistentes) y pretender que todos entren a la vez, controlados por dos policías, y compartiendo el espacio con los vehículos de emergencia. Policías por cierto, que estaban acompañados por más compañeros, pero se limitaban a observar el panorama… incluso cuando la turba de gente comenzaba a desplazar contenedores para acceder por un lateral. En definitiva: un espectáculo lamentable el de la organización. Si querían dar la impresión de que se les había ido de las manos, enhorabuena: lo consiguieron a la perfección.

Una vez dentro, el tema de pagar los donativos estaba muy bien organizado, dentro de lo que cabe, con muchas filas con urnas… aunque la gente, cazurra ella, sólo usase las más cercanas.

El concierto fue en el mismo recinto que el festival del pasado fin de semana. Y lo que entonces tenía potencia de sonido de sobra para todos, en este concierto con tanta gente se quedaba bastante escaso. Además, lo que antes eran faltas menores aquí eran vitales: ni una papelera, el mismo número de baños que cuando el público era diez veces menos numeroso… En fin; una vez situados en el medio, tras comprobar que apenas veíamos nada, nos retiramos al fondo, con sitio para botar y bailar… aunque el concierto se oía bastante bajito. Estuvo bien, al menos en la medida en que lo hice caso. Eva Amaral tiene una voz magnífica en directo, y el repertorio fue saltando de éxito en éxito.

A la salida creo que se montó otro tapón de órdago. Nosotros optamos por tomar una vía alternativa y salir dando un paseo por la playa, con calma.

Una pena que un evento con tanto tirón, benéfico y con buena respuesta del público, quedase empañado por una pésima y peligrosa mala organización. Ojalá le hayan tirado a alguien de las orejas, aunque lo dudo, porque no pasó nada. Afortunadamente.

Seguiremos informando.

PD: Con las avalanchas de gente nos perdimos a los teloneros. Algo de esperar, porque tampoco sabíamos muy bien a qué hora era el concierto. Según las entradas, a las 23 horas. Según la publicidad oficial en prensa, a las 22 horas. Todo muy bien organizado.

Historias de la ciudad en la que estaba prohibido divertirse

Escuchando: Crashh the party (OK Go)

Se acercan, un año más, las fiestas de Santander, su semana grande… que va creciendo, pero que me cuesta todavía escribir con mayúsculas. El año pasado, la sangre joven del Ayuntamiento se dejó notar, sobre todo con la iniciativa de llenar la ciudad de casetas donde tomar pinchos. ¿Resultado? Toda la ciudad se echó a las calles, y por una vez parecía que estábamos en fiestas.

Este año, con las atracciones de feria volviendo del extrarradio a la ciudad, como cuando éramos niños, con un festival de música independiente relativamente digno, con actuaciones -por fin- para todos los gustos, y con la idea de las casetas ampliada y mejorada, tiene buena pinta.

La ciudad estará en fiestas, sí, y todos tan contentos. ¿Todos? ¡No! La asociación de vecinos de la zona de «marcha» (por llamarla de alguna forma) está en contra y ha decidido boicotearlo, vía judicial. No es broma.

En fin. Qué se puede esperar: la plaza más animada y concurrida por las noches ahora tiene una línea imaginaria vigilada por la policía gracias a ellos. También lograron cerrar unos carruseles infantiles, amén de un largo historial de conciertos suspendidos. Reconozco que en ciertos casos, si sufren molestias continuamente durante todo el año, algo habrá que hacer para conjugar ocio y descanso. Pero… ¿las fiestas de la ciudad? ¿12 días de casetas, que respetarán horas de siesta y no podrán tener música a partir de la medianoche, tanto molestan? ¿Cómo hay que estar exactamente de avinagrado para llegar a estos extremos? Que quiten las corridas de toros de mi barrio, ya puestos, que no me gustan, ni a mí ni a muchos. Hay que joderse.

En fin. Santander es una ciudad preciosa. En serio. Pero no me siento precisamente orgulloso de haber nacido aquí, entre señoritos, entre falsas apariencias y vecinos que mean colonia. La juventud molesta, a no ser que lleven politos de marca, con la bandera de España, y se paseen en yate a la salida de misa, antes de salir por la noche a meterse mierda en los pubs más pijos. Otros tipos de diversión están permitidos siempre que incluyan silencio y recogimiento.

Como siempre, la ciudad huele a rancio. Veremos en qué acaba este pulso entre los vecinos y el Ayuntamiento.

Seguiremos informando.

Una ciudad a pedales

Escuchando: Bicycle race (Queen)

Desde hace unos meses las bicicletas están invadiendo Santander, gracias a una iniciativa municipal para promover un transporte más ecológico en una ciudad muy pequeña con problemas de tráfico y aparcamiento mucho más grandes. Una propuesta digna de elogio y muy interesante en principio, que se ha llevado a la práctica de una forma que me parece un tanto discutible, para variar.

Pongámonos en antecedentes. Hace un par de veranos el ayuntamiento puso a disposición de los ciudadanos algunas bicicletas, en algunos puntos muy turísticos de la ciudad. Fue una iniciativa tímida pero que tuvo un desbordante éxito. Las bicicletas se podían coger durante una hora, de manera gratuita. Sólo había que solicitarla en una caseta ubicada junto a ellas.

Todo hay que decirlo, llevo desde entonces buscado un buen momento para coger una, porque si es cierto eso de que montar en bicicleta no se olvida, entoncés sé hacerlo. Hace años que no me subo en una. Claro, que con los cambios que han introducido en el sistema de préstamo de bicicletas, no será gracias al ayuntamiento si lo hago. No me convence, gracias.

Y es que viendo el éxito del invento, las mentes pensantes de nuestro consistorio han decidido ir un paso más allá, y han implementado un sistema de préstamo (de momento, es gratis; a partir de octubre ya no lo será) más automatizado y ambicioso, a imagen del que ya existe en otras ciudades.

Ahora, uno puede coger una bicicleta en una de las paradas existentes en la ciudad (el objetivo es llegar a 200 unidades distribuidas en 15 estaciones), usarla durante un tiempo máximo de 24 horas y dejarla aparcada en otra parada. De este modo se pueden realizar todos los desplazamientos que sean necesarios, de manera cómoda y sencilla. O así nos lo intentan vender, cual moto.

Dicho así, suena bastante bien. Pero el tema comienza a hacer aguas a poco que uno investigue. En primer lugar, está de más promocionar un transporte tan ecológico como la bicicleta en una ciudad en la que los carriles-bici son brillantes. Brillan, pero por su ausencia. Los que existen son testimoniales, y válidos únicamente para dar un corto paseo por algunas zonas turísticas alejadas del centro. Los que se están proyectando siguen la misma idea. Pero si uno realmente piensa utilizar una bicicleta para moverse por la ciudad, tendrá que jugarse el tipo en medio de una circulación generalmente infernal. Primero llenamos la ciudad de bicis, luego ya pensaremos por dónde circularán: ese parece el plan maestro de nuestro ayuntamiento. Esto es: mucho transporte verde, pero de cara a la galería, por aparentar. No es necesario que sea práctico, ni una verdadera alternativa.

Empezamos mal, pero la cosa va a peor. La concesión del sistema de préstamo de bicis se la ha llevado una empresa francesa, que ya ha implantado esto mismo en otras ciudades españolas (Sevilla, por ejemplo). No sé si alguien se habrá leído la página web del servicio, porque incluso han dejado alguna frase en francés. En fin.

Navegando por esa página, nos podemos enterar de los detalles. Existen tres tipos de abonos: diarios, semanales y anuales. Con cualquiera de ellos podemos hacer uso de tantas bicicletas como queramos, cada una de ellas durante 24 horas seguidas como máximo, y con el límite que indica el abono correspondiente: un día, una semana, un año. De momento, el servicio es gratis, y a partir de octubre se hará de pago. Por los precios que se manejan en otras ciudades, algo asequible… en caso de resultar realmente práctico.

Para el abono diario y el semanal el mecanismo es idéntico: uno se acerca a la parada de bicicletas, indica el abono deseado, pasa una tarjeta de crédito o débito, y ya puede retirar una bicicleta. Cuando termine el desplazamiento (o antes de que pasen 24 horas) ha de entregarla en esa u otra parada (donde haya sitio; en caso de no haberlo, en cada parada se puede consultar el estado de las otras, y tendremos 15 minutos extra para acercarnos a ellas), y vuelta a empezar. Para el abono anual, hay que solicitar una tarjeta especial (mediante carta a un apartado postal, bienvenidos al siglo XIX), que envían al domicilio, y con la que se puede utilizar el servicio durante un año, igual que en los casos anteriores.

Leyendo los detalles del servicio pronto encontramos la palabra clave de todo esto: fianza. Sí, aunque todo esto de momento resulte gratis, hay un detalle que hay que tener en cuenta. Cada vez que se obtenga un abono, cualquiera que sea, se nos va a cobrar una fianza de 150 €, cantidad que será retenida durante la duración del abono. Esto es: nos quitan de la cuenta 150 € durante un día, una semana, o un año, dependiendo del caso. Trasncurrido ese tiempo, nos devuelven ese importe… aunque ya señalan que los bancos pueden tardar hasta 15 días en hacerlo efectivo (nunca entenderé ese tipo de cosas, en los tiempos que corren).

En la práctica: uno coge una bici para dar un paseo, y se queda sin 150 € durante, al menos, dos semanas. Si es un abono anual, nos despedimos de ese dinero durante todo un año (por lo que parece, en ese caso renuevan la fianza cada 15 días, con lo cual el dinero aparecerá y desaparecerá de nuestra cuenta cual Guadiana…)

Por supuesto, en caso de que la bicicleta desaparezca, nos quedamos sin fianza (es lo justo), pero también si la bici sufre desperfectos (así, en general) o si la entregamos pasado el plazo establecido (un minuto o media hora tarde, da igual).

Entiendo que de alguna forma la empresa se tiene que cubrir las espaldas ante los desperfectos que pueda hacer la gente, pero cobrarse una fianza de ese pelo, porque sí y sin otra opción, incluso cuando se ha solicitado un abono anual y hemos tenido que enviar todos nuestros datos, me parece excesivo… Sólo podrá usar las bicis municipales quien tenga tarjeta de crédito y 150 € en el banco que no necesite urgentemente. Ah, pues muy bien. Un cálculo rápido: se pretende llegar a tener un parque de 200 bicicletas. Si cada una de ellas se alquila al menos una vez al día (en media, ya que habrá muchas que se utilicen varias veces, y otras ninguna), la empresa adjudicataria dispondrá en su cuenta bancaria de unas 200 fianzas diarias. Eso son 30000 €. A poco que mueva el dinero, los intereses de eso son un pellizco interesante, ¿no?

Me resulta también llamativo el método de prestar la bicicleta durante todo un día. Es decir, hasta pasadas 24 horas no hay ninguna obligación de devolverla a una parada. Un sistema que hace que el préstamo se enfoque más a una excursión dominguera en bici que a un medio de transporte puntual para moverse por la ciudad. Supongo que esto cambie si cuando comience a ser de pago, se cobra por horas, como hace la misma empresa en Sevilla… Mientras, me imagino que este verano será habitual ver un montón de estas bicicletas por la playa (cuando lo ideal sería dejarlas aparcadas siempre en sus paradas, para favorecer su movilidad)

No sé, no me acaba de convencer, algo lógico cuando hay de por medio tarjetas de crédito y cobros de fianza con condiciones un tanto difusas. En cualquier caso, lo realmente atractivo de todo esto sería tener el pase anual para poder usar una bicicleta siempre que apetezca; ahora, que si eso significa que durante un año me voy a quedar sin 150 €, igual es cuestión de valorar si merece la pena usar este servicio… o comprarse una bicicleta, que por ese precio ya las hay, incluso plegables.

En fin. Santander es una ciudad muy moderna, y ya tenemos incluso bicis oficiales para hacernos los ecológicos. Repito, sin carriles útiles para circular con ellas, de cara a la galería y aparentando, claro. Como es habitual por aquí.

Seguiremos informando.

Con orden y sin concierto

Escuchando: Sex is not the enemy (Garbage)

Curioso revuelo el que ha llevado una noticia de Cantabria a los titulares nacionales. El asunto es sencillo: una institución que recibe una subvención del gobierno regional incumple uno de los principales requisitos para beneficiarse de ella, ergo esa ayuda se elimina. De cajón, ¿no?

Pues no: desde hace unos días no se oyen más que vestudiras rasgadas. La institución es un colegio. Un colegio privado, del Opus, para más señas. La subvención es el concierto que tiene desde hace años, mediante el cual recibe fondos del gobierno a cambio de ofrecer educación gratuita (que al final nunca es tal: siempre hay cuotas semi-voluntarias, semi-obligatorias por actividades extraescolares, donativos o desgaste de patios).

El requisito que se incumple es bien sencillo: no discriminar por razones de sexo. Y como resulta que en ese colegio sólo admiten niños, a los que enseñan sólo profesores varones (las niñas van a un colegio anexo, otro, bien separaditas) no sé muy bien a qué viene tanta discusión.

Nuestro presidente, Revilluca, muchas veces habla más de lo que debe, o donde no debe. Pero en este caso, su carácter campechano ha servido para que lo deje más que claro, transparente: «Si tienen interés en que haya concierto, acogerse a esta condición que exigimos no creo que sea tanto problema, salvo que sea una cuestión ideológica rara«.

Es un ejercicio curioso leer los comentarios a las noticias relacionadas con el asunto: cacicada, cruzada contra el Opus, limitación de libertades… ¿pero estamos locos o qué? Cada cual que lleve a sus niños al colegio donde quiera… para que aprendan. Si lo que se quiere no es eso, sino adoctrinarlos, entonces tendrá que pagarlo de su bolsillo. El dinero del estado tiene que servir para que todo el mundo tenga acceso a una educación, no para financiar sectas por encima de las reglas del juego.

Que conste en acta que quien escribe estas líneas fue a un colegio privado, religioso y concertado. Y durante toda la EGB, sólo fui a clase con niños. En BUP el colegio se hizo mixto, cuendo teníamos una edad muy mala para esos sustos. Una educación diferenciada por sexos puede ser interesante para ciertas ideologías que no comparto, pero no me parece nada sano. En absoluto, y al contrario: creo que es el germen de comportamientos sexistas y machistas. Esos niños tendrán profesoras y compañeras en la Universidad. Y posiblemente, una jefa en la empresa en la que trabajen en el futuro. No creemos traumas innecesarios desde la infancia. O bien, si hay padres que quieren hacerlo, insisto, que se paguen ellos el capricho.

El colegio Torrevelo recurrirá la decisión, y piensa usar todos los recursos legales que estén a su alcance para recuperar su concierto, y además que se lo concedan también al colegio de niñas. Interesante, veremos a ver si el sentido común se mantiene, o alguien da su brazo a torcer.

Seguiremos informando.

Banak [donde el precio no] Importa

Escuchando: For the price of a cup of tea (Belle And Sebastian)

Hay gente que se sabe ganar a pulso las hojas de reclamaciones. Esta mañana me he encontrado con otro caso, clarísimo.

Teníamos un vale que canjear, fruto de un regalo navideño, en la tienda que Banak Importa tiene en Santander. Hemos estado curioseando por su local, hasta encontrar dos artículos que nos han convencido, dentro de nuestro presupuesto. Teníamos que pagar algo más, además del importe del vale, pero merecía la pena.

Uno de los artículos lo cogimos directamente de la exposición de la tienda. Precio marcado: 27,50 €. Al cobrarnos, lo incluyen en el ticket de compra con un precio de 29 €. Nos damos cuenta, y se lo comentamos a la dependienta. Y nos responde que a ella le consta el precio que le dice el ordenador al introducir el código de barras, y que no lo puede cambiar. Que como están etiquetando la tienda, que igual hay errores.

A continuación, y como si la cosa no fuese con ella, nos pide que firmemos el recibo de la tarjeta. Ignorando nuestros comentarios, nos cobra el precio que ella quiere: 29 €.

Esto es, para que no queden dudas: cogemos de su tienda un producto marcado con un precio, con su etiqueta pegada dejándolo bien claro. En caja nos lo cobran a otro precio (superior), a conciencia y sabiendo que han cometido un error al etiquetarlo. Y por supuesto, al pagar y pedir a continuación una hoja de reclamaciones, obtenemos un trato que casi casi se podría calificar de arrabalero y pendenciero («bueno, si es así podéis poner una hoja de reclamaciones«, «ya le contaremos al inspector nuestra versión«.

En fin, sólo es un euro y medio… pero me parece increíble que alguien, sabiendo que lo está haciendo mal, que se ha equivocado, traslade sus errores al cliente, y se gane una hoja de reclamaciones por no ceder. Alucino. Este es uno de esos detalles que da tan mala fama a los comercios de Santander.

Por cierto, que al llegar a casa hemos descubierto que el otro artículo, que nos han traído del almacén o a saber de dónde, tiene un precio en la etiqueta inferior (dos euros, esta vez) al que nos han cobrado. Ahora dudamos si volver el lunes a añadir otra hoja de reclamaciones, o pasar de estar luchando todo el día, y confiar en que con la primera les peguen un toque.

Allá ellos. Tienen al menos una hoja de reclamaciones con un ticket en el que pone un precio, y una etiqueta del mismo producto, con otro valor. Que le cuenten al inspector su película. Y que les aprovechen sus euros de redondeo , pero ojalá les caiga una buena multa. Me alegraría un montón.

Banak Importa. Una tienda donde no hay que ir mirando los precios, por dos razones. La primera, porque son bastante caros, y es un local más apto para caprichos que para compras mirando el euro.

La segunda razón por la que no hay que mirar los precios es porque tienen un valor orientativo. Luego cobrarán otro importe, de manera totalmente aleatoria. E ilegal, claro.

Seguiremos informando.

Los peligros de quemar banderas

Escuchando: Warheads (Extreme)

Ayer, sábado, hubo manifestación por las calles de Santander, como símbolo de protesta por la masacre de Gaza. A pesar del habitual pasotismo de esta ciudad, se juntaron unas 3000 personas, cifra nada desdeñable.

Estuve, y con cámara. Cómo no. Así me pude volver a casa con imágenes como la que encabeza estas líneas: quemar banderas suele terminar siendo una actividad peligrosa. Afortunadamente, sólo fue un susto.

Es complicado entrar en valoraciones sobre este conflicto. Los esquemas que tienen al blanco y al negro son demasiado simplistas, y hay un montón de matices que se quedan en el tintero.

Me he acordado estos días de un compañero israelí que tuve cuando trabaja en un Proyecto Europeo de la universidad (sí, nunca entendí el criterio de selección de países). Se trataba de un tipo peculiar, del que recuerdo especialmente dos anécdotas. La primera de ellas tuvo lugar cuando vino a una reunión a Santander. Nos contaba que se había dado una vuelta en autobús municipal por la ciudad, sólo por el placer de saber que no iba a estallar.

En otra ocasión, nos encontrábamos reunidos en París cuando Estados Unidos comenzó su invasión de Afganistán. En Israel saltaron las alarmas, y estuvo llamando a su familia, asegurándose de que sus hijos tenían a mano las máscaras de gas en el colegio. Detalles cotidianos allí, sobrecogedores para el resto de nosotros.

No, no tiene que ser fácil acostumbrarse a vivir en Israel. Pero eso no justifica que se puedan saltar a la torera y con chulería la normativa internacional, y los más elementales derechos humanos. Los tintes políticos del conflicto son complejos, y se me escapan en gran medida. En cualquier caso, parece de tontos utilizar las armas para vencer a un enemigo en el que cada baja genera una familia entera de potenciales terroristas suicidas.

Y sobre todo, es ridículo caer en simplificaciones peligrosas: criticar a Israel por su actuación no es lo mismo que defender el terrorismo islámico. Nadie está libre de culpa, y hace tiempo que todos tiraron su primera piedra. Espero que algún día ese conflicto pueda encauzarse de manera política, y se llegue a conseguir la estabilidad en la zona. De momento, los bombardeos y las masacres han conseguido que unos cuantos alcemos la voz para gritar que un fin, cualquiera que sea, no puede justificar determinados medios.

Voces, eso es lo que necesitamos. Voces que nos cuenten la realidad que tantas veces se intenta ocultar, voces que griten con indignación. Las necesitamos, porque motivos… motivos sobran, en Palestina, en el Congo, o a la vuelta de cualquier esquina…

Seguiremos informando.

El sobre que los llevará a la ruina

Escuchando: Thank you very much (Kaiser Chiefs)

Hace un par de días un cliente me pagó con un cheque. Fui a cobrarlo a una sucursal de la entidad bancaria en cuestión; se trata de la misma Caja que abandoné cuando uno de sus cajeros me dio un billete falso.

Me cambiaron el cheque por su equivalente en efectivo, en billetes sorprendentemente pequeños, por lo que el fajo era relativamente voluminoso. Pedí un sobre para llevarlo mejor. Tampoco pensé que iba a ser para tanto. Tras buscar uno, y guardar unos segundos de silencio mirándome, la empleada me preguntó: «¿Eres cliente de Caja Cantabria?». Ante mi negativa, procedió a reñirme por el gasto que les estaba ocasionando. Y me dio el sobre, pero como detalle excepcional. Salí de allí soltando un gracias lo más cortante posible. Una pena que me dejase tan descolocado que no acertase a responder nada mejor. O a pagarles el puto sobre, al menos.

En fin. Por cosas como ésta uno se alegra de llegar sano y salvo a fin de año. He perdido la cuenta de las veces que alguien me ha perdonado la vida.

Seguiremos informando.