De acuerdo, ¿quieren algo sencillo?

Escuchando: ok, do you want something simple? (The Gift)

The Gift - Facil de entender

Vayan mañana al concierto de The Gift. Nunca me cansaré de recomendar su música. Su concierto en el pasado Summer Festival todavía se recuerda con admiración (¡un solo de theremín!). Mañana vuelven a Santander para mostrar otra de sus facetas y llenar con sus canciones un teatro, el de Tantín. Las entradas tienen precios populares y -aunque deberían estar agotadas- aún quedan algunas.

No se lo piensen. Si lo que vemos mañana sobre el escenario es la mitad de bueno que el dvd que han editado recientemente (y que tengo en edición extendida y portuguesa por casualidades de la vida), su concierto será un auténtico regalo. Nunca mejor dicho.

Seguiremos informando.

Pelouse au repos

Escuchando: Parklife (Blur)

Nube sobre el Parque de Las Llamas

Hace unos días encontré una revista National Geographic de hace algunos meses, dedicada a los Parques Nacionales. En ella, uno de sus artículos se centraba en los parques urbanos. En concreto hablaba de París, pero se complementaba con reflexiones sobre las ventajas de los espacios verdes en las ciudades: es de sentido común pensarlo, pero se han realizado estudios que demuestran que aquellos que viven cerca de parques o jardines consiguen olvidarse del estrés, relajarse y, en definitiva, vivir mejor.

Pensando en París y en otras ciudades -pequeñas y grandes- que he visitado, me puse a recordar sus parques, sus zonas verdes… Comparándolos con los que tenemos en Santander llego a la conclusión de que los de fuera o son mejores, o están más cuidados, o la gente sabe disfrutar mejor de ellos, o todo a la vez.

Es inevitable pensar una vez más en la aridez de la remodelada Plaza Porticada, en el desierto de cemento que se adivina en las obras de la Plaza de Farolas, y sobre todo en el Parque de Las Llamas: en el dineral invertido para construir un recinto que, a día de hoy, me sigue sin convencer. Quizás sea porque la zona más verde esté aún en proyecto (y supongo que así seguirá hasta que unas elecciones apremien, y se recupere el ridículo y acelerado ritmo previo a su inauguración), y la parte abierta al público tenga árboles por crecer, mucho asfalto por recorrer, y todos los servicios por terminar.

Ahora que llega el otoño, se van las ganas y la temporada de tumbarse al sol; los parques se convierten en escenario de ocasionales paseos, pero no se volverán a disfrutar al cien por cien hasta la llegada de los calores de la próxima primavera. Será entonces cuando el cuerpo nos pida de nuevo un rincón agradable en el que leer, tumbarse, desconectar y oxigenarse. Y comprobaremos si Las Llamas va convirtiéndose en el parque que nos han vendido, o se queda en una carísima y aparatosa solución a medio camino.

Seguiremos informando.

¿Y tú de quién eres?

¿Canon o Nikon?

Siempre que existen dos opciones atractivas, surgen defensores, detractores, y encarnizadas discusiones. PC o Mac. Naranja o limón. Doblar o arrugar. Los Simpson o Futurama. En el mundo de la fotografía, una de las batallas más tradicionales es la que enfrenta a los usuarios de Canon con los de Nikon. ¿Qué marca es mejor? Difícil decisión.

Lo que está claro es que por experiencia, trayectoria, disponibilidad y número de usuarios, estas dos firmas siempre me han inspirado mayor confianza que el resto. No seré yo quien diga que otras marcas fabriquen malas cámaras (bueno, en el caso de HP me atrevo). Sin embargo, generalemente con Nikon y Canon se va sobre seguro: pocas veces suelen decepcionar. Es el resultado de llevar toda la vida fabricando cámaras, y de haberse adaptado convenientemente al cambio digital.

Yo soy Nikonista. Sin embargo, una de mis cámaras preferidas es una (ya) antigua Canon; y si alguien me pide consejo para comprar ahora mismo, creo que inclinaría la balanza hacia Canon. Todo ello sin dejar de estar orgulloso de ser Nikonista. ¿Cómo se explica esto?

Si hablamos de cámaras compactas, la discusión no pasa de anécdota. Mi Canon G3 es una máquina a la que guardo especial cariño, y sigue funcionando como el primer día: muy bien (ha necesitado un recambio de batería, eso sí). Nikon fabrica unas compactas muy ídem, y las que he probado siempre me han dejado buen recuerdo. Pero más allá de acostumbrarse a la disposición de las opciones y botones, cambiar de una marca a otra no causa mayor problema.

La cosa cambia cuando hablamos de cámaras réflex. Algo que hace años podría ser una discusión para profesionales, pero que es una opción cada vez más valorada por usuarios aficionados. No les quito razón. Pero uno se compra, con toda la ilusión y sus ahorros, una cámara réflex y queda atado a su marca durante una buena temporada. Comprar una cámara compacta significa tener una cámara que se disfruta tal cual hasta que se rompe o se renueva. Comprar una réflex significa entrar en un mundo de tentaciones en el que poco a poco se van adquiriendo objetivos, flashes, filtros…

Si bien algunos de estos accesorios son independientes de la marca de la cámara (filtros, trípodes…), la mayoría son específicos para Canon o Nikon, irremediablemente. Y lo que nació como una inversión en el cuerpo de la cámara y un objetivo sencillo, años después será fácil que se convierta en una colección de (costosos) objetivos, baterías y cargadores de repuesto, flashes, disparadores remotos… Si con ese arsenal en el armario, nos planteamos renovar la cámara, la elección es fácil: o seguimos con la misma marca, o tendremos un montón de cacharros inservibles en forma de accesorios incompatibles.

Por eso, decidir entre Canon, Nikon, o el resto, no es tarea trivial a la hora de comprar una cámara réflex. Si ya tenemos objetivos antiguos de cámaras de carrete de alguna marca, fácilmente inclinará la balanza hacia ella pues funcionarán sin mayor problema en nuestra digital (factores de recorte y -en el peor de los casos- autofocus aparte). Si partimos de cero la opción más inteligente es valorar lo que existe en ese momento en el mercado y decidir en consecuencia.

Cuando yo me compré mi cámara réflex, acababan de aparecer en el mercado las réflex digitales de consumo: máquinas caras, pero no tanto como hacerlas inaccesibles. Es una gama que me parece muy interesante, por una sencilla razón: si me gasto miles de euros (es una forma de hablar, hace falta tenerlos) en objetivos, sé que renovando mi cámara por otra de la misma marca podré seguir usándolos. Si me gasto miles de euros en una cámara de gama profesional, al cabo de dos años tendrá unas prestaciones que se habrán quedado algo desfasadas. Por eso, siempre me ha parecido más inteligente invertir en objetivos que en cámaras de gama alta (en mi caso, ojo, dado que no hago un uso intensivo y en condiciones extremas de ellas, que es lo que explica su diferencia de precio).

Fue en 2004 cuando decidí comprar mi cámara réflex. Por aquellas fechas, sólo dos cámaras entraban dentro de mi presupuesto: Canon 300D y Nikon D70. Después de investigar, leer, volver a investigar y volver a leer, me decidí por Nikon. La D70 era un poco más cara, pero el objetivo de serie en el kit que compré (un 18-70) era sensiblemente mejor que el 18-55 de Canon, y la cámara tenía unas prestaciones más completas. Decidí, y me convertí en Nikonista.

Tres años después a esa cámara le acompañan ya otra (de carrete, Nikon F70), otros tres objetivos, un flash, algunos filtros, un disparador infrarrojo, otra batería y alguna cosa más que me dejo en el tintero. Cuando tenga que cambiar de cámara, seguiré fiel a Nikon, para poder aprovechar todas mis compras. Y eso que últimamente no me convence demasiado lo que están lanzando en la gama de mi D70. Sobre todo por su manía de usar tarjetas SD (en lugar de las Compact Flash que he ido reuniendo en estos años).

Canon, en cambio, se ha puesto las pilas -y mucho- desde aquella 300D. Con la 350D cambiaron las tornas, y la actual 400D creo que es una compra excelente. Se trata de máquinas mucho más ligeras y compactas (aún siendo réflex), y ofrecen una calidad indiscutible. Si tuviese que elegir ahora, compraría Canon. No me arrepiento de ser Nikonista, ni mucho menos, pero hay que ser realista también. Las cámaras de Canon ofrecen la misma calidad, son más pequeñas y más baratas. Y su servicio técnico dudo que sea tan desalentador como el de Nikon España (la empresa encargada de ello, Finicon, les hace un flaco favor).

Con todo, me gusta mi pesada D70, que comienza a envejecer con dignidad ya. Me siento cómodo con ella. Además, no hay que olvidar lo más importante: que las fotos dependen más del fotógrafo que de la cámara. No por gastarse más dinero o apostar por una marca vamos a obtener mejores resultados; ésos vendrán de la práctica, y de conocer al dedillo las posibilidades de nuestro equipo, sea cual sea. Lo mejor siempre es adquirir aquella cámara que se ajuste a nuestro presupuesto y al uso que le vayamos a dar. Luego, si es Canon, Nikon o de cualquier otra marca, ya es cuestión de gustos.

Seguiremos fotografiando.

Nuevos plenos, idénticas estrategias

Escuchando: Nuevos planes, idénticas estrategias (Nacho Vegas)

Por motivos que no vienen a cuento de este ídem, ayer asistí en calidad de discreto oyente a un pleno ordinario del Parlamento de Cantabria; nunca mejor empleado el adjetivo, fue ordinario en todas sus acepciones.

La asistencia a tamaño espectáculo sólo comparable a un patio de colegio se hace más disfrutable (por decirlo de alguna forma, se me ocurren mil maneras mejores de pasar el rato) cuando uno conoce la verdad sobre alguno de los asuntos a tratar. Una verdad que no se decubre allí, ni mucho menos. Pero que sirve para poder valorar a las personas que nos representan, para descubrir las verdades a medias, que también son mentiras a medio camino, las malas formas, la falta de educación, de seriedad, las malas artes y los gestos nerviosos. Todo un espectáculo, bochornoso.

Y en medio de todo ello, nuestro presidente de Cantabria. Que una cosa es que haga el payaso cuando se pasea por las televisiones, y otra muy distinta es que se pase todo un pleno haciendo dibujos de vaquitas y paisajes. Patético.

En fin. Al final, el único púlpito que voy a recordar con agrado va a ser el de la imagen que acompaña estas líneas.

Da igual; yo, como buen occidental,
sé nadar igual que un pez, un pez en un mar de mediocridad…

Seguiremos informando.

Reflexiones en el espejo

Escuchando: My lovely mirror (The Gift)

reflexiones

Al final van a tener razón los que dicen que soy un poco inquieto. Tengo un nuevo weblog. O algo parecido. Desde hace tiempo que le doy vueltas en la cabeza a la idea de escribir algunos artículos sobre fotografía; sobre nada en particular: divagaciones, ideas, experiencias, consejos… Sin ánimo de aleccionar a nadie, sólo para compartir, pensar en alto, y también recibir comentarios y sugerencias.

Como esos escritos desentonarían un poco aquí, donde todo es más breve, informal y personal, he decidido trasladarlos a mi página sobre fotografía, Ojo Espejo. Así ha nacido reflexiones, un nuevo rincón en el que escribiré periódicamente lo que se me vaya ocurriendo sobre la teoría, filosofía y práctica de la fotografía. Sin orden ni concierto, pero con rigor y una opinión muy personal: la mía.

Lo que allí escriba aparecerá también en esta página, en forma de avance o adelanto. El que quiera leerlo completo (si es que hay alguien) sólo tendrá que seguir el correspondiente enlace. De hecho, si miran unas líneas más abajo se encontrarán ya un par de artículos en formato resumido, con los que he inaugurado mis reflexiones: una pequeña bienvenida, y unas líneas dedicadas a pensar sobre el retoque fotográfico. Espero que les guste.

Seguiremos ideando.

El nuevo cuarto oscuro

Playa de Mogro, con y sin retoque

Retocar o no retocar, he ahí la cuestión. Con la llegada de la fotografía digital, y el acceso a potentes programas de edición de imágenes, la tentación siempre está ahí. Si realmente es esa la cuestión, la respuesta no es nada fácil. En realidad, creo que hay una incógnita que hay que resolver antes: ¿qué entendemos por retocar?

Existen opiniones contrarias a cualquier uso y abuso de Photoshop, The Gimp o similar; puristas que piensan que cualquier edición desvirtúa el espíritu original de la imagen. La fotografía debe ser aquello que captó la cámara en un momento determinado, y nada más. Es una visión romántica y cercana al espíritu de la fotografía tradicional. Un punto de vista que al principio compartía; con el paso del tiempo, sin embargo, he comprobado que tiene truco, que su razonamiento tiene algún aspecto criticable.

En mi opinión, el auténtico espíritu de la fotografía consiste en aislar un trozo de realidad, encuadrarlo en un visor, y capturarlo tal y como lo vemos. Quizás, añadiendo algo de nuestra parte, jugando con la luz para resaltar, dramatizar, jugar, crear. En cualquier caso, se tratará de una visión personal. ¿Por qué reducirlo entonces al resultado obtenido en el momento del disparo, sometiéndose a las limitaciones técnicas del aparato, de la luz, de la premura del momento?

La fotografía tradicional también tenía -tiene- truco. A partir de un negativo, el proceso de positivado es todo un arte en el que se aplican toda suerte de técnicas para resaltar, dramatizar, jugar, crear. Un programa informático de edición de imágenes es tan importante para la fotografía digital como lo era una ampliadora para la fotografía tradicional. Photoshop es el nuevo cuarto oscuro.

Usar una cámara digital para almacenar, imprimir o revelar las fotografías sin ningún tipo de edición es como usar una buena cámara de carrete y revelar el resultado mediante copias baratas en una hora. Es efectivo, práctico, y en muchos casos más que suficiente. Sin embargo, no se aprovecha el potencial de la cámara ni de las imágenes al cien por cien.

Se puede confiar en la cámara para realizar ciertos ajustes, incluso algo de procesado (saturación, efectos, etcétera) pero siempre se obtendrán mejores resultados si esa edición se realiza individualmente para cada imagen, con la comodidad y potencia de un ordenador. Y no se trata de falsear la fotografía, sino de intentar que se parezca a lo que teníamos delante de los ojos a la hora de disparar. O quizás a la imagen mental que nos formamos al disparar.

Siempre hay límites, por supuesto. En el caso del fotoperiodismo, resulta poco ético alterar las fotografías de tal forma que se modifique la información contenida en ellas: eliminar personas, fondos, objetos… Sin embargo, un ajuste de niveles, curvas, ruido, saturación y enfoque más que recomendable es necesario. La diferencia puede ser abismal. No podemos pretender con ello salvar una fotografía mala, pero sí mejorar aún más una buena imagen.

Otro ejemplo claro es el del formato RAW que incorporan ya muchas cámaras, sobre todo en la gama profesional. En dicho formato, se almacena la información tal y como la capta la cámara, sin ningún tratamiento posterior, ni siquiera su codificación a JPEG. Posteriormente, con el correspondiente programa informático se generará a partir de este negativo digital (de eso se trata, realmente) una imagen final con los ajustes que nosotros queramos: control de exposición, balance de blancos… Positivado digital, al fin y al cabo.

En resumen: si por retocar una foto entendemos poner nuestra cara en el cuerpo de un famoso, estirar las orejas a lo Spock a alguien que nos caiga mal, forzar unos colores chillones o añadir un ovni, habrá casos en los que esté de más. En otros, será un ejercicio divertido.

Si por retocar una foto, en cambio, entendemos sacar todo el potencial de la información digital obtenida por la cámara, e intentar que se aproxime en mayor medida a la foto que teníamos en la cabeza a la hora de disparar, bienvenidos sean los programas de retoque. ¿Por qué guardar un recuerdo con el horizonte torcido, colores apagados y amarillentos de un instante especial, si en realidad no era así?

El retoque fotográfico no se ha inventado con la fotografía digital, ni mucho menos. Sólo se ha generalizado. Y siempre habrá quien lo use con mesura y buen gusto, y quien lo utilice para falsificar o espantar. No culpemos a las herramientas de sus malos usos.

Seguiremos fotografiando.

¡Vámonos pa CuVa!

Escuchando: Big City Secret (Joseph Arthur)

Anda que no tenía yo ganas ni nada… ¿De qué? De poder contarlo.

Esta mañana, en una rueda de prensa, se ha desvelado un proyecto del que me hace mucha ilusión formar parte. CuVa, Cultura y Vanguardia, es un festival que se celebrará en Santander entre el 6 y el 8 de diciembre (unas fechas festivas y fantásticas).

El concepto detrás de CuVa me gusta mucho: se trata de abrir un auditorio considerado tradicionalmente como elitista, a otras músicas, a otros públicos. El Palacio de Festivales es la sede habitual en Santander de conciertos de música clásica, teatro, ópera, danza… en ocasiones se han programado recitales más mundanos, pero se ha tratado de casos puntuales. Hasta ahora.

Durante esos tres días se cambiarán los zapatos por las deportivas, los trajes por las camisetas y los pantalones vaqueros, las corbatas por las gafas de pasta. O por lo que se quiera. El objetivo es disfrutar de una serie de conciertos de música independiente en una sala pequeña, y acompañarlo todo con unas cuantas actividades paralelas.

Por ejemplo, se proyectarán un par de películas (una sobre Flaming Lips, otra sobre The Pixies), se podrá asistir a un par de mesas redondas, se ambientarán los interludios con sesiones de DJs…

Sobre el cartel musical, no puedo ser objetivo. Aparte de contar con duetos tan irrepetibles como Nacho Vegas y Christina Rosenvinge, el resto de bandas propuestas incluye dos nombres que son, para mí, un auténtico regalo. Los autralianos Dirty Three (densos, tensos, tristes, geniales) y el norteamericano Joseph Arthur (lo descubrí con In The Sun, pero cada uno de sus discos me parece una auténtica joya) estarán en Santander, quién me lo iba a decir.

A todo esto hay que sumarle un pequeño detalle. EL festival incluirá también una exposición de fotografía. De mis fotografías, en concreto. Se llamará Centesimal y estará dedicada a mis imágenes de conciertos. Aún no me creo del todo que vaya a exponer en el Palacio de Festivales, que vaya a colgar allí mis fotografías.

Sí, tenía ganas de poder contarlo. Nos vemos en CuVA.

Seguiremos informando.

Bienvenidos

Hace años no me preocupaba mucho por las cámaras de fotos: sólo eran esos trastos en los que a duras penas conseguía poner un carrete sin ayuda, y que me servían para volver con recuerdos de algún viaje o celebración familiar. Por no hablar de la cámara de mi padre, pequeña pero llena de cifras, anillos y símbolos que se escapaban a mi entendimiento.

Luego llegó la fotografía digital. Me gasté mis ahorros en una cámara digital Kodak que aún conservo, que funciona como el primer día (esto es: de una forma muy simple) y que en su día provocaba asombro: ¡no costaba dinero hacer fotos!

Con ella aprendí, básicamente, a fotografiarlo todo. A buscar motivos en lo extraordinario, pero también en lo cotidiano. Aprendí a encuadrar, a buscar el momento adecuado… y a perderlo por culpa de su retraso en el disparador. Fue el momento de seguir gastando dinero, y hacerse con una cámara, digital, con controles manuales.

Me encanta esa cámara que compré, marca Canon. Sigue siendo una de mis favoritas. Con ella aprendí lo que significaban los tiempos de exposición, aperturas y demás galimatías. Y lo aprendí a base de disparar y disparar y disparar. Al principio, cualquier intento de apartarme de su modo automático era el método más infalible para arruinar una imagen que la cámara por sí sola habría capturado sin problemas. Pero con el tiempo fui aprendiendo a manejarme, y entre viajes, disparos y mil pruebas, acabé con una réflex digital en la mano y un agujero en el bolsillo.

Una cámara réflex es un salto abismal, un cambio al que tardé un poco en acostumbrarme, pero del que nunca me arrepentiré. A pesar de sus peligros: desde entonces mi mochila para los aperos fotográficos ha ido llenándose (y desbordándose) de objetivos, flashes, filtros…

Por último, en mi ilógica evolución inversa, he terminado con cámaras de carrete, modernas, antiguas, muy antiguas. Me encantan, y las colecciono. Quizás me quede mucho por aprender, pero al menos ya soy capaz de entenderme con la cámara de mi padre.

La fotografía, en todos estos años (que no han sido tantos: seis) se ha convertido en la principal de mis aficiones, y en fuente de muchas satisfacciones. Eso sí, las mejores fotografías son siempre las que tengo por hacer, las mejores técnicas las que me quedan por probar. Me queda mucho camino y no pretendo enseñar ni aleccionar a nadie desde esta página; mi objetivo es mucho más humilde: compartir, divagar, pensar con letra impresa, aprender de las sugerencias de los demás…

Bienvenidos todos a este rincón. Seguiremos fotografiando.