Instantánea

Escuchando: El ojo espejo (Maga)

Como soy un caprichoso, acabo de abrir un fotoblog. Esto es, otro blog, pero con menos palabras y cediendo el protagonismo a mis fotografías. No me atrevo a decir que publicaré una por día, pero lo intentaré: es mi intención. De momento ya tiene algunas de estos últimos días.

El objetivo real detrás de esta nueva aventura no es exhibir mis imágenes -que también- sino forzarme a coger la cámara más a menudo. Últimamente he estado metido en la rutina de disparar muchas fotos en un evento (boda, concierto, reportaje, lo que sea), pasarme horas editándolas, y dejar aparcado el equipo hasta el siguiente sarao. Quiero volver a la costumbre de tener una cámara siempre a mano, pararme a fotografiar si algo me llama la atención, o esforzarme en buscar un motivo curioso dentro de lo cotidiano. De eso va Instantánea.

Espero que les guste, seguiremos fotografiando.

PD: En la parte técnica no me he complicado mucho. He usado el gestor de fotoblogs Pixelpost, y la fantástica plantilla Dark Matter que he descubierto gracias a Inocuo. Un retoque por aquí, otro por acá, y listo.

Azúcar, sal y otros ingredientes minúsculos

Se denomina fotografía macro a aquella en la que el motivo a retratar es más pequeño que el negativo o sensor de la cámara. En palabras comunes: son fotografías de cosas muy pequeñas. Pero mucho. Es una técnica utilizada habitualmente para fotografiar insectos o flores, por ejemplo. Muchas cámaras compactas incluyen un modo macro (indicado mediante el icono de una flor) que pueden llegar a ofrecer resultados sorprendentes. Mi cámara «de emergencia«, una Sony compacta, se desenvuelve bastante bien en las distancias cortas. Como muestra, un botón:

En cambio, para jugar en este campo con una cámara réflex (y disfrutar del control y calidad que ésta nos ofrece), necesitamos un objetivo que permita enfocar a muy poca distancia. Hay objetivos diseñados específicamente para este fin, pero no suelen ser precisamente baratos. Por suerte, con un poco de ingenio y mucho menos presupuesto también se pueden realizar algunos experimentos interesantes. Lo que aparece en la imagen que encabeza estas líneas es azúcar común. La fotografía está tomada con mi cámara, un objetivo muy sencillo, y un tubo de extensión que me ha costado menos de diez euros.

[OE]¿Qué es eso de un tubo de extensión? Muy sencillo, es lo que su nombre indica: un pequeño tubo de metal que se coloca entre el cuerpo de la cámara y el objetivo, para separar más éste del plano focal. Lo que conseguimos así es reducir enormemente la distancia a la que podemos enfocar. El tubo que he comprado dispone de varias secciones desmontables para variar su longitud y enfatizar así más o menos el efecto de ampliación. En concreto, consta de cinco partes: una se acopla al cuerpo de la cámara, otra al objetivo a utilizar, y las otras tres se pueden colocar de una en una o combinadas, en medio de las dos anteriores para «extender» el tubo más o menos. Lo he comprado vía Hong Kong, por lo que las instrucciones se limitan a una simple hoja escrita en perfecto (supongo) chino, pero lo básico son unas tablas con distancias de enfoque… aunque no las he he hecho mucho caso, he ido probando quitando y poniendo secciones.

Barato, sencillo, divertido… ¿cuáles son sus inconvenientes? Está claro que se trata de un elemento más cercano al bricolaje que a la alta tecnología. El principal problema al utilizarlo es la pérdida de la comunicación entre el objetivo y la cámara. Perdemos todo el control electrónico sobre nuestro objetivo, y tenemos que fotografiar de modo totalmente manual, sin ninguna ayuda. Esto se aplica al enfoque, pero también a los valores de velocidad y apertura, que tendremos que introducir directamente en el objetivo, sin ayuda del fotómetro de la cámara. Menos mal que en la era digital el método de ensayo y error está a la orden del día (también nos podemos ayudar de un fotómetro de mano). Como consencuencia de lo anterior, sólo podremos utilizar objetivos en los que los valores de la apertura se puedan especificar en el mismo objetivo: muchas lentes modernas ceden este control a la cámara, y con ellas será imposible disparar al montar el tubo de extensión. Comprobar si nuestro objetivo vale o no vale es bien sencillo: basta con buscar en el mismo un anillo que nos permita seleccionar un valor de f (además del anillo de enfoque, también necesario). Si lo tiene, adelante. Si no, mala suerte.

Para mis primeros experimentos he utilizado mi querido objetivo 50mm f 1,8. Se trata además de una lente muy luminosa (se puede utilizar con valores de apertura muy grandes -f pequeña- lo que permite que entre mucha luz), ideal para ayudarnos a enfocar cuando tengamos el tubo montado en la cámara, ya que al mirar por el visor, lo veremos todo mucho más oscuro que de costumbre. El truco es usar el menor valor de f (más luz) para ayudarnos en las labores de enfoque manual, y un valor de f elevado (menos luz, luego necesitaremos un tiempo de exposición mayor) a la hora de disparar, ya que si no lo hacemos, la combinación de una apertura grande y el tubo de extensión nos dará como resultado una profundidad de campo minúscula con la que será difícil sacar enfocado al completo cualquier objeto, por pequeño que éste sea. Este proceso de usar un valor mínimo de f para enfocar y el real a la hora de disparar es el mismo método que utiliza automáticamente nuestra cámara en situaciones normales, por cierto.

Otro ejemplo: granos de sal común.

Como la velocidad de disparo será relativamente lenta, es más que recomendable (obligatorio, me atrevería a decir) el uso de un trípode. En mis fotografías de azúcar y sal me he ayudado además de la luz de un flash. Como no tenía manera de sincronizar automáticamente el destello del flash con el disparo, he usado un modo que tiene mi unidad llamado «luz de modelado«, en el que emite una serie de destellos rápidos muy seguidos, durante un par de segundos. Preparaba la escena, activaba el flash, y realizaba la toma con el disparador remoto mientras el flash seguía activo.

Otra imagen que he realizado usando el tubo de extensión ha sido la de un minúsculo viajero siguiendo un camino de granos de sal. La figura está comprada en una juguetería técnica, es una de las que se usan para maquetas ferroviarias. Está puesta «en pie» usando un poco de blu-tack (demasiado, se ve el pegote bajo su pie izquierdo), y en este caso he utilizado el tubo en su configuración mínima: uniendo directamente la parte del cuerpo con la del objetivo, sin extensiones intermedias. No me ayudé del flash esta vez, usé tan solo luz ambiente.

Tendré que seguir experimentando y aprendiendo nuevos trucos para sacar todo el partido a esta forma de acercarse a la fotografía macro. No me cabe ninguna duda, eso sí, de que ha sido una buena compra.

Seguriemos informando.

El chollo del día

Escuchando: Love will tear us apart (Joy Division)

No importa que el diario Público no sea de su agrado: lo pueden comprar y tirar a la basura, si se empeñan. Lo importante es que conserven la película que regalan hoy: 24 Hour Party People, una genial visión del Manchester de Joy Division. Por un euro, la única excusa aceptable para no hacerse con ella hoy es la mía: ya hace tiempo que me compré esa joya.

Seguiremos informando.

Cuva, con V de Varsovia

Escuchando: En alas del deseo (Varsovia)

Ayer se presentó la nueva edición del festival CuVa (Cultura y Vanguardia), que tendrá lugar en el Palacio de Festivales del 5 al 7 de diciembre. Sobra decir que se trata de una cita a la que tengo especial cariño: el año pasado gracias a ella tuve la oportunidad de exponer mis fotografías de conciertos (en principio unos días, que finalmente se convirtieron en meses).

Este año la propuesta es igualmente atractiva: una exposición de un curioso ilustrador (Jorge Alderete), mercadillo de vinilos, mesas redondas, proyección de documentales, y música, mucha música. Personajes míticos como John Cale, bandas de culto como Low o artistas entrañables como Josh Rouse se acercarán a Santander esos días. Un auténtico lujo.

Como curiosidad, uno de los grupos que participará en el festival esconde una entrañable historia. Varsovia fue una banda que editó un disco a finales de los ochenta, dentro del movimiento de la Movida en Cantabria (por estos lares se llamó Marejada). Han estado dos décadas alejados de los escenarios, y se reúnen por primera vez para esta festival. He estado en alguno de sus ensayos y suenan bien, muy bien. Mejor que en el disco que editaron, al eliminar arreglos demasiado ochenteros y quedarse con un sonido más crudo y directo. Se están tomando este regreso con una ilusión envidiable; tiene que ser muy curioso retomar un proyecto así después de tantos años.

El otro día estuve haciéndoles algunas fotos promocionales (la que aparece sobre estas líneas, por ejemplo, que es la que se ha usado en la web del festival), y me cazaron en plena faena, en una tarde con exceso de lluvia y falta de tiempo: gracias, Javi, por el vídeo.

Nos vemos en Cuva. Seguiremos informando.

Viajando a otros mundos aún más pequeños

Escuchando: Por qué evadirse a otros mundos aún más pequeños (Manta Ray)

Esta tarde he estado jugando un rato con el último trasto que he añadido al equipo fotográfico, una tontería que entra más dentro del campo del bricolaje que de la alta tecnología, pero que tiene su aquel. De momento, aquí queda esta imagen, protagonizada por un pequeño viajero. Digo pequeño, y digo bien: para hacerse una idea de la escala, lo que aparece a la derecha no son piedras, sino minúsculos cristales de sal común.

En cuanto tenga un rato preparo una explicación un poco más detallada acerca del material y método que he utilizado. Prometido.

Seguiremos informando.

PD: Todo bien por aquí, aunque escriba menos.

SIMO (Descanse en paz)

Escuchando: Rest in peace (Stiltskin)

Corría el año 2001 y conectarse a Internet era una odisea (de despacio). Ese año por fin conseguí acercarme a Madrid, a la meca tecnológica que por entonces representaba la feria SIMO. Originalmente diseñado como el Salón Internacional del Mobiliario de Oficina (¡wow!), era el lugar ideal para cacharrear con lo próximo en tecnología. En la foto, arqueología pura, se me puede ver posando al lado de un iMac, el abuelo del ordenador desde el que escribo estas líneas. Es más, lo que se ve en su pantalla es mi página web de aquella época. Ya se me había olvidado cómo era. Qué tiempos aquellos.

Se convirtió en costumbre anual visitar el SIMO, generalmente con Fito, y el viaje se llenó de rutinas: el tren en el que siempre nos encontrábamos los mismos, el metro hacia Ifema, leerse el correo y saludar desde el stand de Apple… Con los años, se iba adquiriendo veteranía. Ya no cogíamos todos los papeles y folletos con los que nos asaltaban (el papel pesa, mucho), ya no nos sorprendía la escasez de ropa ni la largura de las piernas de las azafatas (un recurso explotado hasta convertirlo en una ridícula seña de identidad de la feria), y muchas veces ya íbamos a tiro hecho. Allí compré alguno de mis móviles más avanzados (para la época), investigué sobre la compra de mi primer portátil, hice algún que otro negocio y chanchullo, pude jugar y convencerme -año tras año- de que Mac OS X era el sistema operativo que necesitaba…

Son muchas anécdotas y muchos recuerdos los que guardo de aquellas agotadoras excursiones. Pero con los años, la visita a la feria se convirtió más en una excusa para visitar la capital, Malasaña y a los amigos, que una razón de peso. Cada vez eran menos pabellones, menos los fabricantes que exponían en ellos, y las novedades más escasas edición tras edición. La última vez que estuve salí de allí con la impresión de haber visitado una feria de fabricantes chinos de memorias usb y colgantes luminosos para el móvil. Muy triste.

Por eso, no me ha sorprendido leer la noticia de la cancelación del SIMO de este año, a un mes de su celebración. Se veía venir. Pero que no le echen la culpa a la crisis. No. La feria ya estaba herida de muerte desde hace, al menos, tres años. Se celebraba más por inercia que por interés. Se había convertido en un circo en el que la gente se pegaba por un pisapapeles de promoción, en el que el aspecto profesional pesaba cada vez menos, como la ropa de las azafatas. ¿Crisis? Sí, la de una feria que perdía atractivo por momentos y que las empresas abandonaban antes de que se hundiese con sus expositores dentro. Dicen que volverá con energías renovadas en 2009. Lo creeré cuando lo vea.

Seguiremos informando.

PD: ¿Fue en 2001 mi primera visita al SIMO? Al menos es el primer año del que tengo fotos. Pero claro, mi primera cámara digital fue de ese año, así que puede que fuese alguna vez antes. Sin fotografías, pierdo la memoria.

Espero portarme bien (Parte II – Simyo)

Escuchando: Monkey gone to Heaven (Pixies)

Desde hacía unos meses tenía en un teléfono viejo una tarjeta prepago de Simyo, esa operadora virtual (usa la red de Orange) que basa su canal de comunicación con el cliente en la web. Al principio fallaba bastante, luego cada vez menos. Las tarifas de datos eran bastante apetitosas (al menos para el uso que yo puedo dar a ese tipo de conexiones: esporádicas desde la agenda electrónica), y los precios muy competitivos.. sobre todo, sencillos. Con una operadora «de las grandes«, saber cuánto cuesta una llamada o una conexión de datos pasa por indagar entre tarifas crípticas y limitaciones variadas.

Con Simyo, haces una llamada, te conectas o mandas un mesaje, y cuando terminas puedes consultar en la web cuánto ha costado. Con todos sus detalles, de forma sencilla, gratuita, y sin complicaciones, al menos hasta la fecha.

Además, mi tarjeta prepago tenía (y tiene aún, vaya) una promoción mediante la cual tengo 5 € al mes, hasta fin de año, para gastar en conexiones a Internet. Ideal para hacer mil pruebas, la mayoría de ellas satisfactorias. Leerse el correo, escribir en twitter o consultar una página web desde mi veterana Palm no es tan vistoso como hacerlo desde un iPhone, supongo, pero es mucho más personalizable y barato.

Hice mis cálculos, también: comparé mis últimas facturas de Vodafone con lo que me habría gastado con Simyo, y los resultados no dejaban lugar a dudas. Por lo que me cobraba Vodafone (el consumo mínimo, básicamente), podría hablar lo mismo,o más, e incluir hasta 500 megas al mes de conexiones de datos. SIn contar además con las llamadas gratuitas (10 minutos en cada una) entre teléfonos de Simyo.

Hace poco, además, implementaron el servicio de aviso de llamadas perdidas, con lo que me animé a pasar mi número a su compañía. Solicité la portabilidad, y tres minutos después Vodafone me ofrecía gratis un terminal de gama alta, y no sé cuántos descuentos en la factura. Firmando permanencia, claro. No me quedaban ganas.

La nueva tarjeta SIM llegó unos días mas tarde, con tiempo de sobra para el día del cambio. Mientras Simyo me mandaba mensajes amables de bienvenida («Enhorabuena, dentro de 12 horas la espera habrá terminado y podrás cambiar tu antigua SIM por la de Simyo. Bienvenido a tu propia telefonía móvil«) Vodafone se encargaba de dejarme estos últimos días la linea pelada, como me confesaron en Atención al Cliente: me desactivaron los mensajes multimeda, el acceso por web a mis facturas… ha sido la causa de mi última bronca con ellos.

Hoy por la mañana he encendido por fin mi móvil con mi nueva tarjeta naranja. Más mensajes de bienvenida, otros con configuraciones, y aparentemente ningún problema. La red de Ono ha tardado unas horas en encontrar de nuevo mi número, pero ya lo hace con normalidad. Me ha costado configurar la PDA para conectarme a Internet, pero ha sido cosa de pelearme con mi Nokia, no con Simyo. Todas las demás pruebas apuntan a que vuelvo a estar comunicado, igual que antes, pero de una forma más barata. Sobre todo gracias a la rebaja en las tarifas que ha realizado Simyo esta semana: ahora las llamadas cuestan 8 céntimos al minuto, uno menos que antes. Mejor aún.

En resumen: ¿por qué pagar más a cambio de estar en una compañía de peso, si al final funciona de pena y tratan a los clientes como si fuesen una molestia? Para eso prefiero pagar menos, y si estoy descontento, tener la posibilidad de irme sin complicaciones. Veremos si mi decisión ha sido acertada.

Seguiremos informando.

¿Pero dónde he dejado la…?

Escuchando: Lost and found (Phoenix)

Soy moreno; delgado; despistado. Ésto último en grado suficiente como para llevar una foto a revelar en mi memoria USB, y al cabo de una hora no saber dónde está esa memoria. Después de mucho pensar y buscar, llegué a la conclusión de que la había perdido por la calle. Maldición. No es que valgan muy caras, no es que contuviese archivos insustituibles… pero sí tenía cosas que no me hacía ninguna gracia que circulasen por ahí. Por ejemplo, una fotocopia de mi DNI que suelo llevar encima, digitalizada, para poder imprimirla en cualquier parte, si se tercia.

Cuando las cosas caen en malas manos, las consecuencias pueden ser imprevisibles. Cuando caen en buenas manos, el resultado es una renovada fé en el género humano. Hay gente capaz de encontrarse una memoria en el suelo, llevarla a casa, mirar su contenido, ver un carnet de identidad y acercarse corriendo -en un día de perros- a la dirección indicada para devolverla. Mil gracias.

Soy despistado, pero tengo una suerte considerable. Intentaré no tentarla tan a menudo.

Seguiremos informando.