Escuchando: Every you, every me (Placebo)
El fin de semana ha sido largo, y muy musical… como era de esperar, habiendo festival de por medio. Tres días de conciertos en el monte Kobeta, en Bilbao, dan para mucho, aunque se vaya a un ritmo bastante relajado: los conciertos de primera hora de la tarde nos los perdimos por cuestiones de horario o por cambiarlos por paseos, pintxos y compras por el Casco.
El jueves llegamos al concierto de Editors (muy buenos, como siempre, y con temas nuevos… una pena verlos siempre de dia -tres veces llevo ya- ) y comprobamos lo fácil es que meterse en una maraña de 18.000 personas fuera de tu ciudad y encontrarse una cara conocida cada media hora.
La noche terminó con el concierto de Depeche Mode, espectáculo asegurado. Quizás me gustó más el directo que vi de su gira anterior (tampoco se puede comparar un concierto al viejo estilo con una actuación en un macro-festival) pero las canciones nuevas sonaron mejor que en el disco, y los clásicos lucieron como siempre. David Gahan, su líder, acababa de pasar por quirófano hace poco, pero lo dio todo. Demasiado, quizás: parece que acabó con un desgarro en un gemelo y suspendió el concierto previsto en Sevilla para el domingo.
El viernes llegamos al festival con los últimos acordes de Supergrass, justo a tiempo para abochornarnos con el lamentable espectáculo que dieron Babyshambles. Si el cantante no se beneficiase a Kate Moss, no les corearía ni el tato. Vale, ha compuesto algunos singles muy pegadizos, pero en directo… en directo es de vergüenza ajena. Fatal. Para pegarles bofetadas y no parar.
Las comparaciones son odiosas, y el conciertazo que se marcaron justo después Dave Matthews Band fue de órdago. Virtuosismo, buen sonido, grandes canciones y mucha garra en el escenario. Un concierto redondo, de lo mejorcito del fin de semana. Después, Chris Cornell (el que fuera líder de Soundgarden y Audioslave) se marcó un recital un tanto desconcertante (versión de Jacko incluida) que me dejó bastante frío. Y vino bien la calma con la que me lo tomé para disfrutar del siguiente: Kaiser Chiefs.
A los Kaiser los descubrí en directo como teloneros de U2, y con el tiempo justo se lucieron de lo lindo. En la gira de su segundo disco, en cambio, me aburrieron a la cuarta canción. El viernes, en Bilbao, me volvieron a encantar. Supongo que el ánimo, el momento y el lugar desde donde se vea un concierto influye mucho en el efecto que nos produce la música, pero el caso es que no paramos de botar y gritar todos y cada uno de los hits que se marcaron. Conciertazo, divertidísimo, con un cantante que ha perdido la mitad de sus kilos, haciendo el hooligan (se metió una buena galleta, de hecho) y un repertorio muy bien elegido. Bravo por ellos.
Jane’s Addiction sonaron perfectos, aunue no les sigo mucho y no son de mi estilo. Los vi a lo lejos, mientras cenaba. Eso sí, tocaron a un volumen brutal que pasó factura a los siguientes: Echo & The Bunnymen parecían interpretar música de ascensor en comparación. Qué grande y qué elegantes son. Con The Killing Moon y la luna brillando enfrente del escenario dimos por cerrada la segunda jornada.
El sábado aprovechamos el día para hacer compras (quedarse en casa de un amigo muy cerca de fnac, y con una tienda de juegos de mesa enfrente del portal era demasiado tentador) y pegarnos un homenaje en La Taberna de los Mundos. Al festival llegamos cuando tocaba esa verbena multicultural llamada Asian Dub Foundation. Siempre montan un barullo divertidísimo, y es imposible no botar con Fortress Europe.
Después tocaron Primal Scream. Para mi gusto se recrean demasiado en su imagen de macarras y malotes y se olvidan de otros detalles menores. De sonar en condiciones, o de cantar medianamente bien, por ejemplo. Mira que tienen temazos, y cómo se empeñan en ensuciarlos con desgana de estrellas de rock’n’roll. Sonaron, objetivamente, como el culo, pero hubo gente a la que les apasionó y otros (mi caso) a los que nos dejó indiferentes. O yo había bebido muy poco, o ellos mucho. Las dos cosas, posiblemente.
El festival tuvo después su punto álgido. Placebo son de otro planeta, por lo menos. No voy a gastar palabras intentando describirlo. Aquello fue inmenso. Las canciones de su nuevo disco ya encandilaron al público, y cuando tiraron de clásicos aquello se caía. Toda una experiencia.
Después de reponer fuerzas (había que probar los talos, por la cosa de integrarse) y de pegar unos botes en la carpa pop, dimos por cerrado el festival. Era la primera vez que iba a este de Bilbao, y la experiencia ha resultado muy gratificante. Da gusto, además, ver cómo un ayuntamiento se involucra tanto en el asunto. Metro abierto toda la noche, autobuses-lanzadera a tutiplén… Ya podían aprender otros, y no miro a nadie.
El próximo festival lo juego en casa. No creo que supere esto, pero por Rinçerose ya merecerá la pena.
Seguiremos informando.