Un día sin escribir aquí y se me acumulan mil pequeñas historias que contar… Así que me dispongo a dejarlas salir, y lo harán de forma desordenada y caótica, seguramente. Avisados quedan ustedes…
Llevo desde el jueves por la tarde asimilando una noticia, triste, inesperada… algo que una vez que ha pasado, puedo llegar a entender un poco, pero que me dejó el cuerpo muy mal cuando me enteré. En fin, si así será mejor, que así sea.
Si hablamos de cosas más mundanas, el jueves también recuperé la confianza en las cámaras digitales de Sony. Qué barbaridad. Qué cosas más bonita, pequeña, completa, qué pedazo de pantalla. Claro, que también vi ese monstruo que es la Nikon D70 y que espero tener algún día en las manos (plural, con una no la abarco). Se admiten donativos para la causa.
Ayer viernes el día comenzó con la presentación de otro V-Pinero. Pablo, apurando el plazo hasta el límite, se volvió a casa con su flamante Sobresaliente 10, nota estándar de la temporada proyectil Julio 2004. Enhorabuena a los premiaos.
Y por la tarde, playa. Esto del deporte es muy malo. Y adictivo, que es lo peor. Esta semana hemos jugado cuatro tardes al voley, o sea más que en muchos veranos. Lo hemos cogido con ganas, y no es para menos, porque la verdad es que nos lo pasamos genial, nos echamos unas risas, y de vez en cuando hasta nos (o mejor dicho, me) sale alguna jugada que no se puede clasificar en las dos categorías habituales (léase: «lamentable» o «de chiripa»)
Después del partido, quedamos para tomar unas pinchos y unas cañas. Creo que esta vez todos teníamos asumido eso de que «me voy a casa prontito» es un mito, y salimos con una mezcla de ganas de quemarla y de reservarnos para hoy (que tenemos una pseudo-despedida soltero de Carlos…)
La noche prometía: luna llena, una temperatura genial, mucha gente… y conciertos en varias plazas de la ciudad, desde orquestas rusas hasta jazz en templetes bajo luz lunar y de farolas. Precisamente para tirar algunas fotos de los conciertos, salí armado con la cámara….
Una pena que no pude acercarme a una de las propuestas más originales que he visto en esta ciudad en mucho tiempo: una representación nocturna de El sueño de una noche de verano, en el bosque del parque de Mataleñas. Con la noche que hizo, y esa luna presidiendo, tuvo que ser algo muy especial…
En cualquier caso, entre nuestras ganas de fiesta, los líquidos espiritosos y mi cámara, me volví a casa con una colección de fotos absolutamente inclasificables, en especial gracias al afán de protagonismo de alguno (y no miro a nadie, Carlines…) Aparecerán en mi página, pero con contraseña. Mejor con contraseña, sí.
Por cierto, que ayer en uno de los sitios en los que estuvimos picando algo, escuché una canción que me llamó mucho la atención. Y lo hizo porque pertenece a un disco que hacía muuuchos años que no escuchaba, el otro día me dió el capricho y me lo bajé del emule (no he hecho nada malo, mi hermana lo tiene original en casette, así que es una copia privada y legal…) Christina y los Subterráneos. Puede que sea un poco empalagoso y demasiado popero, pero hay canciones ahí que me gustan mucho. Como esa que empieza diciendo «400 golpes contra la pared, han sido bastantes para aprender…» La misma que escuché ayer por la noche, y que me hizo pensar que la vida está llena de pequeñas casualidades. Lo que la hace más divertida, todo sea dicho…
Y esta mañana me he despertado con los gritos de mi sobrino (¡despiértate, despiértate, despiértate, despiértate!), fase previa a que apareciese en mi habitación con un fonendo y un aparato de medir la tensión, para concluír que estaba muy malito y que no me tenía que levantar de la cama. Le hice caso durante un buen rato…
Y nada más… disfruten ustedes del fin de semana. Yo espero seguir haciéndolo.