Escuchando: Personal Jesus (Depeche Mode)
Un año más vuelven los ritos tétricos a las calles, habrá que tomárselo con humor…
Seguiremos informando…
Escuchando: Personal Jesus (Depeche Mode)
Un año más vuelven los ritos tétricos a las calles, habrá que tomárselo con humor…
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El pasado viernes, nuestros paisanos Estereotypo presentaron su nuevo disco (Love Your City) en la BNS de Santander, dentro de una gira que los está llevando por grandes salas de todo el país (este fin de semana andan por la Razzmatazz).
El concierto fue una fiesta, sus nuevas canciones son un puñado de himnos bailables y el sonido estuvo a la altura, todo un logro en ese recinto. Fotográficamente hablando, fue todo un reto, eso sí: no hay nada peor que la iluminación roja para intentar inmortalizar un concierto, y aquí todo estaba en contra: poca luz, y roja; escenario rojo; vestuario rojo… Vamos, todas las papeletas para salir de allí con la tarjeta de la cámara llena de borrones. Rojos, claro.
Al final conseguí unas cuantas fotos más que presentables. Como mi cámara en temas de ruido no está para lanzar cohetes, monté mi habitual 50mm en su máxima apertura (f1.8) para poder usar valores bajos de ISO y velocidades de disparo razonables. Con un poco de maña, algunos encuadres bien buscados, y un rato de post-procesado para afinar los detalles (en casos así, disparar en formato RAW es fundamental), he conseguido un pequeño reportaje de una gran noche.
Seguiremos fotografiando.
Antes de escribir sobre juegos más modernos o sofisticados, quiero terminar de hacer un repaso a los clásicos que toda ludoteca debería tener. En esta ocasión me centraré en el juego de los palillos chinos o Mikado.
El Mikado es un juego ancestral, del que ya se tienen referencias en escritos budistas del siglo V antes de Cristo. Parece ser además que el nombre hace referencia a un término actualmente obsoleto que se usaba para denominar al emperador de Japón.
El juego es tremendamente sencillo: se deja caer al azar un haz de palillos (habitualmente de madera) y los jugadores intentan por turnos retirarlos de la mesa, de uno en uno y sin que se muevan las demás varillas en el proceso. Si algún otro palillo se mueve, termina el turno del jugador.
Escuchando: School’s rules (Phoenix)
Esta mañana me han llamado para darme la noticia: ha terminado el proceso burocrático y el de selección, y parece que volveré de nuevo a la Universidad, pero esta vez como profesor asociado, con unas pocas horas a la semana en las que echaré una mano en temas de bases de datos y de programación. Así que… seguiremos enseñando.
Escuchando: Virtuality (Rush)
Hace unas semanas estaba dando una charla sobre Redes Sociales en un colegio y conté una anécdota propia, una batallita de abuelo: corría el año 1995, más o menos, y acababa de empezar la carrera de Teleco. Algunos compañeros de clase se iban transformando en amiguetes, y uno de ellos (¡ese Berni!) estaba una tarde metiendo comandos crípticos en un ordenador del aula de informática. Le pregunté: ¿qué es eso? Y recuerdo perfectamente su respuesta: Es Internet.
Y es que parece mentira, pero hubo un tiempo en el que no teníamos a mano Internet, ni Google ni nada de eso. Y algunos lo fuimos descubriendo poco a poco, en la Universidad. Fue una época en la que todo era nuevo, y nos pasábamos el día investigando, probando y haciendo trastadas. Con el tiempo, la Universidad proporcionó a los estudiantes una dirección de correo y acceso a Internet a través de un servidor Linux, todo en modo texto. Cuando pillábamos algún equipo libre con entorno gráfico y podíamos arrancar un Netscape era una fiesta. Pero por lo general nos conformábamos con leer el correo con Pine, navegar sin imágenes con Lynx, meternos en algún IRC, o chatear con otros usuarios de la universidad, antes de que llegase el Messenger y sus florituras.
Con los años, las cuentas de correo se asignaron automáticamente a todos los estudiantes (el nombre de usuario estaba formado por las siglas uc más un número), pero como nosotros las habíamos pedido mucho antes, nuestros usuarios denotaban veteranía. El mío era el uc54. Y con ese nombre de usuario pasé muchas horas conectado al servidor de la Universidad a través del que los alumnos accedíamos a Internet. Un servidor mítico, por aquellas fechas: el cclx1.
Con el tiempo, llegaron los navegadores tal y como los conocemos ahora, las conexiones a Internet se hicieron más comunes, accesibles y coloridas. Pasar por el cclx1 fue perdiendo sentido, y un día llegó el final: el Centro de Cálculo (hoy Servicio de Informática) iba a apagarlo definitivamente.
La imagen que encabeza estas líneas es la prueba de que, como homenaje nostálgico, permanecí conectado al servidor hasta su final, el 15 de diciembre de 1999, a las 10:44 de la mañana. Hice una captura de pantalla del momento, la imprimí, y adornó mi puesto de trabajo en la Universidad durante años. Incluso sufrió los efectos de unas goteras, que arrugaron el papel en la pared.
Hace unos días, en una visita a la sala donde pasé tanto tiempo (qué grande, el V-Pino) volví a encontrar esa vieja captura de pantalla y me la traje a casa. Sí, sé que todo esto es muy friki, pero estoy seguro de que a más de uno leer estas líneas le habrá traído muchos y buenos recuerdos. ¿O no?
Seguiremos informando.
Escuchando: Las hermanas Sánchez (Abraham Boba)
Desconciertos, ese es el nombre del ciclo que este año está acercando interesantes propuestas musicales a dos escenarios de Santander. El primero, uno de los teatros más conocidos de la ciudad, fue el lugar donde se pudo disfrutar de las músicas de Giant Sand y de Cracker (este último me lo perdí, lástima). Aún pasará por allí la maravillosa Dayna Kurtz en mayo. Recomendarlo es poco.
Pero no quería hablar de esos conciertos. Quería compartir el descubrimiento del otro foco musical de la propuesta: el Café de Las Artes, un espacio que desconocía hasta la llegada de estos conciertos. Se trata de una sala con una decoración muy especial, pensada para dar cabida a todo tipo de espectáculos. El fin de semana pasado visité allí una exposición fotográfica (dentro del festival Foconorte), y el próximo me acercaré a disfrutar de su espectáculo de Cabaret.
Cuando se trata de conciertos, este Café ha demostrado tener una atmósfera muy especial: iluminación cálida (ideal para sentirse cómodo, lo peor para hacer fotografías), butacas, sillas y sillones de todo tipo y condición, cojines para las primeras filas y un escenario rodeado por el público convierten la sala en un espacio ideal para disfrutar de las músicas del ciclo. Unas músicas que, hasta la fecha, están resultando sorprendentes. Le Loup se encargaron de inaugurar el ciclo, Brian Hunt de continuarlo (otro que me perdí), y Abraham Boba nos encandiló construyendo sus canciones en público hace unos días.
En abril el islandés Mugison tomará el relevo. Promete, y mucho; como el resto de conciertos. Ojalá el público siga respondiendo tan bien, algo de agradecer cuando las propuestas son más arriesgadas y sorprendentes de lo habitual en esta ciudad.
Seguiremos informando.
Retomo el repaso a nuestra ludoteca, dedicando unas líneas a uno de los juegos de palabras más famosos que existen, si no el que más: el Scrabble. O mejor dicho: Intelect, que es el que tenemos en casa. Se trata de una versión del juego fabricada en España por Falomir, idéntico en todos sus aspectos a Scrabble (siempre me ha sorprendido el catálogo de esta marca patria, muy inspirado en otras) excepto en un par de pequeños detalles: la ausencia de comodines (Scrabble incluye dos fichas en blanco que pueden sustituir a cualquier letra) y su precio (sensiblemente más económico).
Fue uno de los primeros juegos que compramos juntos para nuestra casa, por lo que le tenemos especial cariño. Más ella, supongo: siempre gana. En cualquier caso, Scrabble o Intelect son dos grandes juegos, imprescindibles para los aficionados a los juegos con letras y palabras, todo un mundo.
Nuestra versión de Intelect es la básica. No es la única que fabrica Falomir: existe una versión más cuidada llamada Luxe, otra para niños (Junior), versiones magnéticas en tamaño normal y de viaje (no muy prácticas, por lo que he oído: las fichas son muy finas), un Intelect 3D (en el que las letras se pueden apilar, un clon del juego Palabras Arriba que tuve de niño), e incluso un Intelect Vertical que es una mezcla del juego con el Conecta 4 (Coloca 4 según Falomir).
De Scrabble se distribuyen en España también varias versiones: la clásica y una Junior para niños son las más habituales, pero existe también Mi primer Scrabble, ediciones de viaje y de bolsillo (magnética ésta última), y versiones con dados y cartas. Me centraré en esta ocasión en las versiones tradicionales o clásicas del juego.
Scrabble es un juego con solera. A principios de los años 30 del pasado siglo, el norteamericano Alfred Mosher Butts ideó Lexico, un juego de palabras sin tablero que al cabo de un tiempo evolucionó, perfeccionó sus reglas y pasó a jugarse en un tablero de 15×15 (como el actual) con el nombre de Criss-Crosswords. El nombre ya indica su mecánica de juego: las palabras cruzadas, al estilo de los crucigramas.
En 1948, James Brunot -amigo de Butts- se lanzó a la aventura de comercializar el juego a gran escala, simplificando las reglas de puntuación y cambiando su nombre a Scrabble. Tras unos años de fabricación artesanal en los que la empresa perdía dinero continuamente, la fama del juego fue creciendo y los pedidos se multiplicaron. El resto es historia, se ha convertido en un entretenimiento universalmente conocido, y sus fichas de plástico con una letra y su puntuación son todo un icono (hasta el punto de tener tipografías exclusivas, como la que he utilizado para el título de esta página).
El tablero de Intelect es idéntico al de Scrabble: una cuadrícula de 15×15 casillas, algunas de ellas coloreadas indicando puntuación especial al usarlas. Existen 98 fichas cada una de ellas con una letra y su puntuación correspondiente. La distribución de letras y sus cantidades varían de un idioma a otro, para adecuarse a cada país. Scrabble incluye además, como contaba antes, dos fichas en blanco que sirven como comodines: pueden sustituir a cualquier letra pero no suman puntos. Las fichas de Intelect son de madera, mientras que las de Scrabble son de plástico.
La mecánica del juego es muy fácil. Cada jugador coge 7 letras al azar y las coloca en su atril. Se selecciona a la persona encargada de abrir la partida, y ésta coloca una palabra en el tablero pasando por la casilla central, anotando el número de puntos conseguido. Al utilizar la casilla central, la puntuación se multipilica por dos.
Calcular las puntuaciones es sencillo: se suman los valores de cada una de las letras utilizadas. Existen casillas especiales que modifican la puntuación: doble letra, triple letra, doble palabra, y triple palabra. Esto es, si utilizamos al escribir una palabra una casilla de doble o triple letra contaremos el doble o el triple (respectivamente) del valor indicado en la ficha utilizada en esa casilla.
Si la casilla que utilizamos es de doble o triple palabra, se suma normalmente el valor de todas las letras y el resultado final se multiplica por 2 ó 3, según corresponda. Se pueden utilizar varias bonificaciones en una misma palabra; por ejemplo, podemos utilizar puntos dobles en un letra, y triplicar el resultado final de la suma de puntos de la palabra. Todo es cuestión de elegir bien las casillas a utilizar.
Se pueden extender palabras ya existentes: si está escrito NUECES podemos añadir CASCA y generar la palabra CASCANUECES. En este caso contaremos la puntuación de todas las letras de la palabra, no sólo de las cinco que hemos añadido. Eso sí, para las bonificaciones de puntos en casillas especiales sólo cuentan las cinco letras añadidas. Si se utilizan las 7 fichas del atril en un único turno, se obtiene una bonificación adicional de 50 puntos.
Además de extender palabras, lo normal es crear otras nuevas, que deben cruzarse con alguna existente, al estilo de los crucigramas. Ojo, que todo lo que se escriba en el tablero debe tener sentido, en horizontal y en vertical. Es frecuente que al escribir una palabra en horizontal, se generen nuevas palabras en vertical, o viceversa. Todas cuentan para la puntuación, y las fichas comunes se cuentan para cada palabra creada. Se admiten todos los términos que aparezcan en el diccionario, conjugaciones verbales incluidas, y nombres propios y abreviaturas excluidos. Durante todas las partidas suele haber alguna polémica, por lo que no es mala idea tener un diccionario a mano para resolver dudas (¡pero sólo para eso!).
Cuando un jugador termina su turno (extendiendo o añadiendo una única palabra en horizontal o en vertical), suma sus puntos, los añade a su puntuación total, y coge tantas letras como haya utilizado para reponer su atril.
El juego termina cuando ya no quedan más fichas disponibles para coger. Los jugadores continuan la partida hasta que colocan todas sus letras, si es posible. Si alguno de ellos termina con fichas en su poder (por no poder crear con ellas ya ninguna palabra) resta de su puntuación final el valor de esas letras. Si un jugador termina sin fichas, suma a su puntuación final los puntos de las letras en posesión del resto de jugadores. La persona con mayor número de puntos gana la partida.
La clave del juego es, sin duda, tener un buen vocabulario (sobre todo de palabras cortas, exclamaciones, interjecciones, etc.) y buena vista para utilizar las casillas con bonificaciones especiales. Hay que recordar que el objetivo es conseguir el mayor número de puntos, y eso no siempre se consigue utilizando muchas fichas, sino las justas y necesarias. Vamos a ver un par de ejemplos de esto (seleccionados con ayuda de la experta de la casa en Intelect).
Primer ejemplo. El tablero de juego está aformado por las siguientes palabras:
En nuestro atril, disponemos de las letras V (4 puntos) y S (1 punto).
Una buena opción es escribir la palabra VES utilizando la E de HUELLAS, tal y como se muestra en la imagen:
La letra V la hemos colocado en una casilla de doble palabra, por lo que el recuento de puntos será: V (4 puntos) + E (1 punto) + S (1 punto) = 6 puntos, que se multiplican por dos gracias a la casilla especial. Total: 12 puntos.
Veamos una alternativa. En lugar de escribir VES, vamos a utilizar nuestras dos letras para extender la palabra ACÁ y convertirla en VACAS (los acentos no se tienen en cuenta en este juego). Además, al hacerlo creamos otras dos palabras en vertical: VI y SAL.
Calculemos la puntuación con esta jugada. Por la palabra VACAS obtenemos la suma de los puntos de sus letras, con la S puntuando doble. 4 + 1 + 3 + 1 + 2×1 = 11 puntos.
Por la palabra VI conseguimos 4 + 1 = 5 puntos.
Por último, con la palabra SAL (la S vuelve a puntuar doble) obtenemos 2×1 + 1 + 1 = 4 puntos.
La puntuación total de esta jugada es por tanto 11 + 5 + 4 = 20 puntos, 8 puntos más que con la primera opción que habíamos valorado. Vemos que con las mismas fichas obtenemos mejor o peor puntuación dependiendo de dónde las coloquemos, qué casillas de bonificación podamos aprovechar, y cuántas palabras generemos mediante cruces con las ya existentes.
Veamos otro ejemplo. En este caso el tablero se encuentra tal y como se muestra a continuación:
En el atril disponemos de las siguientes fichas:
Podemos utiizar gran parte de nuestras fichas para escribir SENADO aprovechando la N de IMAN.
No cubrimos ninguna casilla de bonificación, por lo que la puntuación obtenida es directamente la suma de cada letra: 1 + 1 + 1 + 1 + 2 + 1 = 7 puntos.
En cambio, con una única ficha podemos obtener una puntuación mayor, si aprovechamos la A de IMAN para escribir AH, colocando la H en una casilla de puntuación triple de letra.
La puntuación en este caso es 1 + 4×3 = 13 puntos. Casi el doble, y sólo hemos utilizado una de nuestras fichas.
La fama del Scrabble ha trascendido el ámbito del tablero, y existen versiones para ordenador, consolas, dispositivos portátiles e incluso ha llegado a las secciones de pasatiempos de los periódicos. Así, el diario Público suele incluir retos de Scrabble, creados por Enric Hernández, campeón del mundo de Scrabble en 2008. Propone un tablero y 7 letras, y el objetivo es conseguir el mayor número de puntos. Lo habitual es que gran parte de las palabras que utiliza no las conozca de nada.
Como ya he contado, en casa no tenemos Scrabble, tenemos Intelect. Pero no sólo uno, tenemos una edición infantil, recuperada hace poco de un trastero, de marca CEFA (Celulosa Fabril, por entonces). Toda una joya arqueológica.
Esta edición tiene un tablero con dos caras. La parte azul tiene impresas algunas palabras, y el objetivo del juego es ir «cubriéndolas» con las fichas correspondientes, obteniendo un punto por cada palabra terminada. Está pensado para los niños más pequeños.
La otra cara del tablero es naranja y sus casillas están limpias, sin letras ni bonificaciones. El mecanismo en este caso es similar al juego para adultos, pero simplificando la puntuación: un punto por letra, independientemente de cual sea.
Las fichas de este vetusto Intelect infantil son de plástico (como las de Scrabble), pero no disponen de puntuación, para hacer el juego más sencillo. En la siguiente imagen se compara una ficha de Intelect infantil con otra del Intelect actual.
No jugamos a la versión infantil, pero algunas de sus fichas tienen especial protagonismo en casa. El cartel de nuestro cuarto de los juguetes está creado con ellas.
Para terminar, una anécdota. De viaje por Guadalajara, visitamos el pueblo de Pastrana, aparcando el coche en la Plaza del Moco. Cuando volvimos a por él, descubrimos que junto a un contenedor de basura alguien había dejado unas cuantas cajas de juegos. Nada interesante, salvo un Intelect edición Luxe, totalmente impoluto y sin estrenar. A saber por qué había terminado en la basura, pero una amiga se lo acabó llevando para casa.
En fin: así es el Scrabble, o el Intelect, lo que tengáis más a mano. Uno de esos juegos básicos en cualquier ludoteca, sobre todo para aficionados a jugar con palabras. No es el único juego que tenemos con esa temática, pero el resto los dejo para posteriores entregas.
Seguiremos jugando.
Enlaces:
Página oficial de Scrabble
Falomir Juegos
Scrabble en la Wikipedia
Scrabble (e Intelect) en GameBoardGeek
Escuchando: Golden Heart (Mark Knopfler)
Sí, hoy es San Valentín. Afortunadamente, los dos pensamos lo mismo en ese sentido: cualquier otro día es una fecha mejor para demostrar afectos y amoríos. San Corte Inglés satura y edulcora en exceso.
Sin embargo, hoy hemos terminado con el corazón encima de la mesa. El frío y la pereza han conseguido que baje a por el pan y el periódico algo más tarde de lo habitual. Resultado: mi panadera se había quedado sin existencias, y sólo tenía pan sin sal, o de San Valentín. Haciendo de migas corazón opté por la segunda opción.
Eso sí, duró poco. El hambre nos rompió el corazón.
Seguiremos informando.
Escuchando: We can work it out (The Beatles)
Este fin de semana está resultando de lo más frío. Días ideales para quedarse en casa, con una peli y una manta a mano. Va a ser el plan para hoy. Ayer, sin embargo, pasamos la tarde del sábado fuera de casa. Y una vez decididos a lanzarnos al mundo exterior, intentamos aprovechar bien el tiempo.
La tarde comenzó dedicando la sobremesa para visitar el cine Los Ángeles, para ver Donde viven los monstruos. División de opiniones a la salida, a mí me gustó mucho. Eso sí, no sé que habrán entendido de la película el montón de niños que llenaba la sala. No me pareció, en absoluto, una película para críos.
Después del cine nos acercamos hasta el Palacete del Embarcadero, para visitar la exposición sobre Paco Roca y el proceso de creación de su cómic Arrugas. Me perdí la inauguración y su firma de ejemplares, pero ya tenía ganas de ver esta muestra (una de las dos que tenemos en la ciudad ahora mismo sobre este autor, la otra está en el Faro). Sólo he leído Arrugas (tengo sus otras obras pendientes, cada vez con más ganas), pero me pareció una genialidad, uno de los acercamientos a la vejez y al Alzheimer más elegantes e inteligentes que he visto nunca. La exposición muestra bocetos del cómic y de los personajes, pero sobre todo enseña cómo fue el proceso creativo, la búsqueda de información, las anécdotas que dieron lugar a algunas escenas Totalmente recomendable. En serio.
Hacía frío y era pronto, así que la siguiente parada fue en una pastelería, para entonar y merendar.
Eran ya las ocho de la tarde, hora de acercarse a la librería Gil de Pombo, donde a pesar de la hora quedaba mucho para cerrar. Tras subir a la segunda planta, encontramos una puerta que siempre me había pasado desapercibida, y entramos en una sala blanca, desnuda de decoración, pero llena de gente y con un escenario improvisado al fondo. Los Arrancacorazones nos ofrecieron un concierto anti-San Valentín íntimo y entrañable; como todos los suyos, por otro lado. Fue un rato con buen ambiente, grandes versiones, y la colaboración de los vecinos de arriba, que aportaron unas percusiones (las ocho y media de la tarde no les parecía buena hora para la música en directo en la ciudad candidata a capital cultural europea).
Hacía frío y era pronto, así que la siguiente parada fue en un café, para entonar y jugar una partida de backgammon en una mesa que nos traía bonitos recuerdos.
La última cita de la noche era en la Plaza Porticada. Mario San Miguel y su Ejército del Amor tocaban en directo dentro de las celebraciones del carnaval. Soy un soso, lo sé, pero nunca le he visto la gracia a esa fiesta. Por eso, la hora y media de retraso del concierto se me hizo interminable, entre una sesión de música brasileira cortesía de un DJ al que tenía ganas de meterle un zapato en la boca, y uan entrega de (muchos) premios que ni me iban ni me venían.
Por fin salió Mario al escenario, y se nos olvidaron por un rato el frío y la lluvia. Afortunadamente, esta vez había una carpa donde refugiarse (la última vez que tocó allí sufrío el clima santanderino sobre el escenario, como los demás pero con el aliciente de la electricidad). Poco se puede decir de este personaje feo, loco y pobre, pero feliz. Sinceridad, fiesta y buenrrollismo a raudales, con interrupciones de muñecas hiinchables, golpes de estado, y con homenaje racinguista incluido. Mario siempre merece la pena.
Era tarde, hacía mucho frío, mis pies en lugar de dedos tenían cubitos, y el autobús nocturno pasaba en cinco minutos. Hora de retirarse a casa, calentarse con un cola-cao y terminar el día con una partida de Chromino. Perdí, pero no me importó. Fue el broche de uno de esos días en los que a pesar de todo, se le acaba cogiendo cariño a esta ciudad.
Seguiremos informando.
Escuchando: Snow – Hey Oh (Red Hot Chili Peppers)
Hoy sí que me alegro de trabajar en casa (menos mal que las excursiones y las reuniones me coincidieron ayer). Ya desde debajo del edredón me he enterado de que apenas llegábamos a tener grados positivos, y de que amenazaba nieve (me encanta mi nuevo teléfono)
No era un farol: han caído unos buenos trapos. Recuerden, esto es Santander y estamos a nivel del mar, lo que lo convierte en algo extraordinario… aunque con el invierno que llevamos, va a terminar siendo rutina.
La foto está sacada desde el balcón. Me he asomado brevemente al exterior antes de volver a sentarme aquí calentito. Sí, hoy se está bien en casa…
Seguiremos trabajando.