¡Felices Fiestas!

Aunque este rincón esté bastante abandonado, no pierdo la intención de volver a dejar caer líneas de vez en cuando. Puede ser uno de los propósitos para este próximo 2020. En cualquier caso, que tengáis todos unas muy felices fiestas y que el año nuevo venga cargado de ideas, proyectos y momentos por compartir.

Seguiremos informando.

Tatooine

Centro Botín

Hacía tiempo que no podía dedicar un ratito a juguetear con alguna de mis fotos. Sigo capturando momentos y rincones, pero muchas veces acaban guardados a la espera de revisión, edición, paciencia y tiempo.

Dejo aquí este recuerdo de una de mis visitas al Centro Botín, a finales del año pasado. Espero que os guste.

Seguiremos fotografiando.

Vamos a por 2018

Feliz 2018

Apenas tengo tiempo para repasar el año que termina. Apenas tengo tiempo, en general.

2017 lo hemos pasado a la carrera, con la lengua fuera, intentando aprender cómo gestionar esto de la familia numerosa. La parte buena me la salto, porque se sobreentiende: tres hijos como tres soles, que nos regalan momentos maravillosos. La contrapartida: la falta de sueño, de energía, de tiempo, de paciencia.

Terminamos un año en el que hemos hecho mil planes que invariablemente se han ido al traste; ha sido un 2017 de improvisación y de planes B. Ha sido un año que hemos sobrevivido. En 2018 no queremos sobrevivir, queremos vivir. Y pondremos todo nuestro empeño en ello. Que nos faltará sueño, pero no sueños.

¡Feliz entrada en 2018!

Doble primer año

Pasteles y velas

 

Cómo pasa el tiempo. Ayer nuestros pequeños cumplieron su primer año. Un año que más que vivir hemos sobrevivido, agotados, asimilando y gestionando una familia numerosa que nunca estuvo entre nuestros planes. Pero ya sabéis, la vida te lleva por caminos raros.

Cualquier esfuerzo tiene su recompensa, por supuesto. Y los grandes esfuerzos tienen recompensas descomunales. Hace un año Daniel y Noa eran dos bebés minúsculos que apenas nos atrevíamos a tocar metiendo la mano en una incubadora. Pasaron los días, crecieron y llegaron a una casa que desde entonces no volvió a ser igual. Hoy se han convertido en dos niños geniales, guapísimos y tan simpáticos como distintos. Daniel, Dani, lleva en su carga genética mi tranquilidad. Es feliz viendo la vida pasar con sus preciosos ojos claros (gracias familia por aportar genes recesivos que hemos conseguido activar) y su sonrisa de Don Juan. Para ser el más pequeño de todos, está creciendo como un jabato. Noa en cambio, dos minutos mayor, es un terremoto en tamaño más contenido. Quiere andar a toda costa y está a punto de conseguirlo. No se duerme si no es por agotamiento (de todos) y quiere tener en la mano todo lo que ve. Sea de quien sea.

 

 

Verlos jugar juntos es una maravilla. Y más cuando llega el tercero en discordia, su hermano mayor… que en realidad con tres años es poco más que otro bebé en talla XXL. El pobre lleva como puede su pérdida del trono en un año que está siendo complicado. Sus pataletas son nuestros dolores de cabeza. Pero el esto del tiempo es el hermano mayor perfecto y sus ocurrencias darían para un libro. Cuando hablen los tres esto va a ser para comprar palomitas.

 

 

Un año con tres niños de estas edades ha resultado una locura. Todavía nos sigue costando movernos en bloque. Llegamos tarde a todos lados y siempre hay alguien llorando. No necesariamente niños. Por eso se acaban valorando mucho más los pequeños logros. Esos días en los que conseguimos escaparnos de picnic. Las quedadas familiares. Las reuniones con amigos. Sin grandes aspiraciones pero con pequeños tesoros.

 

 

No habríamos llegado hasta aquí con cierta dignidad sin la ayuda de nuestra familia. De nuestros amigos. De Pocoyó. Gracias a todos. El camino que nos queda por delante no creo que vaya a ser más fácil. Pero dudo que vaya a ser más difícil. Será diferente. Con nuevos retos y nuevas alegrías. Y allí estaremos dando lo mejor de nosotros.

Ayer lo celebramos como mejor supimos. Tranquilamente, al sol, en un parque, explorando y manchándonos. ¡Hay tanto por descubrir y por aprender!

Seguiremos creciendo. Seguiremos aprendiendo, nosotros también. Y seguiremos buscando esos pequeños momentos en los que tres sonrisitas hacen olvidar cualquier otra preocupación.

¡Feliz cumpleaños, Noa! ¡Feliz cumpleaños, Daniel!

Tres años, ya

Teo

Cómo pasa el tiempo. Nuestro (ya no tan) pequeño Teo ha dejado de ser un bebé grande para convertirse en un niño que hoy cumple años, y éste último la verdad es que no se lo hemos puesto fácil. Después de dos años con papá y mamá, tocó enfrentarse al cole. Poco después, le destronaron en casa dos pequeñas criaturitas que poco a poco le van ganando espacio y tiempo. Hemos dejado atrás chupetes y pañales. En verano ha cambiado el colegio por un campus en otro centro con nuevos amigos y profesores. Y con tanto cambio, sigue alternando sus sonrisas radiantes con sus incansables pataletas, como corresponde a su edad.

Es una lástima que papá y mamá muchas veces no estemos a la altura. Están siendo meses absolutamente agotadores, compaginar a Teo con los dos mellizos es un agujero negro de energía y casi siempre estamos demasiado cansados para lidiar con la rabieta de turno. Además, a la fuerza intentamos hacerle mayor de lo que es, y cuesta aceptar que nos equivocamos riñéndole por no portarse como un adulto. Deberíamos ser nosotros un poco más niños, más a menudo. Pero el tiempo, las fuerzas y la paciencia no son infinitas, desgraciadamente.

Da igual. Nos desespera varias veces al día, pero nos lo comeríamos a besos otras tantas más. Tenemos un hijo que, aparte de guapo a rabiar, está como un roble, es divertido, alegre, cantarín, bailarín y muy charlatán. Es imposible aburrirse cuando está cerca, y sus ocurrencias darían para un libro. Promete además ser un perfecto hermano mayor, el papel que le ha tocado en nuestra pequeña casa de locos. Hoy toca celebrar sus tres años con nosotros. También los tres años que llevamos ejerciendo de padres, intentando hacerlo lo mejor posible mientras vemos cómo el tiempo pasa volando.

¡Muchas felicidades, Teo!

 

Cuarentena

Tarta

 

Nunca me costó cumplir años. Será porque he tenido la suerte de que siempre los acabo con la sensación de que han merecido la pena. Sin embargo, hace ahora justo un año entré en la cuarentena y ni lo celebré ni le pude dar mucha importancia. Fueron días bastante terribles, con demasiadas cosas en la cabeza, sorpresas inesperadas (¡mellizos!), complicaciones del embarazo, dudas, miedos, búsquedas desesperadas de colegios… un bonito follón en el que mi cumpleaños pasó con mucha más pena que gloria.

 

Velas

 

Un año después he celebrado mis 41 años en casa, con tranquilidad, con mi pequeña gran familia. Quién me lo iba a decir entonces. Entré en los cuarenta corriendo, sin mirar, apagando fuegos, y sigo parecido: sobreviviendo a cada día, sólo que con más pequeñas sonrisas por casa. Este primer año de cuarentena me ha servido para recolocar muchas prioridades y para comprobar -con mucho orgullo- que por muchos escollos que uno se encuentre siempre hay algún rodeo, siempre se encuentra alguna solución… sobre todo cuando se trabaja con la mejor compañera de equipo posible y se tiene además la suerte de tener el apoyo incondicional e inestimable de la familia. Y con familia me refiero a la de verdad, a la de sangre, a los que tanto nos ayudáis… pero también a nuestra otra familia, nuestros amigos, nuestros grandísimos amigos. Sí, somos los que siempre llegamos tarde y con sueño, los que casi nunca podemos quedar, los que nos marchamos pronto, los que casi siempre tenemos a alguien entrando o saliendo de algún virus… pero por pequeñas que hayan sido, esas quedadas nos han dado muchísimo aire. Gracias a todos ellos también.

 

Regalo chocolate

 

No tiene pinta de que con 41 años vaya a dormir mucho más (tengo asumido que vivo con más sueño que sueños), ni vaya a ponerme al día con conciertos, lecturas ni películas. No creo que pueda tener mucha más vida social que la actual, ni que los viajes puedan ser una prioridad. Pero será difícil que me veáis sin una sonrisa puesta. Porque al final en eso consiste ser padre: en comprender que todos los sacrificios merecen la pena cuando los niños te devuelven una sonrisa, unas primeras palabras, o una charla desternillante con lengua de trapo. Y sinceramente, mientras sea así, que pasen todos los años que tengan que pasar, que los seguiré disfrutando.

Seguiremos cumpliendo.

Mis 12 meses, mi fotografía

Daniel y Noa

Termina 2016 y ha sido un año muy extraño. Nunca imaginamos que lo íbamos a terminar así, como familia numerosa, cansados, con sueño atrasado de por vida, mil pequeñas preocupaciones y dos nuevos protagonistas de mis fotografías familiares.

2016 no ha tenido grandes viajes, ni mil fotografías que enseñar. Más bien ha tenido grandes momentos a recordar en familia, buenos y malos. Por eso, y por falta de calma y de tiempo, este año me saltaré mi tradición de seleccionar una foto por mes, y me quedaré con una única imagen, una de mis pequeños cuando por fin llegaron a casa y empezamos nuestra pequeña, loca y nueva rutina.

En lo fotográfico, 2016 ha sido un año de usar menos la réflex (una cámara y un objetivo pasaron a mejor vida después de 10 años) y más las pequeñas cámaras sin espejo. Olympus ganando terreno a Nikon. También ha sido el año de reordenar miles de fotografías en un mismo sitio (Lightroom) para facilitarme la vida…

Lightroom

En lo laboral, ha sido un año de pausa necesaria. En lo personal y en lo familiar ha habido momentos duros, momentos bonitos, muchos inolvidables, comienzos de colegio, lenguas de trapo, sustos, demasiadas visitas al hospital… Comenzaremos 2017 con la esperanza de seguir sobreviviendo a este ritmo que nos está trayendo de cabeza. Si podemos pedir algo, que sea salud… que del resto ya nos encargaremos nosotros y la maravillosa familia que tenemos alrededor.

Feliz entrada de año a todos. En 2017… seguiremos informando.

Abrazos prematuros

Daniel en incubadora

 

Me enteré por casualidad de que ayer se celebró el Día Mundial del Niño Prematuro. Otro día más, de tantos, si no fuese porque en este caso me tocaba muy de cerca. Hace unas semanas llegaron Daniel y Noa, antes de tiempo. Después de 15 días ingresados en la unidad de neonatología, desde hace unos días estamos ya todos en casa, con mucha ilusión y toneladas de sueño.
Se hace extraño pasar por la experiencia de celebrar la llegada de los pequeños mientras la cabeza se llena de preocupaciones sobre el porqué, el cómo y el cuándo. El respeto que producen las incubadoras, los cables, los pitidos, los cuidados con la higiene en las visitas, los protocolos… se van transformando con los días en familiaridad, en arrebatos de muestras de afecto, en cariño por un personal que se vuelca con los pacientes más pequeños del hospital.
Hemos sido muy afortunados. Nuestros pequeños llegaron antes de tiempo… y nada más. Allí coincidimos con padres (en general, pero especialmente, y por supuesto, madres) valientes, con mil miedos, con mil preguntas, y con un único objetivo: acercar poco a poco a sus pequeños a la casilla de salida. A la puerta mágica que lleva a casa. Y poco a poco fuimos formando parte de un grupo en el que las confidencias y los desahogos nos hicieron partícipes de historias felices, duras, terribles, de esperanzas, de sustos.
Pasaron los días y de repente nuestros minúsculos pequeños ya estaban listos para conocer al resto de nuestra familia. Y nosotros no estábamos seguros de estar tan listos para el reto. Pero una sola de sus sonrisas vale por un mundo. Eso compensa todo.

 

Daniel y Noa

 

Gracias a la ciencia, un bebé prematuro hoy en día es un niño que afortunadamente, generalmente, tardará un poco más en salir del hospital. Nada más. Y es maravilloso lo que se consigue hoy en día. A todos los padres que tengan que pasar por el trance: ánimo. Es duro, pero hay que mirar la parte positiva: tenemos la suerte de observar el desarrollo de las últimas semanas del embarazo con nuestros bebés delante. Tenemos la suerte de poder abrazarlos mucho antes. Y un niño con abrazos de más será un niño afortunado, sin duda.

 

Seguiremos informando.

Dudas sobre cámaras, ¿grandes o pequeñas?

Hace unos días he retirado mi primera réflex, una Nikon D70 que ha estado conmigo 10 años, unos cuantos viajes y muchísimos conciertos. Desde que compré su reemplazo (una Nikon D7000), la he estado usando menos. Quizás esa haya sido la causa, pero el hecho es que de vez en cuando se encasquilla el espejo y no vuelve a bajar al disparar. Con un buen meneo vuelve a funcionar, pero es un accidente esperando a ocurrir. Además, hace poco empezó a fallar también el objetivo que compré junto a la cámara, también con una década a sus espaldas. El Nikkor 18-70 f/3.5-4.5, que tan buenos momentos me ha dado, deja de enfocar cuando le viene en gana. Parece que también ha dado todo lo que tenía que dar. Una lástima, porque para ser un objetivo de «kit» (de los que vienen de serie con el cuerpo de una cámara) es mucho mejor que lo que suele incluir Nikon en sus cámaras de gama baja/media.  Cámara, lente y un flash Metz que se me rompió después de un trabajo abandonan la vitrina de las cámaras en activo y se van a a la vitrina de las cámaras de colección. Gracias, amiga, por tantas fotografías.

Nikon D70

 

Hace algo menos de un año compré, por una mezcla de capricho y curiosidad, una Olympus de formato micro cuatro tercios, una de esas cámaras que llaman EVIL o sin espejo. Básicamente, una cámara de objetivos intercambiables pero sin el visor óptico de una réflex, con un sensor más pequeño que el de éstas (pero bastante más grande que el de cualquier compacta). Por aprovechar una jugosa oferta, acabé con el cuerpo (una Olympus OMD E-M10), un objetivo zoom muy pequeñito (14-42mm f/3.5-5.6) y una focal fija 25mm f/1.8. El zoom lo usé el primer día por probar un poco, pero en cuanto me llegó el objetivo con focal fija, se quedó ahí para siempre, porque me parece una maravilla. En estas cámaras el factor de recorte es 2. O sea: que para obtener el equivalente en una cámara de 35mm hay que multiplicar por dos. Así que lo que tengo es un 50mm f/1.8 (lo que se suele llamar «normal«, porque es equivalente al ángulo de visión humana) y un zoom 28-84mm. La combinación de la cámara con el 50mm es una de las mejores compras que recuerdo en muchísimos años, que me está haciendo disfrutar como pocas veces de una cámara (me recuerda un poco a mi Canon G3 de hace muchos, muchos años). El sensor se comporta de lujo incluso con valores de sensibilidad ISO altos, y de hecho el modo de ISO automático va tan bien que lo suelo tener activado por defecto (en este modo, si la velocidad o la apertura que se necesitan para hacer una foto superan unos umbrales personalizables y hay riesgo de que salga movida, se aumenta el valor ISO para evitarlo). En la Nikon D7000 los resultados del ISO automático no me gustan tanto, o no he conseguido coger bien el punto.

En esta Olympus no hay visor réflex, pero sí que lleva un visor electrónico. No es para tirar cohetes (de hecho hay una revisión de la cámara en la que lo han mejorado) pero cumple con creces, y permite usar la cámara cuando hay mucha luz para encuadrar y enfocar usando la pantalla. La realidad es que la pantalla abatible de la cámara es tan capaz que apenas uso el visor, aunque es un plus tenerlo.

En general, es una cámara que me está dando resultados semejantes a los de la réflex (vale, se queda por detrás en velocidad de enfoque y en ráfaga, eso sí), pero con un peso y un tamaño infinitamente mejor (y menor). Y me descubro llevándola encima muchas más veces que la pesada réflex.

Olympus OMD E-M10

 

Hasta aquí la exposición de los hechos, ahora vienen las dudas. Me ha gustado tanto la experiencia con la pequeña Olympus que no sé si invertir en un zoom para la réflex con el que sustituir el que se me ha estropeado, aunque sea más sencillo, o tirar por el camino de las micro cuatro tercios y buscar un cuerpo más sencillo en el que montar el zoom que tengo por ahí olvidado. Con los años me he hecho perezoso y prefiero trabajar con dos cuerpos con la lente ya montada (generalmente una focal fija y un zoom) que andar cambiando sobre la marcha.

Por aportar todos los datos, para la réflex tengo:

  • Nikon D7000. En buen estado, y con una hormiga muerta en el visor réflex (se llama Antonia y no, no sale en las fotos). El sensor es APS-C y tiene un factor de recorte de 1.5.
  • Lente Nikkor 50mm f/1.8 (equivalente en 35mm a un 75mm). Mi habitual para conciertos.
  • Lente Nikkor 35mm f/1.8 (equivalente a un 52mm). Mi habitual, en general.
  • Lente angular Tokina 12-24 f/4 (equivale a un 18-36mm). Muy divertida, pero para casos puntuales.
  • Tele-objetivo Sigma 70-300 f/4-5.6 (equivale a un 105-450mm). Un teleobjetivo muy muy básico, usable con poca luz, carne de trípode (grande) en caso contrario.
  • El objetivo estropeado, un 18-70 f/3.5-4.5, que equivaldría a un 27-105mm.
  • Empuñadura, un flash grande, otro más pequeño, filtros y cachivaches varios.

Para micro cuatro tercios en cambio, lo que tengo es:

  • Olympus OMD E-M10. Con factor de recorte 2.
  • Un 25mm f/1.8 (equivalente a un 50mm) que es un primor.
  • Un zoom 14-42mm f/3.5-5.6 (equivalente a un 28-82mm). Menos luminoso y menos tele que el zoom que se me ha estropeado para la Nikon. En cambio, minúsculo.

Flash lleva incorporado la Olympus, y el flash pequeñito externo que tengo (un Metz manual) es compatible. Además, tengo varios sistemas de disparadores remotos de flash compatibles todas las cámaras y flashes (al menos para usarlo en modo manual, que por otro lado es la única manera de hacer algo decente y reproducible con un flash).

¿Qué pensáis que puede ser mejor a corto plazo? Ahora mismo me tientan dos opciones:

  • Comprar un zoom todo-terreno para la réflex, aunque se básico, para poder llevarla a alguna excursión, etc. sin tener que cargar con varias lentes. En concreto, he visto este Tamron AF 18-200 mm F/3.5-6.3 baratito. Tiene el rango del zoom que se me ha estropeado, más parte del teleobjetivo.  Menos luminoso, aunque con estabilizador (que el cuerpo de la Nikon no tiene, la Olympus sí).
  • Comprar un cuerpo de micro cuatro tercios más sencillo, y usarlo con el zoom que tengo sin usar. En concreto, me gusta ésta de la gama Olympus Pen Lite (aunque en gris o negro, que no soy una bloguera). Básicamente es una cámara con las tripas de mi OMD E M-10, pero más pequeña, sin el visor electrónico, con un sólo dial de control, y sin flash. La pantalla tiene algo menos de resolución, pero eh, se abate del todo para hacerse selfis de esos. Con el zoom minúsculo que ya tengo se convertiría en una compacta hiper-vitaminada.

Así que, amigos fotógrafos y aficionados, ¿qué opináis? ¿tenéis más experiencia con las cámaras sin espejo? ¿merece la pena una lente tan sencilla como la Tamron? Sé que es difícil opinar porque cada cámara y cada persona es un mundo, no hay una cámara perfecta, sino sólo la que mejor se adecue al uso que se le va a dar en ese momento. Yo con el tiempo creo que valoro más el hecho de ir ligero de equipaje (han sido muchos festivales y viajes cargando con mochila y varios objetivos, muchas veces para nada). Cualquier comentario por vuestra parte será bienvenido.

Y en cualquier caso, sea como sea, seguiremos fotografiando. Sobre todo, niños.

 

 

A por la tercera

Arcade Fire

Toca irse a dormir, sabiendo que mañana acabaré el día disfrutando de un concierto de Arcade Fire. Será la tercera vez que los vea sobre un escenario. La primera, cuando apenas eran conocidos, fueron un grandísimo descubrimiento, inolvidable. La segunda, con el placer de poder estar con la cámara a unos pocos metros de semejante descarga de energía. Y la tercera será en el Bilbao BBK Live de este año, el que posiblemente será el último gran festival al que pueda asistir en una temporada. Cargaré pilas con su música, con la de Pixies y la de unos cuantos nombres más de relumbrón. La cámara, eso sí, será la pequeña, para llevarse algún recuerdo y las fotos con los amigos. Se baila mejor sin estar pendiente de dos kilos de equipo fotográfico a la espalda.

Seguiremos informando.