Y brindamos por ellos

Escuchando: If you ever need a stranger to sing at your wedding (Jens Lekman)

No me gustan las bodas. No es una opinión, es un hecho: soy moreno, muy delgado y no me gustan las bodas. Y sin embargo, ayer estuve en una y me lo pasé francamente bien. Si hubiese un modelo de boda a seguir, sería como la de anoche, sin duda.

Se casaba una buena amiga, compañera de carrera, de trabajo y de aventuras empresariales. Lo hacía con otro amigo al que conozco desde que levantábamos unos pocos palmos del suelo en el colegio. Y su boda fue preciosa.

¿Por qué? Por muchas razones, por los pequeños y por los grandes detalles. La ceremonia tuvo un tono distendido, muy cercano y con momentos muy emotivos. No hubo sermón, hubo cuento. Y todo ello adornado con una exquisita selección de música clásica; de sobresaliente.

El festejo posterior no sólo no bajó el listón, sino que lo subió mucho más. La cena fue perfecta y muy divertida, con guiños a la siguiente pareja en pasar por el altar. Los detalles de recuerdo no fueron los típicos souvenirs inútiles, sino algo realmente bonito. El baile tuvo la inevitable ración de pachanga, pero también canciones muy divertidas con las que acabamos todos en la pista.

Y mi momento preferido, llegó casi al final del baile. Las luces se hicieron un poco más tenues, y comenzó a sonar With or without you. Los novios acabaron sólos, riendo y bailando en medio de la pista, mientras casi dos centenares de invitados los rodeábamos abrazados en corro, cantando y brindando por ellos. Precioso.

Desde luego, hay amigos que se merecen ser felices a rabiar. Ayer se casaron dos de ellos.

Seguiremos informando.

PD: Y sí, me puse corbata. No es nada habitual, pero un día es un día.