Escuchando: Rome wasn’t built in a day (Morcheeba)
Uno no puede conocer una ciudad en dos días y medio. Y menos si la ciudad es Roma. Afortunadamente, una de mis hermanas había estado hace unos meses allí, y eso ha ayudado mucho.
Han sido unos días agotadores, divertidos, de buen tiempo (uno) e impresionante frío (los dos siguientes), de callejear, de visitar monumentos, de hacer fotos, de desesperar a mis hermanas haciendo fotos, de compras (para la familia, yo me he venido de vacío esta vez), de no pagar en los autobuses, de comer bocadillos, de comer pizza, de pegarnos algún homenaje… y todo ello en una ciudad ruidosa, caótica, sucia, con un tráfico de infarto (sobre todo para los peatones no acostumbrados)… en un ciudad que hay que conocer, sin más. Grandiosa, con sus virtudes y sus defectos.
Lo peor: la decepcionante Plaza de España (menos mal que iba avisado), y el poco ambiente en la ciudad el frío lunes por la noche (nos costó encontrar un sitio donde cenar). Otro punto negro también ha sido literal: en la cámara, una mota de polvo. Nada grave, pero la tengo que pegar un repaso.
Lo mejor: las vistas desde la cúpula –qué paliza a subir escaleras, oiga– de la Basílica de San Pedro (la plaza, a pie de tierra no me pareció tan impresionante como esperaba), la Fontana de Trevi, y en general el lujo de pasear por una ciudad en la que cada rincón tiene una historia de miles de años, historia conservada a pesar del tráfico, del ajetreo de la ciudad y de su dejadez.
Roma. Habrá que volver. Tiré un par de monedas. Para asegurarme.
Seguiremos informando.