Escuchando: One (U2)
Hace unos días, una amiga me contaba que había estado cotilleando en plan arqueóloga por mis mensajes antiguos, y se había dado cuenta de que esto se había vuelto menos personal. Es cierto, yo había llegado hace poco a la misma conclusión. Y no ha sido algo intencionado, ha ido saliendo. Quizás cada vez me cuesta más hablar de mí, porque no hay mucho que contar. Mejor una foto que mil palabras que no digan nada.
Y por eso, quizás hace un año, o hace dos, habría explicado el razonamiento con todo lujo de detalles. O con menos lujos, pero con detalles. Pero no, me da pereza, y prefiero ir directamente a las conclusiones. O a la conclusión…
No pierdan el tiempo conmigo.
O sea, pasen por aqui, lean mis tonterías, recomienden mi página a sus amigos y dejen comentarios. Eso siempre hace ilusión. Pero no esperen nada más: creo que este diario da una imagen de mí que no es falsa, pero tampoco completa. No se me puede conocer sólo por lo que escribo, pero es que el resto de mí tampoco tiene mayor interés. De verdad. Se lo digo yo, que me conozco bien.
Yo soy ese que llega siempre en el momento más inoportuno. Cuando llamo por teléfono, pillo en la ducha, o en la siesta, o cuando no apetece hablar. Soy el que dice el chiste cuando no conviene, el que está serio en las fiestas. O en los festivales.
Soy un mal momento.
En persona no soy ingenioso, no tengo chispa, no soy una de esas personas con una conversación deslumbrante, ni con una arrebatadora personalidad. No.
Soy gris.
Puedo ser amable hasta parecer sospechoso; y en realidad es que soy culpable, con premeditación y alevosía, de ser adicto a las sonrisas ajenas. Y cuando no las recibo, me vuelvo huraño, caprichoso e irritable, hasta acabar haciendo daño. Sin querer, claro. Pero daño.
Vamos, una joya. Ya lo saben.
Did I ask too much? more than a lot?
You gave me nothing.
Now, that’s all I’ve got.