Voy a comenzar este repaso a nuestra ludoteca por uno de mis juegos preferidos: el backgammon. Seguro que a todo el mundo le suena, es ése con un tablero lleno de puntas de dos colores. Todos lo vimos y le ignoramos en los Juegos Reunidos Geyper (era más divertido darle a la ruleta); yo al menos nunca aprendí a jugar hasta hace poco.
Me empezó a picar el gusanillo con este juego durante un viaje a Estambul hace un par de años. Allí el backgammon es deporte nacional, y en las mesas de todos los cafés siempre hay uno a mano. Daba envidia ver a jóvenes y abueletes enfrascados en sus partidas, pero con el inconveniente del lenguaje ni intenté que me explicasen las reglas. Estuve a punto de traer un juego de recuerdo, pero los que vendían en el Gran Bazar (a montones) eran o demasiado recargados, o demasiado grandes, o ambas cosas a la vez. Una visita rápida a alguna juguetería (buscando un backgammon magnético para el avión) tampoco dio ningún resultado, así que la cosa quedó pospuesta hasta otra ocasión.