¡Vive! ¡Vive!

Escuchando: PDA (Interpol)

Cuando la antepenúltima tecnología funciona bien, da mucha rabia que se estropee. Eso es lo que me pasó hace unas semanas con mi agenda electrónica. Hoy en día ya nadie usa trastos de esos. Lo de la PDA es cosa del pasado. Hoy en día todo el mundo lleva teléfonos inteligentes (a veces más que algunos usuarios) y cosas por el estilo.

Y sin embargo, mi querida Palm seguía dándolo todo, como el primer día (o mejor, con accesorios para tener wi-fi o GPS, con sincronización con mi Mac, con emuladores para el Monkey Island, la MAME, el Donkey Kong y mil chorradas más) hasta que hizo plop y murió de repente. Destornillador en mano, llegué a la conclusión de que se había quemado un diodo (pistas: había un diodo reventado y olía a chamusquina). Después de unos cuantos intentos conseguí que todo volviese a funcionar… salvo la iluminación de la pantalla; un pequeño detalle que la volvía inutilizable.

Habría sido el momento perfecto para renovar, y para sustituirla por uno de esos teléfonos tan molones que venden ahora. Pero no. Lo que hay interesante ahora mismo o es muy caro, o implica un contrato de permanencia abusivo, o las dos cosas. Además, tampoco hay tantas alternativas: el sistema operativo Palm OS ha desparecido del mercado; las nuevas Palm son muy caras y exclusivas de Movistar; al iPhone le pasa lo mismo; el iPod Touch tiene bluetooth limitado por software y no sirve para conectarse a Internet si no hay wi-fi; los teléfonos con Android tienen buena pinta, pero son aún caros y están llegando con cuentagotas al mercado; y sí, sé que hay un Windows Mobile, pero no, gracias.

Total, que substituir a mi PDA no era tarea fácil. Al final la respuesta llegó desde Hong-Kong, en forma de pantalla de repuesto. No es que sea especialmente razonable invertir en un aparato de este estilo que va ya para cinco años, pero las razones sentimentales han vencido a la lógica: han sido muchos viajes con ella en el bolsillo, muchas notas tomadas ahí, muchos ficheros Excel con los gastos de escapadas o listas de la compra; muchas horas de partidas a juegos de esos que enganchan sin querer, muchas consultas a planos de metro, muchos mapas de ciudades siempre a mano…

En cinco minutos he cambiado la pantalla y ha vuelto a la vida. Igual dentro de poco falla la batería o el condensador de fluzo. Espero que no. Pero hasta entonces, volveré a llevarla siempre encima. Ya no fabrican trastos así, por desgracia.

Seguiremos informando.