Anecdotario

Escuchando: Earth coming night (Iron & Wine)

Hoy no debería estar aquí escribiendo, debería estar entretenido con otra cosa. Pero pequeñas faltas de seriedad por parte de algunos me han chafado los planes, espero que sólo hasta mañana. Si todo sale como calculo, mañana tendrán ustedes más detalles de mis maquinaciones…

En cualquier caso, aprovecharé hoy para dejar caer por aquí algunas anécdotas de mi viaje relámpago. Que ha sido breve, pero intenso. Y muy cansado.

La cosa comenzó con madrugón a las cuatro de la mañana. Tres cuartos de hora después paraba debajo de mi casa un taxi pagado por la universidad, que me tenía que llevar al aeropuerto de Bilbao. Cuando me dijeron taxi no esperaba que fuese ese pedazo de Mercedes enorme, y nuevecito, con cuero y lucecitas por todas partes. Vamos, seguro que tenía Bluetooth, GPS, GPRS, ABS, ETC y PVP. Por lo menos.

El vuelo a Bruselas duró media hora menos de lo previsto, así que la cosa empezaba bien. Tenía tiempo de ir a mi hotel a dejar las cosas antes de ir a trabajar.

Por cierto que poco después de salir del avión, me encontré con el servicio de roaming más atento que he visto nunca. A la vez que mi móvil se enganchaba a su red, una muchacha me hacía entrega de un cajita de caramelos con el logotipo de la operadora: Mobistar. Sí, con B. Lógico, por otra parte. Curioso.

Luego la cosa se torció. Menos mal que estoy ya acostumbrao a que me pase de todo, y me lo tomo con filosofía. Cogí un taxi para ir a mi hotel. Cuando llegamos, el taxímetro marcaba unos sangrantes 40,40 euros. Pedí factura, como siempre, y entonces la cosa se volvió surrealista. En conversación mantenida en una mezcla de español, francés e inglés, la cosa se pudo resumir en:

Taxista: ¿Cuánto te pongo?
Yo: (Cuarto y mitad, no te j…) Pues lo que pone el taxímetro
Taxista: No, no, eso no importa, ¿cuánto te pongo? La propina para mi…

Yo señalo el taxímetro y le doy 41 euros. El hombre se mosquea, me apaga el taxímetro, y empieza a decir que si él no iba a ganar nada, que si tal, que si cual, y me empieza a gritar. Y si me intentan hacer pasar por tonto, yo soy el mejor haciéndome el loco. Uy, no te entiendo. Je ne parle pas Français. I dont’t speak English. Se me ha olvidado el castellano. Pero tengo 41 euros.

Al final, entre gritos en varios idiomas, el jeta éste me cogió el dinero, me dio la factura, sacó mi bolsa del maletero y me la tiró a la acera mientras me seguía gritando. Le despedí con un educadísimo muchas gracias chavalote y se fue con su enfado a otra parte.

Anda, que vaya gente. Por lo menos estaba en mi hotel, así que todo mejoraría a partir de ahora.

Sí, lo sentimos Sr. Ortiz, efectivamente tiene usted reserva, pero no disponemos de habitaciones libres.

¿Mande? ¿Cómo dice, joven?

Y era verdad. El muy jodío me lo decía en serio. Seis personas no habían dejado su habitación, y a mi me tocaba mudarme a otro hotel. Según ellos, estaba allí al lado, era de la misma categoría, y me pagaban el taxi (otro no, arghhh) para ir hasta allí. Como pasaba de más jaleos, y me tenía que ir a trabajar, les dejé mis trastos y dije que volvia por la tarde.

El resto del dia consistió en una reunión en la que sustituimos la comida por un par de bocadillos engullidos rápidamente, mientras una presentación en PowerPoint iba creciendo hasta las 120 diapositivas y dos horas de duración. Por la noche, la dichosa mudanza de hotel, un rato para sacar algunas fotos de Grand Place y alrededores (que era lo único para lo que quería sacar algo de tiempo libre en este viaje) y a cenar a un restaurante griego, de diseño, en el que la comida estaba tan rica, era tan bonita, y tan abundante, que poco a poco y a medida que cenaba, me iba despidiendo mentalmente de los billetes que tenía en la cartera.

Después a la cama (la de mi segundo hotel, claro) para madrugar y estar al día siguiente en el edificio 33 de la Comisión Europea, y demostrar a tres auditores y a la joven de la perla (que estaba allí mirando desde un cartel) todo el trabajo que (más o menos) habíamos llevado a cabo durante los últimos 32 meses. Yo tuve mis 10 minutos de gloria, y hasta un par de ellos más en el turno de preguntas. Salimos contentos, creemos que hemos aprobao, aunque no nos dan las notas hasta mañana o la semana que viene.

Y después nada: comida de despedida, porque posiblemente sea la última vez que nos juntemos el equipo de griegos, franceses, israelita y español que hemos trabajado en este proyecto. Voy a echar de menos estas reuniones con ellos.

Después de comer, un par de fotos más, a coger los trastos al hotel, y al aeropuerto, donde evité dejarme los cuartos en enormes tiendas dedicadas en exclusiva a dos de mis vicios (buen chocolate, mejor cerveza), recordé carreras por ese mismo lugar hace ya bastantes años, hice alguna foto más, me subí al avión, que nos tuvo media hora de reloj en un quiero y no puedo entrar en pista, y entre lecturas, bocadillos de pseudo-pollo, cabezadas y canciones cortesía del iPod, acabé llegando a casa.

Y eso.

PD: Sólo he estado fuera dos días, pero ha sido suficiente para perderme una avalancha de novedades de Apple… desde el espectacular iPod Photo, hasta el horrible iPod negro edición U2, pasando por la apertura de la tienda iTunes española, o incluso los calcetines para el iPod. Cuántas cosas.