Escuchando: Qué niño soy (Manta Ray)
Algunas cosas me fascinan. Por ejemplo, la manera en que los niños van descubriendo el mundo que les rodea. ¿Se han fijado en cómo aprenden a hablar? Primero repiten unas palabras sueltas que oyen a los mayores, después van aprendiendo su significado, se fijan en las frases más largas, intentan construir las suyas, a la vez que se esfuerzan por pronunciar como buenamente pueden… es algo maravilloso.
Los niños tienen una inocencia y una lógica aplastante que, desgraciadamente, cada vez se pierde antes, gracias sobre todo a la tele, y a este mundo en el que los bombardeamos sin cesar con estímulos adultos. Una lástima. Hay cosas que deberíamos guardarnos para siempre. Quizás no la inocencia, pero sí esa curiosidad, esa emoción e ilusión con las que un niño afronta cualquier pequeño reto.
He de reconocerlo. Guárdenme el secreto. Sigo siendo un poco niño. Me gusta tomarme mi trabajo como pequeños retos, como acertijos que hay que resolver. Y cuando hago fotos, intento atrapar con el visor todos aquellos detalles que no deberían pasar inadvertidos. Intento descubrir, sorprender, verlo todo desde otro punto de vista.
Me gustan los pequeños retos, la satisfacción de aprender a hacer algo, aunque haya mil millones de personas que lo hagan mejor. Pero al menos puedo decir que sé escribir, hablar, programar, fotografiar, revelar, leer, mirar, abrazar, escuchar, poner música o cualquier actividad, por absurda que sea, que me provoque curiosidad.
Me gusta ir construyendo pequeñas rutinas a base de gestos y objetos cotidianos. Ir llenando mis estanterías con partidas a juegos de palabras, citas en librerías, animalitos que cantan, playas en invierno, canciones susurradas, películas bajo la manta, domingos sin prisa, confesiones a media luz y risas a cualquier hora del día.
Y, ¿para qué negarlo? Me gusta jugar. Cualquier que haya estado conmigo en una juguetería sabe que no es una forma de hablar. De hecho, el coche que acompaña a estas líneas no es un juguete de mi sobrino, ni un recuerdo de mi infancia. O sí, porque tuve uno igual. Pero éste, con su motor eléctrico, su pistón, su dirección y su ordenador de a bordo, es el resultado de mis últimas compras por eBay. Y lo he montado ayer. Es más: he recuperado con tantas ganas los ladrillitos de LEGO, que creo que les dedicaré algunas líneas, sin tardar mucho.
De momento, voy a seguir trabajando, para intentar hacer un hueco al tiempo libre, y poder dejar a un lado, por un rato, las preocupaciones, las prisas y los agobios.
Seguiremos jugando. Se lo recomiendo.