La máquina tiene sus días

Ayer estuve trasteando en los ratos libres con algunas de mis fotos. Tenía unas cuantas pendientes de editar, de hace un par de fines de semana. Fotos con mala luz, con el equipo básico, y tiradas en los ratos en los que no llovía, de las que he conseguido sacar algo jugueteando con Photomatix para generar imágenes HDR. Para los curiosos, se trata de imágenes de Tielve (Asturias) y de Tresviso (Cantabria).

También estuve preparando unas fotos para un concurso local al que pretendo presentarme. Ayer ajusté las imágenes seleccionadas para que se viesen tal y como yo quiero, y poder llevarlas a revelar sin sobresaltos. Sin embargo, parece que no va a ser tan sencillo.
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En este concurso, con el boletín de inscripción te regalan las ampliaciones a presentar. Todo un detalle, ya que también hay que comprar algo de cartón pluma y cartulina para realizar su montaje de acuerdo a las bases. Las copias las realizan en uno de los establecimientos más populares de Santander, que tiene dos tiendas en la ciudad. He ido al más cercano a mi casa a solicitar los revelados, pero sin leer la letra pequeña: las copias para el concurso sólo las realizan en la otra tienda, más céntrica y moderna.

El detalle conlleva un inconveniente mayor que el paseo hasta el centro (hace un día agradable, no ha sido problema). En esa otra tienda he tenido alguna mala experiencia con los revelados. Y cuando digo mala, es mala, mala.

El asunto es sencillo: uno ajusta en casa curvas, niveles y perfiles de color para que todo se vea en su justa medida, y luego lo meten en una máquina que lo re-ajusta todo a su criterio. Con resultados desastrosos en muchos casos.

Hoy, cuando la dependienta ha escrito «Auto» en el pedido de mis fotos, he preguntado si había manera de que la máquina no fuese de salvavidas por la ídem. Pero no. Me ha dicho que saldrán tal y como yo lo entrego, aunque la máquina tiene sus días: a veces salen las fotos más azules, otras más verdes… Muy amable y honesta, entre líneas me ha dejado entender que los resultados suelen ser peores a los obtenidos en su otra tienda.

Tendré estas copias para el viernes por la tarde. Si no me gustan, pagaré por un revelado en otro sitio, porque prefiero presentarme a un concurso con las fotos que yo he sacado, y no con las que ha interpretado una máquina. Y todavía se atreven a escribir en las bases que las fotografías no se podrán retocar con programas informáticos.

En resumen, como consejo a los que se quieran presentar a este concurso: si utilizan estos revelados gratuitos, háganlo con tiempo para poder encargar otras copias en condiciones, si los resultados no son los esperados.

Seguiremos fotografiando.

Una más para la colección

El lunes me regalaron una cámara de juguete, un amigo tenía unas cuantas de una promoción, y me pasó una por si me interesaba. Nada más verla, supe que iba a ser que sí. Es una de esas cámaras con cuatro lentes que con cada disparo capturan cuatro imágenes consecutivas, y las plasma en el mismo fotograma del carrete. Lo mismo que hace esta cámara Lomo, pero sin tener que pagar los precios que les ponen a sus cámaras de plástico barato (y a pesar de ello, yo ya he picado un par de veces).

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Es de bien nacido ser agradecido, y ayer aproveché que tenía que pasar por el centro a una sesión de recadería variada, para cargar un carrete y disparar a (y sin) discreción, sin preocuparme mucho de la parte artística, sólo para comprobar que el juguete funcionaba. Y lo hace. Por la tarde revelé el carrete, y esta mañana lo he pasado por el escáner. Parece más luminosa que mi Supersampler, y tengo que sujetarla más firmemente al disparar… para el próximo carrete lo tendré en cuenta.

Gracias por la cámara… y una más para la colección.

Seguiremos fotografiando.

Tu quoque flickr

Muchos ya conocéis mi predilección por flickr, el servicio web que permite publicar y compartir fotografías. Hoy ha añadido una nueva funcionalidad, sorprendente y desconcertante. A partir de ahora, los usuarios con una cuenta de pago podrán publicar también vídeos. Pero… ¿por qué? ¿para qué? ¿qué es un vídeo para flickr?

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La inclusión de esta nueva característica está levantando bastante polémica entre sus usuarios. No cabe duda de que tal y como se ha implementado (al menos de momento), resulta un servicio un tanto extraño. Definen un vídeo como una foto extensa (¿?), algo personal, simple -ni sobreproducido ni sofisticado- o, en resumen: un Gran Enigma.

Bajo esta extraña definición, pretenden englobar los vídeos que flickr permite publicar: de creación propia, de contenidomoderado y seguro (esto es, para todos los públicos), y con una duración máxima de 90 segundos. Si la película dura más, sólo se reproducirá el primer minuto y medio.

Lo reconozco: no entiendo este movimiento por parte de flickr. Plantar cara a YouTube no parece una opción lógica, ni deseable. YouTube funciona muy bien, pero no deja de ser un cajón de sastre desordenado, caótico y -como página web- feo; flickr, en cambio, siempre se ha destacado por una apariencia elegante, ordenada, y bastante más seria. La inclusión del editor Picnik dentro de flickr me pareció un paso lógico y acertado, por ejemplo. Pero… ¿vídeo? ¿90 segundos? ¿para qué?

Algunos usos del vídeo relacionados con la fotografía pueden ser: pases de diapositivas con música (breves, sólo minuto y medio), tutoriales (¿de 90 segundos?), reportajes (cortos)… no sé, esta nueva posibilidad de publicar vídeo parece un quiero y no puedo. No me termina de convencer. Habrá que ver cómo reacciona la gente, qué contenidos aparecen publicados, y cómo va evolucionando. Desde luego, si entre la habitual selección de destacados comienzan a aparecer vídeos del Chiki Chiki, mal vamos. En cambio, si lo que provoca es la publicación de pequeñas delicias, bienvenido será.

De todos modos, sigo prefiriendo -como medio de expresión- la fotografía al vídeo. Pero eso ya es cuestión, totalmente, de gustos personales.

Seguiremos fotografiando.

Así barría, así, así.

Una de las técnicas de fotografía con la que siempre me ha costado obtener resultados aceptables (y me sigue costando) es la realización de barridos. Un barrido es una captura en la que se sigue con la cámara a un sujeto en movimiento. El objetivo es, por tanto, obtener una imagen en la que el sujeto principal se encuentre bien definido, mientras el fondo aparezca desenfocado como consecuencia del movimiento de la cámara. Ejemplos clásicos: coches, motos, bicicletas…

Para conseguirlo, hay que estimar el tiempo durante el que vamos a seguir al sujeto con la cámara, y usar ese tiempo como velocidad de obturación. La apertura se deberá elegir en consecuencia, para obtener la luminosidad adecuada. También debemos buscar una posición desde la que veamos el desplazamiento de forma longitudinal, para que nuestro movimiento de cámara sea, dentro de lo posible, paralelo al del sujeto.

Hay que tener en cuenta que si el tiempo elegido es muy corto, no se apreciará sensación de movimiento en el fondo. En cambio, si el tiempo es muy largo, corremos el riesgo de que el pulso nos juegue una mala pasada, y tengamos trepidación en la imagen, apareciendo el sujeto movido. La clave está en encontrar el compromiso entre ambos criterios… y en probar… ¡con las cámaras digitales no hay excusas para no intentar el experimento!

Obviamente, siempre será recomendable (y dependiendo de las condiciones de luz, muchas veces indispensable) contar con una cámara que nos permita controles manuales… El modo Manual, o en su defecto, la Prioridad a la velocidad (Tv ó S) son los más adecuados para esta técnica, ya que con ambos podremos controlar con exactitud el tiempo que nuestra cámara dedica a tomar la fotografía. Con el primero debemos fijar tanto los valores de velocidad como de apertura, mientras que con el segundo fijaremos la velocidad y la apertura la calculará la cámara en función de las condiciones de luz existentes.

Como todo se explica mejor con un ejemplo, aquí va uno. La fotografía que acompaña a estas líneas es un barrido que realicé ayer, en un carrusel de Santander. Un tiovivo es un buen sujeto de prueba: está en movimiento, es llamativo y -sobre todo- se pueden hacer muchos experimentos, porque el caballito siempre vuelve a pasar por delante de nuestra cámara tarde o temprano 😉

El reto de esta foto era conseguir un efecto de movimiento llamativo, teniendo en cuenta las condiciones de luz: día radiante con mucho sol, a las 12 del mediodía. Para poder disparar a una velocidad moderadamente lenta, tuve que cerrar todo lo posible el diafragma, para intentar que entrase la menor cantidad de luz posible durante el disparo, y la foto no acabase quemada. Por la misma razón, el valor ISO lo tenía al mínimo (200 en mi caso).

En concreto, cerrando al máximo con un valor de f/29, conseguía una exposición razonable disparando a 1/13 segundos. Suficiente. Con esos valores, todo fue cuestión de probar, y aunque el foco no está clavado, la imagen superior es la que más me gustó de la sesión (en la que, sobra decirlo, hubo muchos intentos que dieron como resultado un borrón de colores).

Con Photoshop terminé de perfilarla, limpiando las manchas en el sensor que me aparecen con esos valores tan altos de apertura, ajustando niveles, curvas, y aplicando un filtro para darle un aire un poco más retro, a lo Polaroid.

El resultado es llamativo, pero mejorable. Seguiré intentando barrer en condiciones…

Luces y sombras en Photoshop Express

Hoy se lanzado de manera pública la versión beta de Photoshop Express: una versión on-line y gratuita del popular programa de retoque fotográfico. En cuanto me he enterado he decidido probarlo; para ello basta con registrarse en su web… mintiendo sobre la nacionalidad: de momento todos somos norteamericanos (para curarse en salud, dicen que no pueden garantizar un funcionamiento óptimo fuera de los Estados Unidos, ya que tienen allí todos los servidores).

La aplicación está realizada en Flash (versión 9) y funciona correctamente y de manera fluida en todos los navegadores en los que he probado. Su interfaz es muy agradabe e intuitiva. Está lejos de poder compararse con el Photoshop original, pero ofrece las opciones básicas y las lleva a cabo de forma gráfica, sencilla y eficaz.

Así, podemos recortar, girar, cambiar el nivel de exposición, quitar ojos rojos y motas, ajustar la saturación, el balance de blancos, recuperar zonas quemadas o iluminar las sub-expuestas, enfocar o realizar un desenfoque suavizado, convertir a blanco y negro, realizar distorsiones, destacar un color, y algún efecto más con el que jugar… Suficiente para la mayoría de la gente, y para una emergencia del resto.

Además de su sección de edición, Photosop Express también incluye una galería en la que cada usuario podrá publicar sus fotografías para compartirlas con el resto de usuarios. Y ahí es donde vienen las sombras. Los términos y condiciones del servicio tienen una cláusula que es, como poco, llamativa. Muy llamativa.

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Desde Photoshop Express se puede acceder a las Condiciones Adicionales de Servicio, y ahí no hay nada raro. Pero si se sigue el enlace hasta las Condiciones Generales, el punto 8.a dice algo así como:

«Adobe no reclama la propiedad de tu contenido. Sin embargo, respecto al contenido que envías o publicas para su inclusión en áreas públicamente accesibles del servicio, le cedes a Adobe una licencia global, libre de royalties, no exclusiva, perpetua, irrevocable y totalmente sub-licenciable para distribuir, derivar beneficios o cualquier otra remuneración de la reproducción, modificación, adaptación, publicación, traducción, representación pública y reproducción pública de este contenido (en el todo o en una parte) y de incorporar este contenido en otros materiales y trabajos en cualquier formato o medio conocido actualmente o que se desarrolle en el futuro.”

Esto parece, a todas luces, abusivo. Leo en los comentarios del blog fotográfico de Microsiervos que esta condición es similar a la que incluye Yahoo!/Flickr en sus Condiciones. Efectivamente, el punto 9 dice:

«Yahoo! no reclama la propiedad del contenido que envías o publicas para su inclusión en el servicio. Sin embargo, en relación al contenido que envías o publicas en áreas de acceso público del servicio, le cedes a Yahoo! la siguiente licencia global, libre de royalties y no exclusiva, según sea aplicable a:

[…]

b) Respecto a fotos, gráficos, audio o video que envíes o publiques en áreas de acceso público distintas de Yahoo! Groups, licencia para usar, distribuir, reproducir, modificar, adaptar, representación pública y reproducción pública de este contenido en el servicio, únicamente con el propósito para el que este contenido fue publicado. Esta licencia existe únicamente durante el tiempo que elijas incluir este contenido en el servicio, y terminará en el monento en el que elimines este contenido del servicio.»

Efectivamente, son muy similares, aunque todo parece indicar que Adobe ha tomado las condiciones de Yahoo! y ha ido un paso o dos más allá, agenciándose los derechos de lo publicado para siempre, y con cualquier fin.

Habrá que meditar y revisar con calma las condiciones de Flickr, servicio que uso para alojar mis fotografías. Servicio que además, incluye Picnik, un editor con unas funcionalidad prácticamente idénticas (aunque con una interfaz menos llamativa) a las de Photoshop Express. Y en cuanto a éste, lo recomiendo: es fácil de utilizar y parece eficaz. Eso sí, yo evitaría publicar cualquier imagen en su galería pública. Por si las moscas.

Seguiremos fotografiando.

Eso del HDR

A poco que uno curiosee por el mundo de la fotografía digital, se encuentra con estas siglas que últimamente parecen haberse puesto de moda. HDR es el acrónimo de High Dinamic Range, o Alto Rango Dinámico. Se trata de una técnica fotográfica que persigue imitar el comportamiento de nuestros ojos, que se adaptan automáticamente para captar zonas con altas luces y grandes sombras. Una cámara de fotos no tiene la capacidad de adaptarse a los cambios de luz que consigue el equipo ojos/cerebro, y esta carencia se intenta solucionar en el post-procesado. Mediante HDR, se consigue una imagen en la que hay detalles tanto en las sombras como en las zonas quemadas. Todo ello da como resultado una fotografía final, por lo general, irreal y extraña. Sobre todo porque gracias al fácil acceso a herramientas informáticas que automatizan el proceso, es tentador experimentar y acabar abusando del efecto.

Las imágenes HDR no son más que, desde mi punto de vista, el resultado de automatizar y llevar al extremo el procesado por zonas de una fotografía. Es una tarea habitual procesar por separado la tierra y el cielo en un paisaje, por ejemplo. Con una herramienta de procesado HDR nos ahorramos el trabajo de selecionar, crear máscaras, capas, etcétera. Un programa se encarga de hacerlo todo por nosotros, y tan sólo tenemos que decidir la intensidad del efecto, saturación…

Al final, pasa como con cualquier herramienta: usada con cabeza y mesura, puede dar resultados interesantes. Si se abusa, en cambio, se consiguen imágenes que me parecen -con excepciones- espantosas, por irreales, por excesivamente llamativas, por acercarse más a la ilustración o al cómic que a la escena original. En este artículo explicaré paso a paso cómo he procesado la fotografía que encabeza estas líneas; no quiere decir eso que sea un ejemplo a seguir, ni que sea la mejor forma de hacerlo; se trata, sencillamente, de compartir mi forma de trabajar (experimentar, más bien) con imágenes HDR. Las críticas y sugerencias serán, como siempre, bienvenidas en los comentarios.

Comencemos por el principio. Para obtener una imagen HDR hay que partir de tres fotografías distintas de la misma escena, pero con diferentes niveles de exposición. Esto es: misma velocidad de obturación, misma apertura, mismo enfoque y encuadre, pero una de ellas deberá tener una exposición normal, otra un punto o dos por debajo (más oscura) y otra un punto o dos por encima (más clara o quemada). Las cámaras que permiten horquillado o bracketing siempre facilitan esta tarea.

Hay dos formas de obtener estas tres imágenes -una vez que tenemos claro cómo variar la exposición en nuestra cámara-, dependiendo de nuestras posibilidades y condiciones:

– El método normal para conseguirlo es utilizar un trípode, y disparar tres veces consecutivas con las variaciones de exposición comentadas anteriormente. En caso de contar con luz suficiente, se puede intentar incluso prescindir del trípode; eso sí, habrá que utilizar el modo de ráfaga para que las variaciones de encuadre entre una toma y otra sean mínimas.

– Si nuestra cámara permite almacenar las imágenes en formato RAW (esto es: guardar en un fichero toda la información sin procesar que recibe el sensor) se pueden generar las tres imágenes necesarias -no conviene forzar las diferencias de exposición más de un punto, eso sí- a partir de un único disparo. Muy práctico si no se dispone de trípode, o si el motivo a fotografiar tiene elementos que varíen muy rápidamente: vehículos o personas en movimiento, olas en una escena marina, etcétera.

En el ejemplo que nos ocupa, partí del peor escenario posible: tres fotografías disparadas a pulso, y en formato JPEG. Al intentar el proceso de generar una imagen HDR, las pequeñas diferencias de encuadre entre una y otra arruinaban el resultado al mostrar falsas sombras y bordes difusos. Por ello, el primer paso fue enderezar y mover las fotografías para que tuviesen un encuadre idéntico. Para ello, me ayudé de Photoshop y trabajé con tres capas jugando con las transparencias de las mismas.

Una vez solucionado este inconveniente, obtuve las tres fotografías que se muestran a continuación. La primera es la imagen «normal», la siguiente está un punto subexpuesta, y la última un punto sobreexpuesta. La idea es conseguir el detalle de las luces intermedias de la primera imagen, el detalle en el cielo de la segunda, y el detalle en los árboles de la última.

imagen normal

imagen subexpuesta

imagen sobreexpuesta

Para generar la imagen HDR existen muchas herramientas disponibles. Photoshop mismo nos ofrece la posibilidad, aunque nunca he conseguido resultados satisfactorios (por desconocimiento mío, no por limitaciones del programa, se entiende). Personalmente, por facilidad de uso y calidad aceptable de los resultados, me gusta trabajar con Photomatix Pro, disponible tanto en plataforma PC como en Mac.

El proceso es sencillo: en Photomatix selecciono la opción Generar del menú HDR. A continuación, selecciono las tres fotografías con las que quiero trabajar, y el programa muestra una serie de pantallas de confirmación en las que se pueden especificar las variaciones de exposición, si es necesario alinear las imágenes (yo ya lo hice previamente en Photoshop), si se desean reducir los efectos producidos por elementos en movimiento (olas, por ejemplo, por lo que es recomendable en este caso), ajustes del perfil de color, etcétera. En caso de duda, la opción por defecto estará bien. Ya habrá tiempo de investigar.

Photomatix ejectuta su algoritmo con los parámetros que le hayamos proporcionado, y al cabo de unos instantes nos «muestra» en pantalla el resultado (véase la imagen bajo este párrafo). Lo de mostrar es una forma de hablar. La imagen HDR contiene para cada píxel de la fotografía un valor de 32 bits, necesario para representar el amplísimo rango dinámico conseguido. Este rango supera con creces las posibilidades de nuestro monitor, por lo que necesitamos aplicar a la imagen obtenida un proceso de conversión que nos permita representar e imprimir el resultado tal y como nos gustaría verlo; esto es, de la información contenida en la fotografía HDR queremos obtener para cada píxel un valor reproducible por nuestra pantalla o impresora, y que muestre además lo que más nos interese: si el punto está en una zona oscura, nos interesa representar un valor más luminoso, y al revés. Todo ello se consigue en Photomatix con la opción Tone Mapping.

resultado en HDR

Accediendo a esta herramienta del menú HDR, generaremos a nuestro gusto una fotografía de 8 ó 16 bits a partir del HDR de 32 bits conseguido. Su funcionamiento es sencillo, y divertido: se trata de jugar con una serie de deslizadores para ajustar el resultado a nuestros gustos. Es aquí donde entra en juego la vertiente más subjetiva del proceso.

Existen dos maneras de realizar la conversión en Photomatix: comprimiendo los tonos o potenciando los detalles. Yo acostumbro a probar siempre con ésta última. Y en ese caso, los parámetros principales de los que ocuparse son: la potencia o fuerza del efecto, la saturación del color, la luminosidad, el nivel de difuminado de las luces, de los ajustes de blancos y negros y el gamma. No hay ninguna fórmula mágica. Tampoco sé si hay alguna fórmula técnica. Lo mejor es ir probando, porque depende mucho de la fotografía en cuestión y del resultado que queramos obtener.

Por ejemplo, la siguiente imagen muestra los ajustes que consiguen el tipo de resultado que no me gusta: colores muy saturados, efecto demasiado exagerado, y un aspecto excesivamente irreal. Cuestión de gustos.

Una foto HDR demasiado irreal

Mis preferencias se inclinan por resultados más sobrios. Generalmente utilizo valores de entre 75% y 100% para la potencia, 50% o menos de saturación, el máximo de difuminado de luces, y uno o dos puntos negativos para la luminosidad. Me gusta que el resultado tienda a mostrar colores poco saturados y un poco más oscuros de lo esperado. Respecto a los ajustes de blancos, negros y gamma, me guío por el histograma mostrado, de tal forma que se ocupe totalmente sin perder información en los extremos. Para la fotografía de este ejemplo, estos son los valores que he elegido:

Mis ajustes para este HDR

Guardo el resultado siempre como una imagen de 16 bits (forrmato TIFF), ya reproducible sin problemas en la pantalla del ordenador. Éste es el resultado final con Photomatix tras los ajustes anteriores:

Resultado final en Photomatix

Finalmente, unos pequeños ajustes de niveles en Photoshop (que siempre es mas flexible y fiable) concluyen el procesado de esta fotografía, obteniendo la imagen que encabeza este artículo. Obviamente no se trata de una fotografía excesivamente realista, pero el impacto visual es mucho mayor, y la escena da más juego del esperado inicialmente. No es una técnica de la que me guste abusar (prefiero los resultados producidos por el tradicional procesado por zonas manual) pero puntualmente puede ofrecer resultados sorprendentes.

Y siempre es divertido experimentar, además.

Seguiremos fotografiando.

Artículo sobre HDR en la Wikipedia
Imágenes HDR en flickr
Mis experimentos con HDR

Conciertos por todo lo ancho

Escuchando: As Heaven is wide (Garbage)

Hace unos días expuse una serie de fotografías de conciertos, y una de las imágenes que más llamó la atención fue la que encabeza estas líneas. Como no me dedico exclusivamente a esto de fotografiar directos, mi equipo no es muy especializado. Mi compañero habitual suele ser un minúsculo objetivo de 50mm (al que algún día dedicaré unas líneas, se lo merece), que se ve más pequeño aún al lado de los carísimos tele-objetivos de muchos fotógrafos profesionales de conciertos. Con esta foto, sin embargo, usé un objetivo zoom en su posición más angular para conseguir un plano general del escenario.

Aunque muchas veces la primera imagen que nos venga a la cabeza al pensar en fotografía de conciertos sea un primer plano o un plano medio del artista sobre el escenario, jugar con objetivos más angulares es muy divertido y ofrece resultados, muchas veces, muy originales. Recientemente tuve la ocasión de fotografiar algunos conciertos teniendo a mano mi gran angular, así que aprovecharé para usarlas como ejemplos de lo que se puede conseguir a pie de escenario con una visión más amplia.

Empecemos por un rápido repaso, por si acaso: un objetivo angular es aquel que, en palabras llanas, nos ofrece una visión muy amplia de lo que tenemos delante. Así como un tele-objetivo se centra en mostrarnos al detalle una reducida zona de nuestro campo visual, un angular nos ofrece una panorámica de lo que nos rodea. El ejemplo extremo es un ojo de pez, que nos ofrece una visión de 180 grados. Mi gran angular no llega a tanto (y casi se agradece, porque las distorsiones excesivas cansan) pero sus 12mm (convertidos en 18mm al usarla en mi Nikon digital) son más que suficientes.

Las fotos que voy a utilizar como ejemplo están tomadas en teatros, en los que el escenario no está muy elevado. Esto me facilitó la tarea, ya que en algunas de ellas pude apoyar la cámara sobre el borde del mismo, así como inclinarme hacia él en los laterales.

El uso más obvio de un objetivo de estas características es el de captar una visión general del escenario a pie del mismo. Con separarse unos pocos pasos de su borde, se podrá obtener el encuadre deseado.

Sin embargo, las fotos más divertidas con un objetivo angular son aquellas en las que nos aproximamos a algún elemento de la escena. Con un tele-objetivo, los objetos lejanos parecen estar más cerca unos de otros; con un angular, en cambio, se produce el curioso efecto de que los objetos cercanos los vemos con un tamaño considerable, mientras que los lejanos aparecen más alejados aún. Así, si nos centramos en la pedalera de un guitarrista, y captamos su pie acercándose a nuestro objetivo, se obtendrá una resultado muy llamativo.

De la misma forma, y por esa razón, al realizar un plano contrapicado (de abajo hacia arriba), el sujeto aparecerá mucho más alto que en la realidad, con unas piernas de considerable tamaño y la cabeza perdiéndose en las alturas.

Por último, estos objetivos ofrecen un gran ángulo de visión que no sólo se puede aprovechar para visiones frontales del escenario: una imagen captada desde un lateral, acercándonos todo lo posible al borde del escenario, dará como resultado el efecto de estar tomando la foto encima del mismo, junto a los artistas.

En definitiva, este tipo de objetivos en un concierto nos permite obtener imágenes originales y llamativas. Sólo tienen un inconveniente: ¡hay que acercarse mucho a la acción para disparar!

Seguiremos fotografiando.

¿Y tú de quién eres?

¿Canon o Nikon?

Siempre que existen dos opciones atractivas, surgen defensores, detractores, y encarnizadas discusiones. PC o Mac. Naranja o limón. Doblar o arrugar. Los Simpson o Futurama. En el mundo de la fotografía, una de las batallas más tradicionales es la que enfrenta a los usuarios de Canon con los de Nikon. ¿Qué marca es mejor? Difícil decisión.

Lo que está claro es que por experiencia, trayectoria, disponibilidad y número de usuarios, estas dos firmas siempre me han inspirado mayor confianza que el resto. No seré yo quien diga que otras marcas fabriquen malas cámaras (bueno, en el caso de HP me atrevo). Sin embargo, generalemente con Nikon y Canon se va sobre seguro: pocas veces suelen decepcionar. Es el resultado de llevar toda la vida fabricando cámaras, y de haberse adaptado convenientemente al cambio digital.

Yo soy Nikonista. Sin embargo, una de mis cámaras preferidas es una (ya) antigua Canon; y si alguien me pide consejo para comprar ahora mismo, creo que inclinaría la balanza hacia Canon. Todo ello sin dejar de estar orgulloso de ser Nikonista. ¿Cómo se explica esto?

Si hablamos de cámaras compactas, la discusión no pasa de anécdota. Mi Canon G3 es una máquina a la que guardo especial cariño, y sigue funcionando como el primer día: muy bien (ha necesitado un recambio de batería, eso sí). Nikon fabrica unas compactas muy ídem, y las que he probado siempre me han dejado buen recuerdo. Pero más allá de acostumbrarse a la disposición de las opciones y botones, cambiar de una marca a otra no causa mayor problema.

La cosa cambia cuando hablamos de cámaras réflex. Algo que hace años podría ser una discusión para profesionales, pero que es una opción cada vez más valorada por usuarios aficionados. No les quito razón. Pero uno se compra, con toda la ilusión y sus ahorros, una cámara réflex y queda atado a su marca durante una buena temporada. Comprar una cámara compacta significa tener una cámara que se disfruta tal cual hasta que se rompe o se renueva. Comprar una réflex significa entrar en un mundo de tentaciones en el que poco a poco se van adquiriendo objetivos, flashes, filtros…

Si bien algunos de estos accesorios son independientes de la marca de la cámara (filtros, trípodes…), la mayoría son específicos para Canon o Nikon, irremediablemente. Y lo que nació como una inversión en el cuerpo de la cámara y un objetivo sencillo, años después será fácil que se convierta en una colección de (costosos) objetivos, baterías y cargadores de repuesto, flashes, disparadores remotos… Si con ese arsenal en el armario, nos planteamos renovar la cámara, la elección es fácil: o seguimos con la misma marca, o tendremos un montón de cacharros inservibles en forma de accesorios incompatibles.

Por eso, decidir entre Canon, Nikon, o el resto, no es tarea trivial a la hora de comprar una cámara réflex. Si ya tenemos objetivos antiguos de cámaras de carrete de alguna marca, fácilmente inclinará la balanza hacia ella pues funcionarán sin mayor problema en nuestra digital (factores de recorte y -en el peor de los casos- autofocus aparte). Si partimos de cero la opción más inteligente es valorar lo que existe en ese momento en el mercado y decidir en consecuencia.

Cuando yo me compré mi cámara réflex, acababan de aparecer en el mercado las réflex digitales de consumo: máquinas caras, pero no tanto como hacerlas inaccesibles. Es una gama que me parece muy interesante, por una sencilla razón: si me gasto miles de euros (es una forma de hablar, hace falta tenerlos) en objetivos, sé que renovando mi cámara por otra de la misma marca podré seguir usándolos. Si me gasto miles de euros en una cámara de gama profesional, al cabo de dos años tendrá unas prestaciones que se habrán quedado algo desfasadas. Por eso, siempre me ha parecido más inteligente invertir en objetivos que en cámaras de gama alta (en mi caso, ojo, dado que no hago un uso intensivo y en condiciones extremas de ellas, que es lo que explica su diferencia de precio).

Fue en 2004 cuando decidí comprar mi cámara réflex. Por aquellas fechas, sólo dos cámaras entraban dentro de mi presupuesto: Canon 300D y Nikon D70. Después de investigar, leer, volver a investigar y volver a leer, me decidí por Nikon. La D70 era un poco más cara, pero el objetivo de serie en el kit que compré (un 18-70) era sensiblemente mejor que el 18-55 de Canon, y la cámara tenía unas prestaciones más completas. Decidí, y me convertí en Nikonista.

Tres años después a esa cámara le acompañan ya otra (de carrete, Nikon F70), otros tres objetivos, un flash, algunos filtros, un disparador infrarrojo, otra batería y alguna cosa más que me dejo en el tintero. Cuando tenga que cambiar de cámara, seguiré fiel a Nikon, para poder aprovechar todas mis compras. Y eso que últimamente no me convence demasiado lo que están lanzando en la gama de mi D70. Sobre todo por su manía de usar tarjetas SD (en lugar de las Compact Flash que he ido reuniendo en estos años).

Canon, en cambio, se ha puesto las pilas -y mucho- desde aquella 300D. Con la 350D cambiaron las tornas, y la actual 400D creo que es una compra excelente. Se trata de máquinas mucho más ligeras y compactas (aún siendo réflex), y ofrecen una calidad indiscutible. Si tuviese que elegir ahora, compraría Canon. No me arrepiento de ser Nikonista, ni mucho menos, pero hay que ser realista también. Las cámaras de Canon ofrecen la misma calidad, son más pequeñas y más baratas. Y su servicio técnico dudo que sea tan desalentador como el de Nikon España (la empresa encargada de ello, Finicon, les hace un flaco favor).

Con todo, me gusta mi pesada D70, que comienza a envejecer con dignidad ya. Me siento cómodo con ella. Además, no hay que olvidar lo más importante: que las fotos dependen más del fotógrafo que de la cámara. No por gastarse más dinero o apostar por una marca vamos a obtener mejores resultados; ésos vendrán de la práctica, y de conocer al dedillo las posibilidades de nuestro equipo, sea cual sea. Lo mejor siempre es adquirir aquella cámara que se ajuste a nuestro presupuesto y al uso que le vayamos a dar. Luego, si es Canon, Nikon o de cualquier otra marca, ya es cuestión de gustos.

Seguiremos fotografiando.

El nuevo cuarto oscuro

Playa de Mogro, con y sin retoque

Retocar o no retocar, he ahí la cuestión. Con la llegada de la fotografía digital, y el acceso a potentes programas de edición de imágenes, la tentación siempre está ahí. Si realmente es esa la cuestión, la respuesta no es nada fácil. En realidad, creo que hay una incógnita que hay que resolver antes: ¿qué entendemos por retocar?

Existen opiniones contrarias a cualquier uso y abuso de Photoshop, The Gimp o similar; puristas que piensan que cualquier edición desvirtúa el espíritu original de la imagen. La fotografía debe ser aquello que captó la cámara en un momento determinado, y nada más. Es una visión romántica y cercana al espíritu de la fotografía tradicional. Un punto de vista que al principio compartía; con el paso del tiempo, sin embargo, he comprobado que tiene truco, que su razonamiento tiene algún aspecto criticable.

En mi opinión, el auténtico espíritu de la fotografía consiste en aislar un trozo de realidad, encuadrarlo en un visor, y capturarlo tal y como lo vemos. Quizás, añadiendo algo de nuestra parte, jugando con la luz para resaltar, dramatizar, jugar, crear. En cualquier caso, se tratará de una visión personal. ¿Por qué reducirlo entonces al resultado obtenido en el momento del disparo, sometiéndose a las limitaciones técnicas del aparato, de la luz, de la premura del momento?

La fotografía tradicional también tenía -tiene- truco. A partir de un negativo, el proceso de positivado es todo un arte en el que se aplican toda suerte de técnicas para resaltar, dramatizar, jugar, crear. Un programa informático de edición de imágenes es tan importante para la fotografía digital como lo era una ampliadora para la fotografía tradicional. Photoshop es el nuevo cuarto oscuro.

Usar una cámara digital para almacenar, imprimir o revelar las fotografías sin ningún tipo de edición es como usar una buena cámara de carrete y revelar el resultado mediante copias baratas en una hora. Es efectivo, práctico, y en muchos casos más que suficiente. Sin embargo, no se aprovecha el potencial de la cámara ni de las imágenes al cien por cien.

Se puede confiar en la cámara para realizar ciertos ajustes, incluso algo de procesado (saturación, efectos, etcétera) pero siempre se obtendrán mejores resultados si esa edición se realiza individualmente para cada imagen, con la comodidad y potencia de un ordenador. Y no se trata de falsear la fotografía, sino de intentar que se parezca a lo que teníamos delante de los ojos a la hora de disparar. O quizás a la imagen mental que nos formamos al disparar.

Siempre hay límites, por supuesto. En el caso del fotoperiodismo, resulta poco ético alterar las fotografías de tal forma que se modifique la información contenida en ellas: eliminar personas, fondos, objetos… Sin embargo, un ajuste de niveles, curvas, ruido, saturación y enfoque más que recomendable es necesario. La diferencia puede ser abismal. No podemos pretender con ello salvar una fotografía mala, pero sí mejorar aún más una buena imagen.

Otro ejemplo claro es el del formato RAW que incorporan ya muchas cámaras, sobre todo en la gama profesional. En dicho formato, se almacena la información tal y como la capta la cámara, sin ningún tratamiento posterior, ni siquiera su codificación a JPEG. Posteriormente, con el correspondiente programa informático se generará a partir de este negativo digital (de eso se trata, realmente) una imagen final con los ajustes que nosotros queramos: control de exposición, balance de blancos… Positivado digital, al fin y al cabo.

En resumen: si por retocar una foto entendemos poner nuestra cara en el cuerpo de un famoso, estirar las orejas a lo Spock a alguien que nos caiga mal, forzar unos colores chillones o añadir un ovni, habrá casos en los que esté de más. En otros, será un ejercicio divertido.

Si por retocar una foto, en cambio, entendemos sacar todo el potencial de la información digital obtenida por la cámara, e intentar que se aproxime en mayor medida a la foto que teníamos en la cabeza a la hora de disparar, bienvenidos sean los programas de retoque. ¿Por qué guardar un recuerdo con el horizonte torcido, colores apagados y amarillentos de un instante especial, si en realidad no era así?

El retoque fotográfico no se ha inventado con la fotografía digital, ni mucho menos. Sólo se ha generalizado. Y siempre habrá quien lo use con mesura y buen gusto, y quien lo utilice para falsificar o espantar. No culpemos a las herramientas de sus malos usos.

Seguiremos fotografiando.

Bienvenidos

Hace años no me preocupaba mucho por las cámaras de fotos: sólo eran esos trastos en los que a duras penas conseguía poner un carrete sin ayuda, y que me servían para volver con recuerdos de algún viaje o celebración familiar. Por no hablar de la cámara de mi padre, pequeña pero llena de cifras, anillos y símbolos que se escapaban a mi entendimiento.

Luego llegó la fotografía digital. Me gasté mis ahorros en una cámara digital Kodak que aún conservo, que funciona como el primer día (esto es: de una forma muy simple) y que en su día provocaba asombro: ¡no costaba dinero hacer fotos!

Con ella aprendí, básicamente, a fotografiarlo todo. A buscar motivos en lo extraordinario, pero también en lo cotidiano. Aprendí a encuadrar, a buscar el momento adecuado… y a perderlo por culpa de su retraso en el disparador. Fue el momento de seguir gastando dinero, y hacerse con una cámara, digital, con controles manuales.

Me encanta esa cámara que compré, marca Canon. Sigue siendo una de mis favoritas. Con ella aprendí lo que significaban los tiempos de exposición, aperturas y demás galimatías. Y lo aprendí a base de disparar y disparar y disparar. Al principio, cualquier intento de apartarme de su modo automático era el método más infalible para arruinar una imagen que la cámara por sí sola habría capturado sin problemas. Pero con el tiempo fui aprendiendo a manejarme, y entre viajes, disparos y mil pruebas, acabé con una réflex digital en la mano y un agujero en el bolsillo.

Una cámara réflex es un salto abismal, un cambio al que tardé un poco en acostumbrarme, pero del que nunca me arrepentiré. A pesar de sus peligros: desde entonces mi mochila para los aperos fotográficos ha ido llenándose (y desbordándose) de objetivos, flashes, filtros…

Por último, en mi ilógica evolución inversa, he terminado con cámaras de carrete, modernas, antiguas, muy antiguas. Me encantan, y las colecciono. Quizás me quede mucho por aprender, pero al menos ya soy capaz de entenderme con la cámara de mi padre.

La fotografía, en todos estos años (que no han sido tantos: seis) se ha convertido en la principal de mis aficiones, y en fuente de muchas satisfacciones. Eso sí, las mejores fotografías son siempre las que tengo por hacer, las mejores técnicas las que me quedan por probar. Me queda mucho camino y no pretendo enseñar ni aleccionar a nadie desde esta página; mi objetivo es mucho más humilde: compartir, divagar, pensar con letra impresa, aprender de las sugerencias de los demás…

Bienvenidos todos a este rincón. Seguiremos fotografiando.