Escuchando: Farewell and goodnight (The Smashing Pumpkins)
A pesar de la lluvia, estoy seguro de que esta tarde se convertirá en una noche mágica para muchos niños (y no tan niños). En mi familia, por motivos históricos y logísticos, los regalos los trae Papá Noel, pero en nuestra casa vienen los Reyes, los Magos, una de las pocas monarquías por las que siento simpatía.
Me gusta regalar, aunque muchas veces me agobia hacerlo en estas fechas. Las prisas, las aglomeraciones, y la necesidad de buscar ideas para todos hacen que muchas veces se acaben encargando regalos por inercia. Prefiero los detalles en cualquier otro día del año, sin más motivos que el de sorprender.
Aún así, hay algunos regalos para los que las prisas no existen, y siempre intento devanarme los sesos buscando algo original, que sepa que vaya a gustar. O eso espero. El de ella es uno de esos regalos. Se supone que somos adultos, pero esto de los Reyes lo vivimos como niños. Hace semanas que me acosa a preguntas (vale, y yo a ella): ¿es grande? ¿pequeño? ¿qué es…? Me gustan las sorpresas, darlas y recibirlas, así que nunca concedo pistas. Pero ante tanta insistencia, una noche no pude evitar inventarme una palabra para referirme a su regalo: es un gambrulí. Es una palabra que me gusta: tiene una m antes de b, un plural acentuado que se puede hacer como gambrulís o gambrulíes (yo recomiendo y uso ésta última), suena misterioso…
Esta noche estoy seguro de que alguien dejará un gambrulí debajo de nuestro árbol. Quién sabe si dejarán también algo para mí… Será, eso seguro, una noche de nervios, de risas, y de madrugón: el roscón ya está listo para el desayuno de mañana.
Feliz noche…