Mazingert Z contra la amenaza del Dr. Thedio

Escuchando: Mazinger Z (Los Petersellers)

Ha sido un fin de semana agotador, pero había que aprovechar el buen tiempo (que ha vuelto a desaparecer, ya) para pasear con la cámara y hacer alguna visita a la playa.

También influye en mi actual agotamiento la sesión que de manera bastante improvisada acabé ofreciendo el sábado por la noche en el Opium. No pude negarme, se trataba de un pequeño reto. Habitualmente pincho en locales a los que la gente va sabiendo lo que se va a encontrar; hacer una sesión de música raruna en pleno centro neurálgico de la movida santanderina, un sábado por la noche, era algo demasiado tentador como para dejarlo pasar.

Visto lo visto, yo creo que a la gente le da igual la música que le pongan mientras le den de beber. Y lo digo como algo bueno: si en lugar de la pachanga habitual escuchan pop nacional más independiente, rock pegadizo, electrónica divertida o clásicos históricos, no se van del bar: siguen allí y lo disfrutan. Fue toda una experiencia ver a gente canturrear a Pecker, poner a todo el mundo a bailar con The Killers, soltar temazos de Madness, Housemartins y los Smiths, o decir que no al Chiki Chiki.

Fue una sesión divertida, me lo pasé muy bien, y el bar estuvo hasta arriba hasta el cierre, pasadas las 4 de la mañana. Incluso se me acercaron varias pesonas a felicitarme por la música… aunque yo creo que más influenciados por el alcohol que por la objetividad.

Hoy, eso sí, tengo las piernas como postes de teléfono: duras y con calambres.

Seguiremos informando.

El 23 de abril de 1616 y otras historias

Escuchando: Por qué evadirse a otros mundos aún más pequeños (Manta Ray)

23 de abril. Un día tal como hoy, en 1616, murieron Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Un día aciago para la literatura universal, y a pesar de ello se utiliza para homenajear al libro. Siempre me había llamado la atención esta casualidad en la fecha de sus muertes, y hace poco me enteré de que tenía truco. Murieron el mismo día, efectivamente, pero según calendarios distintos: en España seguíamos el gregoriano, y en Inglaterra se regían aún por el calendario juliano. Shakespeare murió un 3 de mayo, en realidad.

Anécdotas históricas aparte, hoy es el Día del Libro. Uno de los pocos «Días del ***» que me gusta celebrar.

En nuestra casa hay pocos libros. Aún. Algún día los astros se conjurarán para que podamos conseguir la estantería que llevamos meses buscando (no, no es tan sencillo), y procederé a la sección literaria de mi mudanza. Hasta entonces los libros se van amontonando en la mesita de noche según los voy leyendo o esperan su turno. Ahora mismo tengo entre manos «Un pequeño inconveniente» de Mark Haddon, escritor que saltó a la fama con «El curioso incidente del perro a medianoche»… que no he leído, pero creo que acabaré comprando de manera inminente. Siempre aprovecho estas fechas para añadir algunos tomos más a la lista de libros pendientes. Manías. Otros que tengo entre ceja y ceja: «El asombroso viaje de Pomponio Flato» (el último de Eduardo Mendoza) y «Tokyo Blues» (de Haruki Murakami, aún no he leído nada suyo pero sospecho que me va gustar…)

Hoy apaguen la televisión un rato, lean, acérquense a su librería preferida o a la Feria de turno (en Santander tendremos que esperar hasta el viernes), compren o regalen algún libro… no desperdicien la oportunidad de evadirse a otros mundos, aunque sólo sea por un rato.

Feliz Día del Libro. Seguiremos leyendo.

Una más para la colección

El lunes me regalaron una cámara de juguete, un amigo tenía unas cuantas de una promoción, y me pasó una por si me interesaba. Nada más verla, supe que iba a ser que sí. Es una de esas cámaras con cuatro lentes que con cada disparo capturan cuatro imágenes consecutivas, y las plasma en el mismo fotograma del carrete. Lo mismo que hace esta cámara Lomo, pero sin tener que pagar los precios que les ponen a sus cámaras de plástico barato (y a pesar de ello, yo ya he picado un par de veces).

[OE]
Es de bien nacido ser agradecido, y ayer aproveché que tenía que pasar por el centro a una sesión de recadería variada, para cargar un carrete y disparar a (y sin) discreción, sin preocuparme mucho de la parte artística, sólo para comprobar que el juguete funcionaba. Y lo hace. Por la tarde revelé el carrete, y esta mañana lo he pasado por el escáner. Parece más luminosa que mi Supersampler, y tengo que sujetarla más firmemente al disparar… para el próximo carrete lo tendré en cuenta.

Gracias por la cámara… y una más para la colección.

Seguiremos fotografiando.

Ese señor que ronronea

Escuchando: San Antonio (Sr. Chinarro)

Qué suerte. Hace un par de semanas cayó en mis manos el nuevo trabajo de Sr. Chinarro, y no me canso de escucharlo. Magnífico. Y soy afortunado porque esta noche tocan en Santander, en formato intimista (creo que no llega ni a 100 localidades) y acústico, para presentar este nuevo disco.

Sr. Chinarro es el grupo con el que se viste el sevillano Antonio Luque, un tipo -más personaje que persona- tímido, peculiar, con una carrera a sus espaldas de quitarse el sombrero. Su voz grave ha pasado de cantar los textos jeroglíficos y quirománticos de sus inicios, a las letras más risueñas y saltarinas de sus últimos discos, pero a mí siempre me deja con la misma sensación: es un genio que, ahora mismo, con discos mucho más accesibles, corre el riesgo de ser comprendido.

Ronroneando. Así se llama su nueva obra, 34 minutos imprescindibles para recuperar la fe en la música creada en nuestro país. Con perlas como:

Se dice que si uno no quiere dos no se pelean,
pero ha vuelto a pasar,

y es que el bicho que te haya picado
bien merece un documental.

Una vieja amiga dijo

qué pasaba en el Pan Bimbo,

que los extremos se atraían

cuando daba ya lo mismo.

No digas que voy muy deprisa,

que los poemas que te mando son de risa.

Viviendo solo sólo leo 
fechas de caducidad.

Mi santo nunca celebro
pues no creo en los santos,
siempre ha vencido el Mal.
No le pidas nada a San Antonio,
si acaso habla conmigo
con el mismo demonio…

Esta noche, cita con Sr. Chinarro. Sin duda: esto sí que es suerte. Seguiremos informando.

MAME no hay más que una

Escuchando: Tom Sawyer (Rush)

Hace ya tiempo que andaba buscando un rato para hablar con calma de la que se ha convertido en una de las atracciones de nuestra casa. Nuestra particular consola, que ha terminado acaparando la atención en más de una reunión casera, nochevieja incluida.

Personalmente, nunca he sido muy dado a los juegos de ordenador. En su día me aficioné a las aventuras gráficas, pero de eso hace ya mucho tiempo. Las consolas nunca me llamaron la atención… salvo la última hornada de Nintendo, todo hay que decirlo. La DS es un juguete que puede dar mucho juego, por lo que he trasteado con alguna, y la Wii me parece muy divertida y original. Eso sí, me da la impresión de que son caprichos a los que pasados unos meses se les deja de prestar atención. No lo sé.

El caso es que los juegos con gráficos ultrarrealistas, con acción trepidante y violencia a raudales nunca han sido lo mío. Siempre he sido mucho más clásico: pienso, afirmo, y dudo que cambie de opinión, que las partidas más adictivas son las de los juegos aparentemente más sencillos. El Tetris, por ejemplo.

Dicho todo esto para sentar los antecedentes, voy al grano. Cuando hice mi mudanza, no me molesté en traer un viejo ordenador que estaba ya casi para el despiece: mi primer portátil, de hace ya muchos, muchos años. La tapa no tenía ninguna resistencia, la batería era simbólica, Widows XP se arrastraba…. No parecía tener mucho sentido cargar con él, si apenas lo iba a usar.

Y así quedó la cosa, hasta que en casa de unos amigos, me pidieron ayuda para configurar el MAME en su ordenador. Qué cosas, había oído hablar de ello, pero nunca le había prestado mucha atención. MAME es un programa, un emulador de los juegos de las máquinas recreativas: Tetris, Pac-man, Space Invaders, Street Fighter… los juegos de toda la vida, vaya.

Echamos a andar el MAME en su ordenador, y esa noche, ya en nuestra casa, nos picó el gusanillo y lo instalamos también en mi iMac. Era divertido, pero la violencía con la que atacábamos el teclado me hacía temer por alguna de sus teclas. Pensé en comprar un par de gamepads para poder jugar más a gusto, porque la verdad es que era muy divertido….

Luego me puse a maquinar, que es algo que hago con cierta frecuencia. Me acordé de ese portátil abandonado, y me pregunté si sería capaz de ejecutar el emulador en él. Cómo sólo había una forma de averiguarlo, me puse manos a la obra.

Lo primero de todo fue formatear el disco duro e instalar un Windows XP con lo mínimo. El ordenador es un AMD a 1Ghz, con 256Mb de memoria RAM, así que tras la limpieza funcionaba de una forma más que decente. Además, sin ningún tipo de conexión con el exterior, y sin intención de instalar nada más, esperaba que siguiese estable por mucho tiempo. El emulador MAME me dió algún quebradero de cabeza, porque sus últimas versiones parecían demasiado exigentes para el equipo, y se entrecortaba el sonido, o la imagen perdía fluidez. Tuve que probar versiones un poco más antiguas para encontrar una con la que todo funcionase correctamente. Y lo conseguí. Después, todo fue cuestión de conseguir algunos miles de juegos gracias a los sospechosos habituales.

Ya tenía un ordenador con MAME instalado, y todos los juegos imaginables que alguna vez pasaron por los salones recreativos. No era mal comienzo. Pero faltaba un paso: instalarlo en el salón, conectado a la televisión y al sistema de cine en casa. Lo del sonido fue coser y cantar: un cable para conectar la salida de auriculares del ordenador a una entrada de línea del amplificador, y listo. Sin problema.

Lo de la televisión fue otro cantar. Tenía por algún lado un cable con el que conectar la salida de TV del ordenador al euroconector correspondiente, y funcionaba… pero los colores eran demasiado estridentes, y el tamaño de los juegos en la pantalla del televisor se reducía en la mayoría de los casos… y con una televisión de tubo de 21 pulgadas había que arrimarse bastante para poder jugar con comodidad. Aún así, era entretenido, funcionaba, y merecía la pena tener todos esos juegos en el salón.

Fue el momento de hacer la única inversión que ha requerido el invento: un par de gamepads (con cable, nada de lujos), que conectados a un viejo hub que tenía por casa, completaron nuestra pequeña consola casera.

Funcionaba, sí; pero era mejorable. Investigué formas de automatizar el arranque para que no me tuviese que preocupar de ejecutar programas o seleccionar juegos… y encontré algunas muy vistosas que se escapaban de las posibilidades de nuestro humilde ordenador; y otras que tras pruebas varias, acabaron convirtiéndose en la solución ideal: Game Launcher ejectuado automáticamente al iniciar Windows nos permitía tener un menú con todos los juegos disponibles (o con una selección de nuestros favoritos), y elegir el adecuado usando los gamepads. Era, realmente, como tener una consola con miles de juegos clásicos.

Para personalizar aún más Game Launcher me descargué capturas de pantalla de cada juego, y animé el menú con una canción: Tom Sawyer, de Rush. Elección que responde a motivos extremadamente frikis.

Las pasadas navidades cambiamos de televisión, y nuestros juegos salieron ganando… ¡y cómo! La nueva tele tiene entrada VGA, y eso ha eliminado todos los problemas y ajustes de la pantalla. Ahora se ve todo perfectamente… y con 37 pulgadas las piezas de tetris y el comecocos se ven desde el sillón… y desde cualquier otro lugar de la casa.

Poco a poco, habíamos conseguido tener un aparato al lado de la tele que bastaba con encender, y conectar un par de mandos, para poder echar unas partidas a juegos que no pasan de moda. Todo un éxito, de crítica y público.

Claro, que con todo eso ya montado, era tentador hacer alguna prueba más. No sólo de juegos de recreativas vive el hombre, y hubo algunos clásicos de PC que merecía la pena intentar echar a andar. Al menos uno: los Lemmings. Los primeros intentos fueron un fracaso: la versión para DOS no funcionaba bien bajo Windows, y la versión para Windows era espantosa. La solución pasó por instalar un emulador de MS-DOS, y asunto resuelto: los Lemmings en todo su esplendor, y a toda pantalla. Para manejarlo de forma más cómoda, reciclé otro trasto que tenía por ahí tirado: un viejo trackball inalámbrico. Perfecto.

Claro que… teniendo un ratón en el sillón… esa pantalla… y un ordenador… ¿por qué no intentarlo con las aventuras gráficas? Fue entonces cuando descubrí ScummVM, un emulador (para muchas, muchas plataformas… lo he conseguido instalar en mi PDA, incluso). ¿Por qué usar un emulador en un PC para emular juegos de PC? Por lo mismo que ocurría con los Lemmings: para evitar problemas de sonido, controles, resolución…

ScummVM además tiene un menú con el que es muy sencillo elegir los juegos cómodamente desde el sillón. Y funciona con los clásicos entre los clásicos: Monkey Island, Indiana Jones, Maniac Mansion, Day of The Tentacle… ¡qué tiempos aquellos!

Juegos de recreativas, Lemmings, aventuras gráficas…. al final sí que aproveché aquel viejo ordenador, sin duda. Mi último experimento ha sido un poco temerario: he cogido prestado un adaptador inalámbrico de otro PC que no usamos mucho, y he conectado nuestra consola a la red casera, rompiendo su aislamiento ¿Para qué? ¿para navegar? ¿para leer el correo? No, para escuchar música…

He instalado iTunes en ese portátil, y gracias a su capacidad para conectarse a librerías de música de equipos en la misma red, podemos escuchar en el salón la música que yo tengo en mi iMac, o la que tiene ella en el iBook. Fácil, y eficaz. Ahora, al arrancar la consola, se puede elegir si se quiere usar para jugar, o para escuchar.

Gracias por la paciencia, si alguien ha seguido leyendo hasta aquí. El que pase de visita por casa, que recuerde que tiene la oportundad de jugar unas partidas al Tetris, o al Columns, o aquel juego de la arañita, o al Out Run, o al Golden Axe, o al Pac-man, o al After Burner, o al Space Invaders…. o a lo que quiera. Los tenemos todos. Las monedas (hay un botón para el insert coin), de momento, corren de nuestra cuenta…. aunque igual acabamos dejando una hucha allí cerca, por si acaso 😉

Seguiremos jugando.

Pequeñas y humildes celebraciones

Escuchando: Canción de amor y oficina (Ismael Serrano)

Estos días están pasando demasiado rápido, cargados de trabajo, de sueño, de obligaciones. Los ratos de calma parecen demasiado breves, aunque sí: ahí están. Igual que las pequeñas y humildes celebraciones: películas en las que, sin hacer ruido, ganaron los buenos… victorias simbólicas que vienen a compensar meses de nervios, de preocupaciones, de malos tragos.

Me quedo con la sensación de que en este mundo existen personajes que son -sin más- malas personas, de manera irracional, sin medias tintas, sin remordimientos. Punto de partido. Pero también con la certeza de que uno puede encontrarse gente con principios, con verdades, con cabezonería bien entendida, con miedos pero sin dejarse vencer por ellos. Gente de la que uno puede, debe, estar bien orgulloso.

Yo hace ya más de año y medio que lo estoy. Otra pequeña celebración.

En las zanjas de Madrid buscan un tesoro  
que esconde un dragón dormido bajo tus pies.  
¡Qué torpes e ingenuos son!  
Yo tengo el tesoro:  
duermo con él.

Manual de instrucciones para una noche de jueves

Escuchando: Gigante (Deluxe & Amaral)

Mi última sesión en el Opium estuvo cargada de buenas intenciones y pocos resultados: cuando un amplificador falla cada tres minutos, y necesita cinco para volver a funcionar, se limitan mucho las posibilidades.

Esta noche tengo intención de hacer sonar todas las canciones que el mes pasado quedaron en el tintero. Deluxe. Morrissey. Tachenko. Charlatans. REM. Vetusta Morla. Nick Cave. Love Of Lesbian. Pulp. Moby. Hercules & Love Affair. Bowie. Iván Ferreiro. James. Madness. Y una partida a la Wii en pantalla gigante para el que se pase.

Pub Opium – Daoiz y Velarde 14 (Junto a Plaza Cañadío), Santander.
A partir de las 23:00.
Entrada gratuita.

Seguiremos pinchando.

Tu quoque flickr

Muchos ya conocéis mi predilección por flickr, el servicio web que permite publicar y compartir fotografías. Hoy ha añadido una nueva funcionalidad, sorprendente y desconcertante. A partir de ahora, los usuarios con una cuenta de pago podrán publicar también vídeos. Pero… ¿por qué? ¿para qué? ¿qué es un vídeo para flickr?

[OE]
La inclusión de esta nueva característica está levantando bastante polémica entre sus usuarios. No cabe duda de que tal y como se ha implementado (al menos de momento), resulta un servicio un tanto extraño. Definen un vídeo como una foto extensa (¿?), algo personal, simple -ni sobreproducido ni sofisticado- o, en resumen: un Gran Enigma.

Bajo esta extraña definición, pretenden englobar los vídeos que flickr permite publicar: de creación propia, de contenidomoderado y seguro (esto es, para todos los públicos), y con una duración máxima de 90 segundos. Si la película dura más, sólo se reproducirá el primer minuto y medio.

Lo reconozco: no entiendo este movimiento por parte de flickr. Plantar cara a YouTube no parece una opción lógica, ni deseable. YouTube funciona muy bien, pero no deja de ser un cajón de sastre desordenado, caótico y -como página web- feo; flickr, en cambio, siempre se ha destacado por una apariencia elegante, ordenada, y bastante más seria. La inclusión del editor Picnik dentro de flickr me pareció un paso lógico y acertado, por ejemplo. Pero… ¿vídeo? ¿90 segundos? ¿para qué?

Algunos usos del vídeo relacionados con la fotografía pueden ser: pases de diapositivas con música (breves, sólo minuto y medio), tutoriales (¿de 90 segundos?), reportajes (cortos)… no sé, esta nueva posibilidad de publicar vídeo parece un quiero y no puedo. No me termina de convencer. Habrá que ver cómo reacciona la gente, qué contenidos aparecen publicados, y cómo va evolucionando. Desde luego, si entre la habitual selección de destacados comienzan a aparecer vídeos del Chiki Chiki, mal vamos. En cambio, si lo que provoca es la publicación de pequeñas delicias, bienvenido será.

De todos modos, sigo prefiriendo -como medio de expresión- la fotografía al vídeo. Pero eso ya es cuestión, totalmente, de gustos personales.

Seguiremos fotografiando.

Así barría, así, así.

Una de las técnicas de fotografía con la que siempre me ha costado obtener resultados aceptables (y me sigue costando) es la realización de barridos. Un barrido es una captura en la que se sigue con la cámara a un sujeto en movimiento. El objetivo es, por tanto, obtener una imagen en la que el sujeto principal se encuentre bien definido, mientras el fondo aparezca desenfocado como consecuencia del movimiento de la cámara. Ejemplos clásicos: coches, motos, bicicletas…

Para conseguirlo, hay que estimar el tiempo durante el que vamos a seguir al sujeto con la cámara, y usar ese tiempo como velocidad de obturación. La apertura se deberá elegir en consecuencia, para obtener la luminosidad adecuada. También debemos buscar una posición desde la que veamos el desplazamiento de forma longitudinal, para que nuestro movimiento de cámara sea, dentro de lo posible, paralelo al del sujeto.

Hay que tener en cuenta que si el tiempo elegido es muy corto, no se apreciará sensación de movimiento en el fondo. En cambio, si el tiempo es muy largo, corremos el riesgo de que el pulso nos juegue una mala pasada, y tengamos trepidación en la imagen, apareciendo el sujeto movido. La clave está en encontrar el compromiso entre ambos criterios… y en probar… ¡con las cámaras digitales no hay excusas para no intentar el experimento!

Obviamente, siempre será recomendable (y dependiendo de las condiciones de luz, muchas veces indispensable) contar con una cámara que nos permita controles manuales… El modo Manual, o en su defecto, la Prioridad a la velocidad (Tv ó S) son los más adecuados para esta técnica, ya que con ambos podremos controlar con exactitud el tiempo que nuestra cámara dedica a tomar la fotografía. Con el primero debemos fijar tanto los valores de velocidad como de apertura, mientras que con el segundo fijaremos la velocidad y la apertura la calculará la cámara en función de las condiciones de luz existentes.

Como todo se explica mejor con un ejemplo, aquí va uno. La fotografía que acompaña a estas líneas es un barrido que realicé ayer, en un carrusel de Santander. Un tiovivo es un buen sujeto de prueba: está en movimiento, es llamativo y -sobre todo- se pueden hacer muchos experimentos, porque el caballito siempre vuelve a pasar por delante de nuestra cámara tarde o temprano 😉

El reto de esta foto era conseguir un efecto de movimiento llamativo, teniendo en cuenta las condiciones de luz: día radiante con mucho sol, a las 12 del mediodía. Para poder disparar a una velocidad moderadamente lenta, tuve que cerrar todo lo posible el diafragma, para intentar que entrase la menor cantidad de luz posible durante el disparo, y la foto no acabase quemada. Por la misma razón, el valor ISO lo tenía al mínimo (200 en mi caso).

En concreto, cerrando al máximo con un valor de f/29, conseguía una exposición razonable disparando a 1/13 segundos. Suficiente. Con esos valores, todo fue cuestión de probar, y aunque el foco no está clavado, la imagen superior es la que más me gustó de la sesión (en la que, sobra decirlo, hubo muchos intentos que dieron como resultado un borrón de colores).

Con Photoshop terminé de perfilarla, limpiando las manchas en el sensor que me aparecen con esos valores tan altos de apertura, ajustando niveles, curvas, y aplicando un filtro para darle un aire un poco más retro, a lo Polaroid.

El resultado es llamativo, pero mejorable. Seguiré intentando barrer en condiciones…