Escrito el 04-02-2004

Vaya caló… con este trailer de la primavera que estamos disfrutando por la tierruca, estoy recuperando costumbres tan agradables como la de escaparme un rato antes d eir a trabajar, con sol, música, y un libro… una buena sobremesa…



Así de paso sigo probando mi iPod, y mis nuevos auriculares Apple, una mezcla entre auricular y tapón de oídos, que me aísla del mundanal ruido para poder disfrutar mejor de mis 2562 canciones… eso sí, después de colocárselos, que tienen su truco… pero el resultado merece la pena… ya sé como voy a morir: atropellado , pero con buena música…


Llamadme autista, pero es que a veces con los oídos tapados es como mejor se está… porque para lo que hay que oir…. primero, la Janette Jackson muestra sus encantos (picaronaaaaa) y todo el pueblo americano, puritanos de mierda donde los haya, se tiran de los pelos y se hacen cruces en señal de repulsa por tamaña indecencia y espectáculo tan bochornoso…. mejor cambiar de cadena para presenciar uno de los miles de asesinatos gratuitos que presencian en la tele sin pestañear, o para escuchar a su presidente (al que sólo el beneficio de la duda me impide calificar como retrasado mental) decir eso de que a ver si va a ser que no había armas


Pero en todas partes cuecen habas… si uno abre las orejas en territotio nacional, puede tener la desgracia de escuchar a la conferencia episcopal (minúsculas intencionadas) decir que la violencia doméstica es el resultado lógico de la revolución sexual. Claro. Por supuesto. Va a ser eso. En el clavo han dao… Unos fieras, unos hachas están hechos estos obispos. Dan con la verdad y ahí están, difundiéndola. Bueno, la verdad, o la sarta de chorradas acostumbradas… es igual… amén…


Y mientras tanto, la violencia doméstica sigue sin ser causa para conseguir una nulidad matrimonial (y no como otros motivos mucho más serios, como el efectivo)


Qué cosas…


Ah, y en realidad… sí que hay nubes…


Si, si. Repitió lo conjunción como quien, después de haber tropezado con una piedra, retrocede para volver a tropezar con ella, como si la golpeara una y otra vez a la espera de ver saltar de dentro una centella, pero la centella no se decidía a aparecer….


(La Caverna, José Saramago)

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