Tac tic

Escuchando: Time is running out (Muse)

El saxofonista estaba llegando al punto álgido de Lily was here cuando chocamos. Ella corría desde el pasillo amarillo, yo desde el azul, y el encontronazo provocó una nota improvisada, una nota de color verde, como la mirada que acompañó su sonrisa de disculpa. El sonido de un metro aproximándose hizo que nos levantásemos corriendo; recoger libros y bolsos y bajar las escaleras nos llevó un par de aturdidos minutos; suficientes para perder el metro. Por los pelos.

Tres minutos de espera. Ella en el otro extremo del andén, con una naturalidad que me desarma, me sonríe, lejana, y segundos después se olvida de mi presencia para consultar un plano de metro. Canturrea. Me enamoro, y aún me sobra minuto y medio. Intento reunir valor e ingenio, pero nunca lo he conseguido en menos de dos minutos. No me da tiempo, un nuevo tren entra en la estación. Avergonzado por mi falta de arrojo, cruzo las puertas abiertas del vagón, con los ojos cerrados.

Los abro. Vuelvo a estar en el andén. Me giro, no entiendo. Las puertas se vuelven a cerrar delante de mí. El tren se pone en marcha, pero retrocede por donde ha venido y se pierde en el túnel. Me giro, no entiendo. El reloj de la estación marca el tiempo transcurrido desde el último metro. 2:50. 2:49. 2:48. Me cuesta comprender el sentido de la cuenta atrás. Me giro, no entiendo. Ella vuelve a guardar el plano de metro en su bolso, me sonríe.

Dentro de un minuto y veinte segundos se esfumará, volverá a su túnel amarillo y no la volveré a ver. Me decido, me acerco, sonrío, tímido.

– Hola. Perdona. No quiero que desaparezcas. Quédate.

– Nóisaco al etsivut sartneim odatnetni olrebah saírebed

Cuento sin principio #16

Escuchando: Help me warm this frozen heart (Piano Magic)

Cansado de intentar hacerse oír, se quedó escuchando una conversación que no entendía, y acabó colgando el auricular, en silencio. Nadie se dio cuenta.

Se acercó al rincón, y recogió su corazón; lo levantó y limpió lo mejor que supo las huellas de palabras afiladas. Entornando los ojos, apenas se apreciaban las marcas.

Decidió dejar de entornarlos.

Cuento para después de Navidad

Escuchando: Understand (Polar)

Él. Vuelve a casa después de trabajar. Después de unos días de vacaciones disfrutados tranquilamente en familia, este lunes ha resultado especialmente agotador. No veía la hora de terminar la jornada. Esta mañana, cuando salió corriendo, su hijo aún no se había despertado, y su mujer estaba en ello; ahora, su llave en la cerradura del portal es el primer paso del protocolo para sentirse en casa.

Ella. Lleva un mes escaso en España. Apenas ve a su marido, atrapado en una jornada de sol a sol (incluso algo más, ahora en invierno) sujetando una bandeja en una cafetería del centro. Con su hijo pequeño, viven en una habitación pequeña, de un piso pequeño, compartido con otras dos familias que les han precedido en esta aventura española. Y con su hijo pequeño y su cochecito, lucha por mantener el equilibrio en las escaleras del portal, intentando que niño, coche, bolso, bolsas, chaquetón y paraguas sigan en su sitio. No parecen estar por la labor.

Él. Ve a una de sus nuevas vecinas, una inmigrante que ha llegado hace unas semanas. O eso cree. Siempre le parece que hay alguien nuevo viviendo en ese piso, ha perdido la cuenta. Está apurada, forcejeando como buenamente puede, en medio de las escaleras del portal. Siempre ha pensado que las buenas obras no son una exclusiva de la ya pasada Navidad, así que, todo educación y buena voluntad, corre en auxilio de su vecina.

Ella. Apenas tiene tiempo para hablar. La amabilidad de su vecino, educado, trajeado, impetuoso, y sonriente, la deja sin palabras. El cochecito está, tras unos enérgicos movimientos del hombre, en lo alto de las escaleras.

Él. Sonríe y hace un par de carantoñas a la criatura. Se despide y continúa su camino por las escaleras: vive en el primer piso y no quiere ocupar un ascensor en el que no caben dos adultos y un cochecito. Silba, optimista, pensando en lo fácil que resultaría muchas veces la convivencia, tan solo añadiendo un poco de buena voluntad.

Ella. Sonríe tristemente. Masculla un tímido gracias, y espera a que su vecino desaparezca escaleras arriba. Con gesto cansado intenta descender de nuevo hacia la calle. Silba para distraer a su pequeño, mientras vuelve a hacer equilibrios en las escaleras; y piensa en lo fácil que resultaría muchas veces la convivencia si a la buena intención se le pudiese añadir, además, un poco de entendimiento.

Cinco cuartos de hora

Escuchando: Scatterbrain (Radiohead)

En ocasiones, cuando tropiezo, me tambaleo. Generalmente no pasa nada: el equilibrio zozobra, él vuelve a su sitio y yo a mi camino. Algunas pocas veces, los pensamientos se me descentran en el traspiés. Mi cuerpo sigue andando, pero la mente se me queda atrás. Y puedo seguir pensando, y contemplarme a la vez. Mirándome a la espalda, no veo más que a un desconocido, la parte de mí mismo que se esconde del espejo. No suelo tardar en acelerar el paso de mis pensamientos para alcanzarme y centrarme de nuevo. Aquí dentro se medita mejor, y hay mejores vistas.

Esta noche he debido de tener un sueño inquieto. Cuando he despertado, me desperezaba perezosamente mientras mis pensamientos me observaban, también con pereza, desde el otro lado de la cama. La rutina me ha hecho arrastrar fuera de la cama, pero mis pensamientos se han quedado allí, absortos. Al rato se han levantado, y se han acercado a mi cuerpo mientras me duchaba, pero quedándose al otro lado de la mampara. Mens seca in corpore limpio.

Mis pensamientos me han visto desayunar maquinalmente, mientras me seguían observando, y han comprendido que aún no habías aparecido. Mi cuerpo se ha vestido, y tú no estabas aún.

Mi silueta soñolienta ha cogido las llaves, la cartera, el móvil y la mochila, y de ti, ni rastro aún. Ha bajado las escaleras, ha salido a la calle y ha sido golpeada por el fresco mañanero, lo que ha hecho que mis pensamientos se acerquen más a mi cuerpo. Pero se han resistido a entrar, intrigados: ¿cuándo aparecerías?

Mis pies han seguido las raíles imaginarios de todas las mañanas, hasta el final de la calle, girando a la derecha, nuevamente a la derecha, cruzando la calle, llegando al parque, atravesando la plaza. Y allí ha sido; rodeado de gente, allí has aparecido, me he acordado de ti, y mis pensamientos han llegado corriendo; han ocupado su sitio junto a los recuerdos, y se han asomado a mis ojos para echar un vistazo al reloj. Había pasado ya, sólo, solo, una hora y cuarto.

Piedras

Escuchando: Thick as a brick (Jethro Tull)

La conoció y se enamoró de sus ojos verdes. Tendrás el más hermoso de los hogares, le prometió él. Y partió.

Una semana más tarde, ella recibió un pesado paquete. Al abrirlo, encontró una piedra y una breve nota: te enviaré una piedra, la mejor, de cada una de las ciudades que visite, construye con ellas tu hogar, te quiero.

Cada semana, un nuevo paquete, una nueva caja, una nueva piedra, una nueva nota: te quiero, volveré.

Por fin, él pudo regresar a su tierra. Habían pasado muchas semanas, y en cada uno de sus días soñó con contemplar el hogar que había ayudado a construir.

Al llegar, no encontró más que unas piedras pobremente apiladas. Las ventanas sin cristales y las paredes derruidas gritaban que allí no vivía nadie, que las últimas de sus piedras habían servido para destruir en lugar de construir.

Ella vivía en un chalet adosado a otra vida.

Resignado, eligió la mejor de sus piedras y se alejó para construir con ella su propio hogar.

Cuento sin principio #13

Escuchando: Paintbox (Pendragon)

Fue al día siguiente de su despedida cuando comenzó la rutina. Todas las mañanas, acercaba el caballete a su única ventana, e iba completando el cuadro; su cuadro.

Siempre esperaba verla aparecer de nuevo; y mientras, con cada pincelada iba dejando su memoria sobre el lienzo. Con el paso del tiempo, su interior se encontraba más desconchado, a medida que la tela se llenaba de óleo.

Día tras día miraba más por la ventana, y pintaba menos. Sabía que si terminaba el cuadro no le quedaría más que su recuerdo en una pintura.

Ventanales

Escuchando: Running to stand still (U2)

Algún día esas ventanas fueron nuevas y relucientes. Supongo. Siempre las conocí sucias, grises y opacas. La madera, estriada, mostraba un universo de constelaciones, formado de agujeros de polilla. Los cristales, ajados, amenazaban con un salto al vacío, fatal. Y aún así, tras el ventanal me sentía seguro.

Los años fueron desgastando esa sensación; las maderas se convirtieron en leños con textura de tronco de árbol; un día fue difícil ya encajar las ventanas en sus marcos. Al día siguiente, fue más difícil aún. La complicación de la tarea creció día tras noche, hasta volverse algo imposible: el viento tenía vía libre para soplar por las rendijas, por los orificios, por las heridas de lo que una vez fue seguro.

Tras el viento, vino el polvo; tras el polvo, el frío; y tras el frío, los insectos. Decenas al principio, centenares poco después, miles finalmente. Termitas de los recuerdos, devoraron cada uno de los muebles, enseres y adornos de mi habitación.

Y cuando no tuvieron nada más que roer, empezaron conmigo hasta no dejar otra cosa que una calavera reluciente. Cuando me miro en ella, me veo reflejado, pero la imagen pertenece a otra persona, ese no es mi aspecto, ese no soy yo.

He cambiado mi rostro, he cambiado mi nombre, pero me sigo sintiendo igual tan indefenso como la primera vez que cerré mis ventanas.

He luchado para volver al punto de inicio. He cambiado para seguir siendo el mismo.

Cuento sin principio #12

Escuchando: Mariem Hassan (Magat)

Al volver caminando por delante del viejo edificio, levantó la vista hacia el balcón de piedra, preguntándose si la pareja de la noche anterior seguiría allí, en algún rincón de la casa; con sus mejores galas, o mejor sin ellas; abrazados o disparándose ternura a distancia; siete pisos por encima de la vida gris.