Escuchando: The boy with the arab strap (Belle & Sebastian)
El pasado fin de semana estuve en el festival Santander Amstel Music que se celebró en la Campa de La Magdalena de nuestra ciudad. Una sobredosis musical que me dejó un sabor agridulce, hubo un poco de todo.
No pude ir a la fiesta de presentación del jueves (¿qué pintaba una banda como We Are Standard en sala pequeña, por cierto?) por lo que me uní al festival el viernes, cuando comenzaba a celebrarse al aire libre.
La primera sorpresa vino a la hora entrar y conseguir la correspondiente pulsera. Cuatro personas se encargaron del proceso: una me cogió la entrada, otra me entregó la pulsera, la siguente me la colocó en la muñeca y la última apretó el cierre, esto último con tan poca maña que la pulsera quedó tan suelta que podría haberla sacado sin problemas. En fin.
Ya en el interior, breve reconocimiento de la zona. Dos escenarios totalmente descompensados, como el año pasado (uno gigante, otro verbenero). Muy pocos baños (poco más de una decena de casetas), barras suficientes y precios muy baratos para la cerveza. La comida, ni idea: tiramos de bocadillo metido de extraperlo (no dejaban meter comida a pesar de que en las entradas yo no vi ni una palabra sobre ello) porque los bocatas del año pasado fueron infames.
Quizás lo más destacable de este año haya sido la importancia de la zona VIP. Y sobre todo, mi sorpresa al comprobar que las invitaciones VIP se vendían, a 85 . Pensaba que este tipo de entradas estaban reservadas a amigos, autoridades o celebridades, pero no: en esta ocasión cualquiera podía optar a codearse con lo mejor de lo mejor, por un módico precio y con barra libre incluida. Además, la organización ha mantenido el pequeño caos del año pasado con las entradas: varios precios distintos dependiendo de dónde se comprasen, ofertas, sorteos y muchas invitaciones (al final casi todos los amigos que saludé se habían hecho con un pase VIP).
Estas personas tan importantes tuvieron, parece ser, un trato curioso: tenían acceso a la zona VIP, pero no a la de los conciertos (¿cómo?), donde era necesaria una entrada estándar para poder entrar. Bebida y comida gratis, baños limpios, pero los conciertos los tenían que ver desde la distancia sin mezclarse con el populacho. Luego me enteré de otra vuelta de tuerca al sistema: sí que podían ver los conciertos de cerca, gracias a que tenían acceso al Golden Circle. ¿Al qué? Pues al foso de los fotógrafos, con otro nombre más pomposo. Yo estuve de soldado raso, pero los compañeros que estuvieron haciendo fotos en el festival se hartaron de abrirse paso a codazos entre VIPs (cada vez más) borrachos. Lamentable.
Sobra decir que en Santander, ciudad del qué dirán y del dejarse ver por excelencia, esto de la zona VIP tuvo mucho éxito. La música siempre pasa a segundo plano cuando a uno le pueden ver fardando algunos miles de personas.
Yo en cambio iba allí por la música, con mi entrada comprada y mis ganas de ver a los Belle & Sebastian, que fueron lo mejor de los dos días, con un concierto maravilloso en el que terminó bailando en el escenario el amigo Patrullero. Se me hizo corto, y el sonido estaba demasiado bajo (tuve que acercarme a pie de escenario para oír más la música que el barullo de la gente), esas fueron las dos únicas pegas que encontré.
En la primera jornada tocaron rambién Delafé y Las Flores Azules (me pasa como con sus discos, están bien para tener de fondo), The Wave Pictures (bien, sin más), Delorean (el escenario pequeño se les quedaba ídem), y me perdí a Vive La Féte (no hice mal, por lo que me contaron). Cerraron pinchando Plastic Addict, que no habían podido hacerlo a primera hora porque la orgainización no les había conseguido el aquipo (y teniendo un par de bares de su propiedad a tiro de piedra, vuelvo a tener que decirlo: lamentable).
El sábado comenzó pinchando Patrullero mientras la gente iba llegando al recinto, hasta que La Habitación Roja inundó la campa con su música. Y digo bien: el sonido estaba brutalmente alto, embarullando todos los matices. Hay gente que dice que sonó perfecto, no sé dónde. El repertorio y el grupo estuvieron geniales, eso sí. Después tocaron Dorian, sin sorpresas (salvo las desagradables: por un fallo de tensión en el escenario tuvieron un parón a mitad de actuación). Festivaleros, pero demasiado oídos ya antes de empezar. Siguieron en el escenario grande White Lies, que dieron un conciertazo con sonido perfecto (esta vez sí) a pesar de no aportar nada nuevo (son clones de Editors, que tampoco es que sean muy originales).
Sidonie fueron los siguientes. Llegaron tarde, sin probar y sin importarles nada una mierda. Un concierto imperfecto, sucio y arrabalero que metió a la gente en el bolsillo, pero que no me terminó de convencer. Cerraron el festival The Dandy Warhols; escuché tres o cuatro canciones mientras enfilábamos la salida, y me aburrieron lo suficiente como para no arrepentirme de abandonar el festival.
¿Conclusiones? Mucho mamoneo, pocos conciertos destacables, fallos de organización de principiantes junto a unos cuantos aciertos: salvo el retraso de Sidonie, todo fue con puntualidad británica, no había colas en las barras y la bebida estaba barata. Como es habitual, Santander responde mal ante estos eventos. 13500 personas pasaron por allí, según la organización: 7500 y 6000 cada día. Me río yo de estos cálculos, en parte porque mucha gente repite los dos días y se la cuenta doble, y en parte porque allí no había tante gente, a no ser que estuviesen hacinados en la zona VIP. Que visto lo visto, también hubiera podido ser.
A ver si para el año que viene van puliendo la propuesta y salgo de allí más convencido. Esta año me he quedado a medias.
Seguiremos informando.