Escuchando: Bull (Freak Kitchen)
No me gustan los toros. Será la fiesta nacional, pero no me va, no le veo la gracia. Siempre me han caído mejor los toros que los toreros. Por eso, el hecho de vivir al lado de la plaza de toros, y que durante esta semana, año tras año, mi calle se ponga imposible, la corten incluso, aparquen hasta en las aceras (lo he visto antes) y me pongan casetas con música hasta las tantas de la mañana, tampoco es que me apasione.
Como buen santanderino, debería hacer lo que suelen practicar mis conciudadanos: si durante unos días hay fiesta cerca de mi casa, y no me gusta, lo boicoteo. Caceroladas, denuncias por ruido, llamadas a la grúa, etc. Pero no, no es mi estilo. Sé que a veces no parezco santanderino, pero no puedo evitar respetar los gustos y las ganas de pasarlo bien de los demás, aunque a mi me cause molestias durante unos días.
Es más, si ni puedes con el enemigo, únete a él. Esto de las casetas (carpas, más bien), tiene su encanto. Ya lo descubrí el año pasado a base de sidriña y empanada en la caseta del Centro Asturiano (y repetiré esta semana, seguro), y hoy lo he vuelto a comprobar. Cuando ya estaba a punto de salir de casa con la cámara sin rumbo fijo, sólo por no quedarme en casa toda la tarde, una llamada hizo que acabase bebiendo rebujitos a ritmo de sevillanas, o comiendo empanada regada con albariño (y ribeiro, regalo de los señores de la mesa del lado, que nos regalaron una botella casi a la mitad, qué majos).
Eso sí: cuidado con pedir comida en la caseta del Centro Gallego. Que está todo muy rico, y con muy buena pinta. Pero eso son rejones, y no los de la plaza; el que avisa…
Una tarde curiosa y divertida, después de todo. Y mañana, más.
Seguiremos informando.