Escuchando: Heart-shaped box (Nirvana)
El hombre silencioso despierta, mira a su alrededor, y se incorpora. Con el cuerpo entumecido y un dolor sordo aún palpitando bajo la superficie, comienza a andar, con la determinación de quien no sabe dónde ir, pero sí dónde no estar; con la calma de quien está acostumbrado a viajar sin nadie que lo despida, sin nadie que lo reciba.
Las fachadas, las calles, los cruces, parecen los mismos. Son los mismos, pero encuentra una diferencia: donde una vez giraba en línea recta, ahora descubre un atajo; en su ausencia, un nuevo camino de baldosas grises se abre en el camino tantas veces recorrido, tantas veces por recorrer.
Hace unos cálculos mentales rápidamente. Los pasos ahorrados le brindaban un segundo de tiempo ganado. Si recorriera su camino cuatro veces diarias, en dos semanas tendría un minuto ahorrado; dentro de un año, podría tener casi media hora por estrenar.
Decidió almacenarlo, decidió ahorrarlo; decidió guardar cada uno de esos segundos en una caja de galletas, como quien atesora sus viejas fotografías, sin orden, en desconcierto, pero a buen recaudo.
Con una ventaja. Quien quisiera compartir el tesoro de su caja de galletas, no se encontraría con recuerdos, idealizados, amarillentos del pasado; descubriría tiempo sin usar, fresco, preparado para escaparse de su jaula de cartón y colarse en su vida.