Escuchando: Dancin’ in the ruins (Blue Öyster Cult)
El hombre silencioso se pasea entre las ruinas, meditando, contemplando, subiendo, bajando.
Lo que observa le resulta interesante, pero lejano, restos de una época que no conoció… ¿o sí? Aquí y allá comienza a reconocer patrones, retazos. Se acerca para examinar detalles, se aleja para tener perspectiva, y el punto de fuga le sirve para lo contrario, para comprender que no se encuentra rodeado de unas ruinas, sino de sus ruinas.
Estas son las columnas que sustentaron antiguos sueños. Estas piedras formaron parte de una ilusión que creía enterrada. Aquí aún se intuye la forma de aquella esperanza. Una vez adoró estos capiteles.
Emocionado, temeroso, el hombre silencioso pasea sus ojos por lo que fue. Palpa, recordando con la punta de los dedos días pasados, y la piedra le deja un polvo blanquecino en los dedos. Es difícil meter las manos en el pasado y sacarlas limpias.
Sorprendido tras su descubrimiento, levanta la vista y recorre el paisaje. A lo lejos distingue la silueta de edificios en construcción, y decide acercarse. Sin embargo, estos cimientos no son los suyos, no se corresponden con sus nuevos sueños, sus nuevas ilusiones, esperanzas. Un día formarán parte de edificios funcionales, pero no tendrán nada que ver con él. Esto no es lo que busca, no es lo que quiere perseguir, no es en lo que se quiere convertir.
Abatido, se sienta en una piedra y finalmente encuentra lo que estaba buscando.
El hombre silencioso toma entre sus manos la pala, y la hunde en la tierra, dura, seca, que soportará su futuro.