Escuchando: What’s Up (4 Non Blondes)
Tras la polémica que ha levantado WhatsApp por su decisión de comenzar a cobrar sus servicios a los usuarios de teléfonos con Android, me he animado a escribir estas líneas para exponer mi punto de vista sobre el tema, ya que me afecta directamente: en breve me tocará pasar por caja si quiero seguir usando la aplicación.
Antes de nada, vamos a situarnos. Hace años, cuando en la universidad analizábamos la futura llegada de eso del 3G a los móviles (la conexión a Internet que usamos hoy en la mayoría desde nuestros terminales, con velocidades más que decentes) se pensaba que quizás la videollamada iba a ser la aplicación que animase a todo el mundo a tener un móvil con conexión de alta velocidad. Las llamadas con video iban a ser lo que en inglés se llama la killer application. Lo que todo el mundo va a querer usar. Pero no. Las videollamadas pasaron sin pena ni gloria (ganó la privacidad a la curiosidad), y al cabo de los años la aplicación que ha hecho que todo el mundo pague por tener conexión a Internet en el móvil ha sido la mensajería instantánea. Vamos, el Messenger de toda la vida, llevado al móvil.
En estos casos quien gana no suele ser el mejor, sino el que llega antes. Y WhatsApp supo estar ahí en el momento justo. Puso en el mercado un servicio que funcionaba, que se integraba de manera sencilla con nuestra agenda de contactos, y que se fue extendiendo como la pólvora hasta redefinir el concepto de teléfono inteligente: la gente compraba teléfonos «que tuviesen WhatsApp«, y eso servía para diferenciar un smartphone de un teléfono móvil tradicional. El mercado de los mensajes cortos o SMS se hundió, y lo que antes nos gastábamos en ellos, pasamos a pagarlo en concepto de conexión a Internet móvil. Todo el mundo comenzó a usar WhatsApp, a medida que se iban renovando terminales: no sé cuántas personas habrán comprado algún móvil en el último año sin posibilidad de instalar WhatsApp… pocas, y de perfiles muy concretos (tercera edad, etc.)
Y así nos acostumbramos a que WhatsApp fuese algo que venía «de serie» con nuestros teléfonos. Y era gratis, aunque con letra pequeña. Para los usuarios de teléfono de Apple esa letra pequeña era bastante grande: tenían que pagar por descargar la aplicación: un pago único (y barato, menos de un euro) y listo, servicio gratis de por vida. Para los usuarios de teléfonos con sistema operativo Android el servicio fue gratuito desde el principio (descarga incluida), pero con el aviso de que se trataba de un período de prueba: al cabo de un año habría que pagar una cantidad anual (0,79 ). SIn embargo, pasaba el tiempo, se cumplían los plazos, y WhatsApp los ampliaba sin cobrar. De hecho, dejó de cobrar incluso la descarga a los usuarios de iPhone.
Ahora de repente, a WhatsApp no le salen las cuentas, tiene que comenzar a cobrar lo que siempre avisó que cobraría, y todo es un drama. Son los malos de la película, y sus usuarios se apresuran a buscar una alternativa a su servicio. Pero no tan deprisa: ¿por qué no reflexionar un poco sobre todo esto?
Lo primero: ¿por qué cobra WhatsApp? Es una pregunta con respuesta sencilla: cobra porque ofrece un servicio a cambio. La verdadera pregunta debería ser: ¿por qué no había cobrado hasta ahora? Eso también tiene fácil respuesta: para expandirse, para que nos acostumbrásemos a usarlo, para que se convirtiese en un servicio «imprescindible» en nuestro día a día. Pero mantener algo como WhatsApp tiene muchos gastos: tiene detrás a la gente que ha desarrollado la aplicación, tiene unos servidores que mantienen el servicio y que habrán ido ampliando todo este tiempo (para no venirse abajo en las nocheviejas, por ejemplo)… todo eso cuesta mucho dinero, y no nos lo ofrecen con fines altruistas. Quieren ganar algo con su servicio, es lo lógico. Y una vez que han demostrado lo útil que es, quieren cobrar lo anunciado, una cantidad bastante simbólica: 0,79 al año (o incluso menos si se pagan varios años por adelantado).
Sinceramente, si la razón que tiene alguien para no pagar es el precio, creo que no hay mucho que discutir. Allá cada uno. Pero vamos, alguien que tiene un teléfono inteligente, o ha pagado una cantidad elevada por su terminal, o está pagando unas respetables cuotas mensuales a su operadora. Así que los 0,79 al año (menos de 7 céntimos al mes) no creo que sean el problema. Con impuestos, un SMS viene a costar unos 0,10. Por tanto es el precio de enviar 8 mensajes cortos en todo un año. Irrisorio en comparación con la cantidad de mensajes que intercambiamos vía WhatsApp. Cierto que hay que añadir el precio de la conexión de datos, pero esa se seguirá pagando, con WhatsApp o con cualquier otra alternativa.
Una posible razón para no querer pagar es el miedo a dar el número de nuestra tarjeta de crédito. Un clásico de Internet. No nos cuesta dejarle la VISA a un camarero, pagar con ella en cualquier tienda, dar nuestro número de cuenta a una operadora o a una eléctrica que cada 3 meses nos factura algo mal, pagar en una tienda online china para comprar un cable y ahorrarse 20 céntimos, pero… ¡cómo vamos a meter los datos de nuestra tarjeta de crédito en la plataforma segura de pago de Google! Yo ahí no tengo problema: hace tiempo que tienen mis datos, y así puedo comprar fácilmente aplicaciones para mi móvil. Se trata de un proceso seguro, y si hay algún problema existen mecanismos de reclamación. No debería preocuparnos. Y además tenemos varias opciones para realizar el pago:
Google Wallet, es decir, la pasarela segura de pago de Google para Android. Es cierto que luego nuestra tarjeta quedará almacenada para futuros pagos, pero también es cierto que nos facilitará las siguientes compras. Por cierto: existe un período de unos 15 minutos durante el cual podemos devolver una compra realizada en la tienda de aplicaciones de Google. Vamos, que no será por facilidades.
PayPal: el método de pago más extendido en Internet, un habitual de las compras en eBay, por ejemplo. Por si no queremos que Google tenga nuestros datos bancarios.
En caso de ser clientes de Movistar o Vodafone, también tenemos la opción de que el importe de la compra (esos 0,79) se sume a nuestra factura de teléfono. No tendremos que hacer más, ni proporcionar más información. Nuestra operadora se encargará (para gustos, a mí no sé qué me da más -o menos- confianza).
Con todo lo anterior, el precio no es un factor decisivo para dejar de usar WhatsApp, en mi opinión. Ahora bien, existen alternativas más completas (la japonesa Line, la española SpotBros, Joyn por parte de las operadoras, ChatOn de Samsung, y un respetable etcétera) y gratuitas en su mayor parte, que pueden influir en la decisión. ¿Es WhatsApp mejor que el resto de aplicaciones? No, posiblemente no. Es más sencilla, pero no tiene llamadas de voz, ni vistosas pegatinas, ni comunicación con personas cercanas, y los aspectos de seguridad y privacidad no están tan claros. Visto así, cambiarse de aplicación sí que parece tener sentido…
Pero cuidado, que las alternativas gratuitas no lo suelen ser tanto. No caigamos en el error de pensar que los servicios de Google, por ejemplo, son gratuitos, cuando no somos los clientes sino el cebo (para su verdadero negocio, el de la publicidad), y los puede cerrar cuando considere que no le vienen bien para sus planes (caso del cierre de Google Reader, muy reciente). Por tanto, si usamos una aplicación gratuita, pensemos por qué lo es: porque disfrutamos de un período de prueba antes de pagar (como en WhatsApp), porque la aplicación incluye publicidad (algo ligeramente molesto y aparentemente inofensivo, pero que puede acabar consumiendo bastante más batería), o porque a la empresa que esté detrás le interese hacerse de una buena colección de datos personales… Vamos, que yo prefiero en ese sentido a WhatsApp, que deja claro que no mete publicidad, pero que necesita ingresos para mantenerse, antes que a otras alternativas que no cobran pero no dejan claro cómo se las arreglarán para mantener el servicio en el futuro.
¿Qué ocurrirá a partir de ahora? Habrá gente que deje de usar WhatsApp, algunos se marcharán a Line, otros a SpotBros… y para intentar estar en contacto con todos ellos habrá que llevar instaladas en el teléfono 2 ó 3 aplicaciones de mensajería funcionando a la vez. Ese parece ser el siguiente paso, aunque yo me resisto a pasar por ahí. Estas aplicaciones, bastante pesadas ya (en cuanto a recursos) de por sí, están continuamente funcionando en nuestros teléfonos, a la espera de nuevos mensajes, mostrando notificaciones, avisos… tener varias a la vez puede acabar agotando nuestra batería en mucho menos tiempo, y nuestra paciencia a base de cambiar de una a otra. No, en mi caso seguiré con WhatsApp: para lo que lo uso (en el ámbito familiar, y con un puñado contado de amigos, básicamente) me sobra, y me compensa. Además, si un servicio me resulta útil no me cuesta pagarlo, lo hago ya con la música, las películas, y con unas cuantas aplicaciones. Es lo justo.
Pero esta es sólo mi opinión… los que quieran dejar la suya, tienen los comentarios abiertos. Soy todo oídos.
Seguiremos informando.