Escuchando: Phone (Magic Kids)
¿Tienes teléfono nuevo o es que te alegras de verme?
Durante estos días se está celebrando en Barcelona el Mobile World Congress, una de las citas anuales más importantes del mundo de la telefonía móvil. Se están presentando allí multitud de nuevos terminales, que en general siguen las pautas habituales de los últimos meses: cuanto más grande y más potente, mejor.
Lejos ha quedado aquella época en la que el teléfono más interesante era el que conseguía integrarlo todo en un menor tamaño. Ahora el tamaño sigue importando, pero al revés: los fabricantes pretenden que nos metamos en el bolsillo pantallas de 5″ montadas en dispositivos que empiezan a ser un poco ridículos llevados a la oreja (hablamos de teléfonos, no lo olvidemos).
Lo mismo pasa con la potencia. Una vez superado el gigahercio de velocidad, la moda es multiplicar los núcleos: dos, cuatro, los que hagan falta ¿los que hagan falta para qué? Pues no lo tengo muy claro. Para jugar a juegos en tres dimensiones con una resolución mayor que nuestras teles, o para editar fotografías y videos desde el mismo teléfono, porque para otras tareas más mundanas empiezan a andar ya sobrados de potencia. Al final, la mayoría de usuarios, los de a pie, distinguen un móvil normal de un smartphone con una pregunta muy simple: «¿Tiene WhatsApp, o no?» (todavía recuerdo cuando se pensaba que el 3G se iba a extender gracias a las videollamadas, y al final lo ha conseguido una reencarnación de nuestro viejo Messenger).
Pantallas enormes, resoluciones de alta definición, procesadores con varios núcleos a velocidades de vértigo, cámaras imposibles ¿cuál es el resultado de todo esto? Tenemos aparatos que combinan un teléfono, una agenda, una cámara y un reproductor multimedia, en el tamaño que ocuparían un teléfono, más una agenda, más una cámara, más un reproductor multimedia. Más o menos. Unos aparatos preciosos, enormes con una batería que hace lo que puede y que tiene como objetivo prioritario conseguir llegar al final de la jornada sin dejarnos tirados a poco que toqueteemos el móvil. Tenemos tantas funcionalidades en los terminales actuales, que si las usamos -aunque sea un poco-, corremos el riesgo de que el móvil no nos dure encendido ni 12 horas, y nos quedemos sin poder hacer una mísera llamada al final del día. Hablamos de teléfonos, no lo olvidemos.
Todo esto me recuerda a cuando hace ya unos cuantos años la recién nacida Sony Ericsson lanzó al mercado un terminal (rebautizando uno previo de Ericsson, en realidad) con (una minúscula) pantalla a color. Y bluetooth. Y una cámara como accesorio externo. Una maravilla de la época, aunque la batería duraba un suspiro, también. Y luego, miren cómo ha evolucionado la cosa. Así que nada, tiempo al tiempo, nos acabaremos olvidando dentro de poco de mirar los enchufes con ojos golosos cada vez que salimos de casa con nuestro super-mega-inteligente teléfono de última generación.
Yo últimamente voy un poco a contracorriente, acabo de cambiar de móvil y he comprado (sí, libre, paso de pagárselo a plazos a la operadora de turno a cambio de permanencias) un aparato pequeño, de esos de llevar en el bolsillo sin que moleste. Raro que es uno.
Eso sí, sigo con Android. Hace algo más de dos años probé la plataforma con un HTC Tattoo que sigue funcionando, con algún que otro achaque. Y me gustó tanto, que sigue sin tentarme el mundo iPhone. Hace poco varios familiares han cambiado tambíen de teléfono. Los que han cogido por primera vez un iPhone lo usan desde el primer día con soltura y alegría. Los que han aterrizado en Android están más perdidos y tienen miedo de toquetear (no vaya a ser que rompan algo). A mí me gusta Android porque ofrece muchos más grados de libertad y personalización, pero eso no tiene por qué ser una ventaja para todo el mundo. Entiendo perfectamente a los que no cambiarían su móvil de Apple por ningún otro.
A lo que iba: tengo móvil nuevo. He abandonado HTC, es una marca que me gustaba mucho, pero me han acabado aturdiendo a base de lanzar diez terminales nuevos al mes, amén de descuidar a su comunidad de usuarios (bloqueando los móviles para intentar evitar los experimentos) y olvidando en la cuneta sin actualizaciones a sus terminales en cuanto pasaban unos meses y salían al mercado sus relevos (mi Tattoo se actualizó gracias a los desarrollos de Cyanogen, no a HTC).
Aparte de HTC, el mercado está lleno de móviles que no-son-pero-quieren-ser un iPhone, con diseños que dejan poco a la imaginación (y no quiero dar nombres, Samsung). En mi opinión, sólo un par de marcas están intentando destacar clara y eficazmente del resto: la renacida Motorola (veremos qué trae su compra por parte de Google), y la ya desaparecida Sony Ericsson (ahora Sony Mobile).
De Motorola me gusta mucho lo que está haciendo en la gama alta, con su precioso Razr. Pero por tamaño y presupuesto, quedó descartado. Sony Ericsson comenzó a acaparar titulares el pasado año, con su gama Xperia. Sus modelos se han convertido en una apuesta segura en relación calidad-precio. Además, toda su gama de 2011 se actualizará en breve a la nueva versión de Android (la 4, Ice Cream Sandwich). Ahora, en Barcelona, Sony Mobile ha presentado su nueva gama Xperia, y han conseguido desmarcarse con un diseño muy atractivo y unas especificaciones muy jugosas.
Elegí un modelo de Sony Ericsson, finalmente. En su día compré el primer modelo que vendió Sony Erisson como tal, y ahora tengo uno de los últimos que ha lanzado antes de desprenderse de Ericsson. Desde hace unos días tengo un Xperia Ray. Pequeño, precioso, moderadamente potente, con una pantalla pequeña pero con mucha resolución (se acerca a lo que puede ofrecer Apple en ese sentido), cámara decente, y con batería de sobra para llegar al final de la jornada. Las primeras impresiones han sido muy buenas, espero que siga así. De momento, sigo personalizándolo y dejándolo a mi gusto. ¿Se acuerdan de cuándo cambiar de teléfono significaba, simplemente, cambiar la tarjeta SIM?
Seguiremos informando.