El 9 de agosto de 2001 estaba pasando unos días del verano en un apartamento de Somo, con mis padres. Trabajaba en un departamento de la Universidad, así que todas las mañanas volvía a Santander cruzando la bahía en uno de esos barquitos tan pintorescos que gastamos por aquí. De camino al trabajo, paré en una tienda de informática de la zona de Puertochico, y me gasté algo más de 60.000 pesetas en un trasto que por aquel entonces era aún una rareza: una cámara digital. En el departamento estuve trasteando con ella por primera vez, aunque la mayor parte del tiempo estuvo cargando la batería. Al mediodía, en el embarcadero antes de volver a Somo, disparé un par de fotos, casi al azar, casi sin mirar la pantalla. La primera de esas fotos se convirtió en una de mis imágenes preferidas de la bahía de Santander, y lo sigue siendo a día de hoy.
Para celebrarlo, me he acercado al mismo lugar, a la misma hora y con la misma cámara, que sigue funcionando (aunque devora pilas), para revisitar la misma fotografía
10 años han pasado ya. En ese tiempo me he acostumbrado a llevar siempre encima alguna cámara (hoy en día es fácil, cualquier móvil tiene más resolución y más opciones que aquella vetusta Kodak con la que hice mis pinitos). Antes había hecho algunas fotos, como todos, en las vacaciones y alguna celebración, pero poco más. Fue con la llegada de las cámaras digitales cuando caí en el mundo de la fotografía, del que ya ni puedo ni quiero salir.
Con el tiempo cambié aquella cámara básica por una Canon con controles manuales con la que aprendí a base de disparar y disparar. Después me pasé al mundo de las cámaras réflex, mientras poco a poco iba recorriendo además el camino natural a contracorriente: de lo digital a lo analógico, comencé a coleccionar cámaras antiguas, aprendí a revelar en blanco y negro
En estos 10 años he acumulado cerca de 85.000 fotografías (muchas de ellas en barbecho digital), mi cuenta de flickr ha alojado más de 2500 instantáneas con cerca de 37.000 visitas, he tenido la suerte de poder exponer cinco veces (dos en casa, en el Pub Metropole; otra en el Palacio de Manzanedo de Santoña, y dos -maravillosas- en el Palacio de Festivales de Santander). Gané confianza gracias a algunos concursos, y poco a poco el hobby se convirtió también en trabajo: bodas, bautizos, reportajes de empresa, congresos, y muchos conciertos a pie de escenario.
Hace diez años aquel disparo acertó de pleno. Seguiremos fotografiando.