Escuchando: Allí donde solíamos gritar (Love of Lesbian)
Este fin de semana terminé la escapada vacacional en Aranda de Duero, en el Sonorama, un festival del que guardaba muy buen recuerdo: fue allí, hace dos años, cuando conseguí ver en directo por primera vez a Love of Lesbian, acompañado además por mi vecina del ártico. En aquella ocasión tocaron en el escenario pequeño; este año han vuelto a tocar, pero en el grande y como cabezas de cartel.
El Sonorama es uno de esos festivales pequeños (unas 13000 almas se calcula que pululaban por allí) y entrañables que merece la pena visitar. No sólo por lo musical, sino por todo lo que lo rodea. Los gafapastas toman el pueblo al asalto, y los lugareños los reciben con los brazos abiertos (señoras que se toman el café en la plaza durante los conciertos matutinos, o desayunos en cafeterías a ritmo de Primal Scream pueden ser buenos ejemplos).
Además, el festival no incluye sólo los conciertos en el recinto en sí. Por la mañana la mitad de las plazas de Aranda tienen algún directo (este año, Red Bull plantó un camión y un Hummer transformados en escenarios), hay catas de vinos, almuerzos en las bodegas, entrada a las piscinas municipales… El pueblo se transforma durante tres días.
En lo musical ha habido de todo, al menos de lo que hemos visto (hay demasiada oferta y muy pocas horas). Tachenko con su cambio de día fue de los primero que disfrutamos. Los conciertos mañaneros de Nixon y The New Raemon estuvieron muy bien, The Sounds hicieron bailar a todo el mundo a base de macarrismo, Standstill y Nudozurdo pusieron las aristas (geniales, los dos), descubrí a grupos que conocía sólo de oídas (The Pains Of Being Pure At Heart, LA, Niño y Pistola…), Maga sacaron mucho brillo a sus canciones al atardecer, Sidonie aparecieron más centrados que en Santander, Lori Meyers demostraron que cualquier disco pasado fue mejor, y Love of Lesbian dieron un concierto serio como pocos, para ser ellos, con mal sonido, como suele ser habitual, grandes canciones y un final austero (ni Houston, ni Shiwa, ni Marlanne) pero con coreografía, al menos.
Eso sí, si me tengo que quedar con un concierto, barro para casa y no creo que nadie me lo discuta. Los cántabros Estereotypo tenían la responsabilidad de llenar el hueco entre Los Planetas (a los que no hice mucho caso) y los lesbianos. Y vaya si lo hicieron. Salieron a la palestra vestidos de tenistas setenteros, lanzaron algunas bolas al público como calentamiento, y dispararon un temazo tras otro haciendo bailar hasta al más soso. Conciertazo de los de recordar durante mucho tiempo… ¡bravo!
Tres días con mucha música, lechazo, y cansancio acumulado hacen que uno note los años, hay que reconocerlo. También influye que cada vez me identifico menos con las monumentales borracheras y el mamoneo que todo festival lleva asociado: hay demasiada gente que va a dejarse ver, más que a escuchar. Con todo, un gran festival, no hay que descartar reincidir en próximas ediciones…
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