Escuchando: Las casas de verano e invierno (Templeton)
Este fin de semana, un poco más largo por ser festivo ayer lunes en Santander, lo he pasado fuera. El destino fue lo de menos en el plan, ya que el objetivo era desde el principio quedar con una amiga de Madrid, así como huir de un Santander con aires de desembarco normando, plagado de policía, militares, aviones, y con más reyes de los que suelo tolerar. Fotogénico quizás, pero demasiado bullicioso y derrochador para los tiempos que corren, y para mi gusto.
El albergue perdido en medio de la nada, en un pueblecito de Guadalajara, demostró tener unos accesos terribles, pero un entorno privilegiado, a orillas del pantano de Entrepeñas. Grandiosas, las vistas. Pasear y perderse por algunos pueblos de la provincia fue igualmente agradable, sobre todo cuando lo hacíamos por la sombra. Terminamos el periplo por Guadalajara en casa de unos amigos, en una visita que supo a poco. ¡Gracias por la hospitalidad!
Con todo, creo que lo mejor de la escapada ha sido la parada que hicimos en el viaje de vuelta. Descubrimos el pueblo de Sepúlveda, en Segovia, un rincón muy bonito, con un parque natural (las hoces del río Duratón) que merece la pena visitar. Por falta de tiempo sólo pudimos pegarnos una caminata de unos 4 kilómetros a orillas del río, pero fue suficiente para decidirnos a volver algún día con más calma… y para abrir el apetito: el lechazo asado al horno de leña con el que repusimos fuerzas es sin duda, otra razón de peso para acercarse por allí.
De vuelta en Santander, oxigenados, mineralizados y vitaminizados, sigue el buen tiempo. Habrá que aprovecharlo mientras dure. Bienvenido, junio. Seguiremos informando.