Escuchando: A Great Day For Freedom (Pink Floyd)
Pensaba que no se iba a avisar, que se retiraría por la noche. Pero no. Anoche lo leí en la prensa (y no sólo en la local), hoy era el día esperado. A las nueve y media de la mañana se iba a proceder a quitar la estatua de Franco que presidía nuestra Plaza del Ayuntamiento, en Santander. Todo un acontecimiento. Se trata además de la última estatua ecuestre (parece que sin caballo hay una en Melilla) que queda en las calles de este país. Y como bien puntualiza Fito, es una efigie un tanto hipócrita, ya que el caballo tiene una pata levantada, y eso debería significar que el homenajeado ha muerto en batalla. Cuando se plantó la estatua, ni había muerto Franco ni lo haría posteriormente por otra causa que no fuese la edad.
Llevo años soñando con hacer la foto de ese momento: la estatua volando sobre la plaza, suspendida de una grúa. Así que esta mañana no me lo he pensado dos veces: he cogido los bártulos y me he plantado en la plaza a primera hora. Y allí he estado hasta las dos de la tarde, una pequeña paliza que ha merecido la pena. Obviamente, como se puede observar sobre estas líneas, he conseguido la foto que buscaba. Me he vuelto a casa satisfecho.
La mañana, de todas formas, ha dado bastante de sí. Aquí va mi pequeña crónica de lo que ha sido un día histórico (no exagero) para esta pequeña ciudad.
A las nueve y media pasadas llegaba al ayuntamiento. Lo primero que vi fue una grúa enorme… pero aparcada a un lado de la plaza. Pegado a la estatua había un pequeño camión con un brazo de grúa más pequeño. Comenzaba a llover, así que me refugié en un portal a ver cómo se iban desarrollando los acontecimientos.
Por suerte, los operarios de la grúa grande buscaron cobijo en el mismo portal, y así me pude enterar de la logística de la operación. Había opiniones encontradas sobre si la estatua pesaba cinco u ocho (toneladas, entiendo). Si su peso se acercaba más a la cifra menor, el camión podría levantarla. Si no podía con ella, habría que utilizar la grúa grande. Pero como la plaza tiene un subterráneo debajo, no podían plantarla cerca de la estatua, sino a partir del segundo carril de la calle que pasa por delante del ayuntamiento, y habría que cortar totalmente el tráfico en esa zona. Eso, en esta ciudad, habría supuesto el caos. Así que todos esperaban que el camión fuese capaz de cumplir con su cometido.
Elegí un buen portal, sin duda. A los pocos minutos aparecieron unos periodistas de La Sexta, y entrevistaron al paisano que tenía yo al lado. Por sus respuestas y por lo que comentaba la gente, debía de ser un acérrimo y famoso defensor del dictador (por aquí abundan). El hecho de que las televisiones nacionales andasen al acecho ya hacía sospechar que la retirada de la estatua iba a tener buena repercusión en los medios.
Gran parte de las oficinas y ventanas de la zona estaban tomadas por curiosos, cámaras de televisión y fotógrafos. Por ejemplo, el balcón de la sede del PRC (Partido Regionalista de Cantabria, que gobierna la región en coalición con el PSOE) era un hervidero. Por allí andaba el fotógrafo de El Diario Montañés, entre otros.
Seguía lloviendo, pero me acordé de que en la mochila llevaba mi remedio casero para estos casos. Una bolsa de plástico con un agujero del tamaño adecuado, y una goma elástica hicieron el milagro, y salí de mi refugio para darme un garbeo con calma por la plaza y sus alrededores. A pesar de la lluvia, la afluencia de gente era más que notable.
Las cámaras no eran las únicas que estaban encendidas, también los ánimos: me encontré con un pequeño tumulto de gente, y al adentrarme un poco en él descubrí a dos hombres discutiendo acaloradamente, defendiendo sus posiciones respecto al dictador. Fútbol, religión, política… hay temas de los que no merece la pena discutir porque nadie va a cambiar de opinión razonadamente; pero este país -y esta ciudad- es así.
No sé cuántas fotos se habrán disparado esta mañana. Miles, sin duda. Profesionales, aficionados con cámaras réflex, curiosos con máquinas compactas, de carrete, desechables… y muchos, muchos móviles. Me sorprendió ver a muchos abueletes haciendo fotos con ellos. Las viejas causas sirven para acercarles a las nuevas tecnologías.
Había parado ya de llover, y yo me había hecho fuerte en una zona cercana a la salida del parking subterráneo, al lado de un aparcamiento para motos. Mientras, los operarios (que seguro que nunca habían trabajado con tanto público) se afanaban en separar las patas del caballo de su pedestal. No fue tarea fácil, y les llevó toda la mañana. Franco se resistía a abandonar la plaza. Yo aprovecha los ratos muertos para retransmitir en mi twitter (y automáticamente en facebook) algunos de los mejores momentos.
A media mañana, un chico aparcó su moto a mi lado, se apeó, y se puso a observar el panorama. Al cabo de un rato, oí cómo se le acercaba un hombre y le preguntaba si podía prestarle la moto un momento. Petición suficientemente curiosa como para despertar mi interés. Lo que pretendía el sujeto era acercar la moto a la valla que protegía la zona de obras, para subirse en ella y saltarla. Por otros sitios es que le iba a ver la policía, añadió. Obviamente, el propietario de la moto le dijo que no, y el hombre desapareció.
Pero lo volvimos a ver. Se buscó la vida, lo consiguió, y apareció subido a la estatua, para desplegar una bandera de la Falange. Tuvo sus cinco minutos de gloria, antes de que la policía lo sacase de allí. Y entonces tuvo más minutos de gloria, ya que las televisiones y fotógrafos lo asaltaron y roderaron.
Para redondear la anécdota, una de las policías que había bajado a este sujeto de la estatua se puso a hablar por su móvil por allí cerca. No pude evitar escuchar cómo contaba que habían sacado a una persona de la estatua portando una bandera de la República. Sic.
Se hacía tarde, y aquello avanzaba, pero poco. El cansancio iba dejando su huella, y me empezaba a plantear si estar en la calle parado toda una fría mañana merecía la pena. Pero finalmente, a eso de las dos menos cuarto, los operarios se bajaron del pedestal, la grúa del camión comenzó a tirar… y Franco voló. Se escucharon algunos aplausos desde donde yo estaba. Disparé todo lo que pude para inmortalizar el momento, y corrí a a la plaza para ver cómo estaba el ambiente por allí. Animado, muy animado.
Con la estatua ya fuera de su pedestal, disparé las últimas fotos, buscando un hueco por donde echar un vistazo a lo que ocurría detrás de las vallas que protegían el recinto.
Satisfecho del resultado (en general, ha sido una mañana de lo más divertida y bizarra), y con la sensación de haber asistido a un momento histórico para nuestra ciudad, me encaminé hacia casa. A los pocos minutos, una llamada de mi hermana me informó de que acababa de salir por la televisión, al pasar por detrás de una reportera. Ni me enteré. Con tantas cámaras, raro es que no haya salido en más.
La plaza de nuestro ayuntamiento será, a partir de hoy, muy distinta. Seguiremos informando.