Escuchando: The Angry Mob (Kaiser Chiefs)
El sábado, con motivo del inicio de la Temporada de Otoño del Palacio de Festivales, se organizó un pasacalles con espectáculos representados en distintas plazas de Santander. Buen plan, aunque poco difundido, al menos sus detalles: no conseguí averiguar cuál iba a ser el recorrido ni el horario de cada espectáculo, por lo que me consideré afortunado al coger uno de ellos al vuelo en un paseo por el centro (buscándolos).
Afortunado, aunque con una pizca de mala suerte: el espectáculo que presencié se basaba en la danza turca de los derviches, algo que traía ya visto de las vacaciones de este año, y que por tanto no me consiguió sorprender.
Eso sí: hay que ver cómo es esta ciudad; y sus ciudadanos, sobre todo. Llegamos cuando ya había bastantes personas esperando el inicio de la actuación. Un presentador salió a decir que como había mucha gente (alrededor de un escenario rectangular delimitado en el suelo), lo ideal era que los niños estuviesen sentados en primera fila (ya lo estaban), y los adultos detrás de ellos… sentados, preferentemente; así más gente podría ver la actuación. Por tanto -lo dijo bien claro- a todos los que no se quisieran sentar se les pidió, por favor, que dejasen sitio delante a los que sí quisieran hacerlo, y así todos tan contentos.
Poca gente se movió, y los que intentamos sentarnos sólo recibimos miradas de enojo, malos modos, rodillazos, y un hueco mínimo. La cultura podrá salir a las calles, pero la gente se deja en casa su educación y su solidaridad. Es un triste consuelo pensar que en mi reciente visita a Salamanca, y en situación similar, las señoronas más dignas, con su maquillaje, sus joyas y su laca, metían los codos de forma tan grosera como mis conciudadanas (luego hablarán de los modales de la juventud). Pero lo que es indudable es que esta ciudad, Santander, podrá optar a convertirse en Capital Europea de la Cultura, pero para conseguirlo no basta que Tío Gilito abra la cartera: hace falta Cultura, más, mucha más, y con mayor variedad, no sólo de esa de dejarse ver; y sobre todo, lo más necesario es ser capaces de abrir la mente, de disfrutar, de compartir, de descubrir. Y eso no se compra, no se firma: se aprende, se enseña.
Nos queda tanto camino por recorrer…