Escuchando: Music (The Gift)
Mañana comienza la mal llamada Semana Grande de Santander. Este año con algunas novedades que la harán un poco mayor, quizás; pero nunca grande. No así. Esta ciudad parece incapaz de organizar unas fiestas en condiciones, aunque se aprecian intentos interesantes de cambiar las cosas.
De momento la cosa ha empezado esta semana con la fiesta de Baños de Ola, una celebración que conmemora el espíritu playero del Santander de hace un siglo. Tampoco es que hayamos avanzado mucho. No conozco a nadie que pueda decir con entusiasmo que le gusten estos Baños de Ola. Gente vestida de época, verbenas, una falla, títeres, un carrusel, y algunos tenderetes con poco interés. Espero que al menos los niños se lo pasen bien, si es que se enteran de algo. El único momento divertido que recuerdo relacionado con este sarao fue aquel año que no prendía la mecha en la quema de la falla, se acercó el anterior alcalde a mirar y se oyeron multitud de gritos: ¡ahora! ¡ahora!
Mañana es el chupinazo de las Semana Grande en sí, aunque hoy ya se verá ambiente festivo por la ciudad, gracias a la principal novedad de este año: la Feria de Día. Casetas repartidas por toda la ciudad, en las que algunos locales de hostelería ofrecerán bebida y pincho por un máximo de dos euros y medio. Si alguien de fuera de Santander lee esto, pensará que hemos inventado la pólvora. Efectivamente, en muchas ciudades y pueblos esto es algo habitual en sus fiestas. Aquí no: hasta ahora durante nuestra semana de festejos se intentaba que no se notase que estábamos de celebración. De hecho, esta iniciativa de las casetas ya ha provocado más de una crítica: que si es para que los hosteleros se lleven dinero, que si incita a la bebida a los jóvenes, que si van a meter ruido, que por qué se dispersan por toda la ciudad en lugar de juntarlas en un único lugar donde no molesten… de verdad que ser santanderino de pro, rancio y aburrido, tiene que ser agotador.
Los titulares este año, sin duda, los ha acaparado la feria taurina. La presencia de este tal José Tomás (por lo que tengo entendido, ha aportado un toque japonés a la cosa: el toque kamikaze) ha provocado largas colas para conseguir entradas, reventa, y gran expectación. Nuestro ayuntamiento ha tirado la casa por la ventana para conseguir este fichaje (algo más de 200.000 euros, cuando el presupuesto que pretendían dedicar al difunto Summer Festival era de 50.000 euros), pero parece que la jugada ha salido bien. De hecho, los números cuadran: el consistorio dedica un presupuesto de dos millones de euros a la feria taurina, pero sólo con los abonos vendidos se ha recuperado ya un millón y medio. No conozco los detalles financieros de la operación, pero espero al menos que el hecho de centrar todos los esfuerzos festivos en financiar un espectáculo de maltrato animal (tradicional, eso no lo discuto) no supongo un descalabro importante en las arcas del Ayuntamiento. Que lo disfruten todos los aficionados, que se vistan con sus mejores galas para disfrutar de la sangre, y que aparquen donde les salga de los cojones -como siempre hacen-, que no pasa nada. Yo me pondré mi camiseta anti-taurina y disfrutaré del resto de propuestas. Que las hay, son las que han pagado con la calderilla que ha sobrado.
Por ejemplo, tenemos los fuegos artificiales. Este año cambiarán de ubicación, y se lanzarán desde la bahía, en el centro de la ciudad, en lugar de su tradicional emplazamiento en la zona playera más alejada. Se podrá ir andando o en autobús sin agobios, por lo tanto. El cambio ha levantado, por supuesto, su inevitable ración de polémica. Otros eventos en cambio no se acercan al centro, sino que permanecen condenados al ostracismo en las afueras. Las «ferias«, como se las ha conocido siempre (atracciones de feria, básicamente) han formado parte de nuestra infancia, pero desde hace años se instalan en un recinto tan alejado de la ciudad (siempre hay vecinos protestando por el ruido) que han conseguido la gente se olvide de ellas. Lástima.
El tema musical es también digno de mención. Por un lado tenemos las actuaciones habituales, enfocadas al público más fiel y extendido: el pensionista. Audiencia capaz de acaparar asientos frente al escenario cinco horas antes del espectáculo. U otro día. La única novedad que presenta el cartel de año en año es la incógnita sobre si todos los artistas siguen vivos para repetir una vez más.
Por supuesto, también se piensa en la juventud. Sí, eso era un tono irónico. Así, el Play Festival intenta suplir, sin éxito, la vergonzosa muerte anunciada del Santander Summer Festival. Se trata de un festival humilde y modesto, de andar por casa y sin grandes nombres. Pero algo es algo. Además, se contará en la ciudad con los directos de: La Fuga, Algunos Hombre Buenos y Melendi. Ah, y 10 tenores australianos que mezclan la ópera con el pop. Intentaré mantener un radio de seguridad de varios kilómetros, personalmente. Como extraordinaria novedad, se organizan también conciertos en la Plaza Porticada, en pleno centro, y gratuitos. Así, pasará por ese escenario un grupo japonés de jazz (y algún concierto más del género), rock progresivo cántabro de hace 30 años, Danza Invisible en sus horas más bajas, homenajes a Johnny Cash y a Queen, y el directo de los portugueses The Gift.
Quitando lo de The Gift, que son una debilidad personal y que celebro sin disimulo, el resto de propuestas musicales del ayuntamiento para estas fiestas «grandes» son -incluso las más interesantes- de tercera fila, de cumplir el expediente con desgana, de «a ver qué podemos montar con cuatro duros«. Ni estas fiestas ni esta ciudad son para la gente joven. Al menos no son unas fiestas tan rancias como las de años anteriores, se nota que hay sangre nueva en la alcaldía. Pero queda tanto camino por recorrer, que el apelativo de Grande queda aún muy, muy ídem.
Disfruten de las fiestas. Sobre todo si son otras. Seguiremos informando.