Retocar o no retocar, he ahí la cuestión. Con la llegada de la fotografía digital, y el acceso a potentes programas de edición de imágenes, la tentación siempre está ahí. Si realmente es esa la cuestión, la respuesta no es nada fácil. En realidad, creo que hay una incógnita que hay que resolver antes: ¿qué entendemos por retocar?
Existen opiniones contrarias a cualquier uso y abuso de Photoshop, The Gimp o similar; puristas que piensan que cualquier edición desvirtúa el espíritu original de la imagen. La fotografía debe ser aquello que captó la cámara en un momento determinado, y nada más. Es una visión romántica y cercana al espíritu de la fotografía tradicional. Un punto de vista que al principio compartía; con el paso del tiempo, sin embargo, he comprobado que tiene truco, que su razonamiento tiene algún aspecto criticable.
En mi opinión, el auténtico espíritu de la fotografía consiste en aislar un trozo de realidad, encuadrarlo en un visor, y capturarlo tal y como lo vemos. Quizás, añadiendo algo de nuestra parte, jugando con la luz para resaltar, dramatizar, jugar, crear. En cualquier caso, se tratará de una visión personal. ¿Por qué reducirlo entonces al resultado obtenido en el momento del disparo, sometiéndose a las limitaciones técnicas del aparato, de la luz, de la premura del momento?
La fotografía tradicional también tenía -tiene- truco. A partir de un negativo, el proceso de positivado es todo un arte en el que se aplican toda suerte de técnicas para resaltar, dramatizar, jugar, crear. Un programa informático de edición de imágenes es tan importante para la fotografía digital como lo era una ampliadora para la fotografía tradicional. Photoshop es el nuevo cuarto oscuro.
Usar una cámara digital para almacenar, imprimir o revelar las fotografías sin ningún tipo de edición es como usar una buena cámara de carrete y revelar el resultado mediante copias baratas en una hora. Es efectivo, práctico, y en muchos casos más que suficiente. Sin embargo, no se aprovecha el potencial de la cámara ni de las imágenes al cien por cien.
Se puede confiar en la cámara para realizar ciertos ajustes, incluso algo de procesado (saturación, efectos, etcétera) pero siempre se obtendrán mejores resultados si esa edición se realiza individualmente para cada imagen, con la comodidad y potencia de un ordenador. Y no se trata de falsear la fotografía, sino de intentar que se parezca a lo que teníamos delante de los ojos a la hora de disparar. O quizás a la imagen mental que nos formamos al disparar.
Siempre hay límites, por supuesto. En el caso del fotoperiodismo, resulta poco ético alterar las fotografías de tal forma que se modifique la información contenida en ellas: eliminar personas, fondos, objetos… Sin embargo, un ajuste de niveles, curvas, ruido, saturación y enfoque más que recomendable es necesario. La diferencia puede ser abismal. No podemos pretender con ello salvar una fotografía mala, pero sí mejorar aún más una buena imagen.
Otro ejemplo claro es el del formato RAW que incorporan ya muchas cámaras, sobre todo en la gama profesional. En dicho formato, se almacena la información tal y como la capta la cámara, sin ningún tratamiento posterior, ni siquiera su codificación a JPEG. Posteriormente, con el correspondiente programa informático se generará a partir de este negativo digital (de eso se trata, realmente) una imagen final con los ajustes que nosotros queramos: control de exposición, balance de blancos… Positivado digital, al fin y al cabo.
En resumen: si por retocar una foto entendemos poner nuestra cara en el cuerpo de un famoso, estirar las orejas a lo Spock a alguien que nos caiga mal, forzar unos colores chillones o añadir un ovni, habrá casos en los que esté de más. En otros, será un ejercicio divertido.
Si por retocar una foto, en cambio, entendemos sacar todo el potencial de la información digital obtenida por la cámara, e intentar que se aproxime en mayor medida a la foto que teníamos en la cabeza a la hora de disparar, bienvenidos sean los programas de retoque. ¿Por qué guardar un recuerdo con el horizonte torcido, colores apagados y amarillentos de un instante especial, si en realidad no era así?
El retoque fotográfico no se ha inventado con la fotografía digital, ni mucho menos. Sólo se ha generalizado. Y siempre habrá quien lo use con mesura y buen gusto, y quien lo utilice para falsificar o espantar. No culpemos a las herramientas de sus malos usos.
Seguiremos fotografiando.