Escuchando: Who’s gonna ride your wild horses (U2)
Dos veces he pisado la playa este fin de semana, dos veces me he tenido que reubicar al encontrar la zona plagada de cristales. Restos de San Juan y sus excesos, calculo. En mi época, también se bebía en la playa. Pero ni se nos ocurría dejar las botellas, romperlas, o no recoger al levar anclas. Hoy en día parece que todo da igual, y miedo me da esa actitud.
Y ya que estoy en modo abuelo Cebolleta, sigo: este sábado me he mezclado, después de mucho tiempo, con el populacho de mi ciudad. Explícome: por las noches salgo menos que antes, y cuando lo hago paso de aguantar gilipolleces, voy a tiro hecho a sitios donde sé que me va a gustar la música, el ambiente, y la gente. La vida tiene un minutaje demasiado caro como para desperdiciarlo haciendo el tonto entre borregos.
Pues bien: el sábado, después de cerrar la playa con un partido de voley-ídem, decidimos apurar el calendario y acercarnos a uno de los locales adscritos a la quincena del pincho, que terminaba ese día. El mecanismo de esos quince días es exactamente el que parece: pinchos creativos, diferentes y baratos. Dicho y hecho. Con nuestras mejores pintas playeras nos dirigimos a plantar una pica en uno de los locales habituales para estos menesteres en Santander.
Y dejen que les cuente un secreto: mi ciudad está llena de gilipollas. Operación verano, y se nos llena el pueblo de una mezcla de lo peor de la fauna local con lo mejorcito del resto de la nación. Por algo nos llaman la playa de Madrid.
Y sí, he dicho gilipollas. Y niñatos. Porque los dos apelativos son perfectamente aplicables a tres imbéciles imberbes, subidos en un descapotable que dudo que hayan sudado para ganarse, con lo que alguna mente enferme podría llamar música atronando por los altavoces de su equipo hi-fi, oh yeah, y uno de ellos, el más embravecido, sentado no en, sino sobre el asiento trasero, sacando medio cuerpo por encima del de sus amigos, mientras buscaban aparcamiento a voz en hormonado grito. Patéticos. Pena que no se cayese y se abriese la cabeza. Sólo por el susto, ¿eh? Luego que le cosieran con hilo de Lacoste, y le curasen con alcohol destilado de un perfume de Armani.
O al menos que les pusieran una multa. Pero no, claro. En esta ciudad, si eres hijo de, o lo pareces, te libras. Y en eso estoy de acuerdo: eran hijos de.
Pues ese sólo es un ejemplo de una noche en el que nos encontramos más cochazos saltándose a la torera las líneas y las normas, y gente guapa, muy guapa, porque hay que lucirse, arregladísimos y monísimos todos, mirando siempre por encima de un hombro imaginario y vulgar.
Y nosotros, luciendo con estilo el desaliño, disfrutando de los pinchos, y hablando de política con posturas encontradas, pero sin sangre. Con sangría.
Seguiremos informando.