Escuchando: The Main Monkey Business (Rush)
Estas últimas semanas he estado buscando tarjetas. De las de memoria, que no se me olvide. Creo que todavía tengo por casa alguna de cuando treinta y dos megas eran todo un mundo de colores. Cómo cambian las cosas.
Me ha costado dar con la marca y modelos que buscaba. No me valía cualquier cosa, porque mi cámara ya se rebeló caprichosa en su día, con algunas tarjetas con las que nunca llegó a entenderse. Cuestión de carácter, supongo.
Después de mucho mirar, de ver precios buenos por internet echados a perder por gastos de envío sorprendentes (¿cuánto pesa un giga? ¿y a qué huele?), de preguntar en tiendas por aquí, todo llegó a buen puerto, y conseguí una buena tarjeta a un precio muy bueno; y una aún mejor a un precio, incluso, mejor. Son las cosas de aparecer en el sitio adecuado en el momento justo.
Eso sí: añado las tarjetas de memoria a mi lista de precios incomprensibles, junto a los billetes de avión o las comisiones bancarias. ¿Cómo es posible que por la misma tarjeta me pidan el doble en una tienda diez metros más allá de la anterior? ¿Cómo puede haber diferencias de hasta diez veces su precio para el mismo producto? Increíble. Y si no se lo creen, fíjense en la imagen que adorna estas líneas. Es un anuncio que aparece y desaparece en la web de Terra, como oferta destacada. Desde luego, como promoción es muy singular. Sin duda. Doscientos euros por dos gigas de memoria. Ahí es nada.
Si se sigue el enlace, se carga una página de la tienda de Dell, con el sarcástico título de «al mejor precio«. Para el vendendor, desde luego. Los portes, además, no están incluidos. Qué cosas.
Seguiremos informando.