Escuchando: Apple Candy (Ben Lee)
Es la triste noticia de todos los titulares hoy. Steve Jobs, creador de Apple, ha fallecido a los 56 años como consecuencia de un cáncer de páncreas. Demasiado joven para dejarnos, y aún así ha tenido tiempo de revolucionar la industria tecnológica. Varias veces.
Hoy resulta especialmente emocionante escuchar este discurso que pronunció en 2005 en la Universidad de Stanford, cuando ya había luchado su primera batalla contra el cáncer y compartía lo que pensaba sobre la muerte.
Aunque últimamente no estoy de acuerdo con algunas decisiones que está tomando la compañia de la manzana, sigo usando un par de ordenadores blancos que envejecen muy bien. Su sistema operativo consigue que me centre en mis tareas y no en mantenerlo en funcionamiento. Y siempre recordaré el par de iPods que pasaron por mis manos (y que pasaron después a un amigo y a mi hermana, respectivamente) y las horas de música que disfruté con ellos, en paseos, en viajes, estudiando el iPod cambió la manera en la que escuchamos música.
Quizás ahora los medios se vuelquen en su figura, y se pongan a contar cómo Jobs cambió el mundo. No creo que llegase a tanto, pero está claro que desde el punto de vista tecnológico sí lo consiguió. Acercó las tecnología a las personas, creando necesidades, sí.. pero satisfaciéndolas totalmente. La competencia siempre se ha tirado de los pelos al ofrecer productos con tripas más sofisticadas, más baratos, más flexibles, pero sin esa chispa que consigue convertir los aparatos de la manzana en toda una experiencia, tan sencillos de usar que niños y abuelos son capaces de jugar con ellos sin pensárselo mucho.
Nos ha dejado una persona con una visión tan clara que supo demostrar lo que se puede conseguir con una gran idea y mucho trabajo. Una persona que fue capaz de anticipar el futuro, crearlo y vendérnoslo una y otra vez.
Gracias, Steve. Te echaremos de menos.
Stay hungry. Stay foolish.