Pandemia. Todo lo que nos parecía normal se ha tambaleado. Llevamos una semana confinados en casa y las calles han pasado a ser territorio hostil al que aventurarse para lo básico durante el menor tiempo posible. Los niños encerrados en una casa que se queda pequeña para tanta energía, para tantos juegos, para tantos gritos.
Y lo peor está por venir. Hay que mentalizarse. Hay que quedarse en casa. Hay que quedarse en casa. Hay que quedarse en casa. A ver si a fuerza de repetirlo -o de multas ejemplares- los insensatos van entrando en razón.
Es tiempo para reflexionar. Lo que más echemos de menos es lo que realmente nos importaba, aunque no lo diésemos importancia. Pasar tiempo con nuestros padres, con nuestros amigos. Los paseos por la calle saludando a algún conocido. Escaparse algún rato a disparar unas fotos a mis lugares comunes. Pasear con mis niños, pasear en familia. Salir. Entrar. Improvisar. Vivir sin miedo.
Volverá la calma, pero será una lucha dura, y será larga. Y volveremos a las calles. Poco a poco y con dudas. Y faltarán algunos, esperemos que no muchos. Luchemos para que no sean muchos, aunque nuestro papel en la batalla sea tan (aparentemente) banal como quedarse en casa.
Mientras tanto toca trabajar en lo que se pueda, toca pasar tiempo con los niños para que nos contagien de optimismo, toca intentar sacar lo bueno del confinamiento, toca valorar lo que tenemos.
Y toca también revisar el catálogo de fotos para rescatar disparos, para pasear por los rincones donde solíamos gritar.
Seguiremos informando.