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Me llaman Rosa Silvestre pero mi nombre era Elisa Day. Por qué me lo llaman, no lo sé, pues mi nombre era Elisa Day
Desde el primer día que la vi, supe que era ella. Me miró a los ojos y sonrió, sus labios eran del color de las rosas que crecen junto al río, silvestres, sangrientas.
Cuando llamó a mi puerta y entró en la habitación, mis temblores sucumbieron a su fuerte abrazo. Él sería mi primer hombre, y con cuidado, limpió con su mano las lágrimas que se deslizaban por mi rostro
El segundo día le llevé una flor. Era más hermosa que cualquier otra mujer que hubiese visto antes. Le dije: ¿Sabes dónde crecen las rosas silvestres, dulces, escarlatas, libres?
El segundo día vino con una única rosa roja, me dijo: ¿me darás tus penas y añoranzas? Yo asentía con la cabeza mientras me tendía en la cama Me dijo: ¿vendrás conmigo, si te enseño las rosas?
El tercer día me llevó al río, me enseñó las rosas, nos besamos. Y lo último que escuché fue una palabra murmurada, mientras se arrodillaba junto a mí, aún sonriente, con una piedra en la mano.
El último día la llevé donde crecen las rosas silvestres. Se tumbó en la orilla, el viento era ligero como un ladrón Le di un beso de despedida, dije «todas las cosas hermosas han de morir» Me incliné y coloqué una rosa entre sus dientes. |