Montando el Belén

Escuchando: Villancico (y pico) (Chivi)

Belén, aparte de una zona muy interesante de Lisboa, donde hacen unos pasteles de antología, es lo que se monta siempre por estas fechas con la Navidad.

Uno no sabe ya si reírse, llorar, o iniciar los trámites para expatriarse a otra cultura.

En un país que saca pechito autoproclamándose laico, nos dejamos la bilis pégandonos en las tiendas para conseguir el espumillón, el árbol, las bolas y el jesusito con el que adornar todo lo adornable. Y llenamos los rincones de signos religiosos y paganos a partes iguales, que hasta los restaurantes chinos los adornan, oiga, para celebrar unas fiestas que poco tienen de religioso y mucho de carne de estudio sociológico. Para disfrutar a fondo de las navidades, no hay que ser niño, no hay que ser adulto. Hay que ser el director de unos grandes almacenes.

Todo ello, claro está, acaba consiguiendo que la Navidad degenere en una navidad en la que la estrella no es tal, sino el símbolo del euro. En belenes que nada tienen que ver con lo que representan. Y si no, díganme qué coño pintan los Beckham –en el papel de san José y, sic, la Vírgen– o Blair y Bush –como Reyes Magos de Oriente, que tiene tela la cosa– en ese Belén de cera que se han montado los londinenses, y que un energúmeno o defensor de los valores tradicionales acaba de destrozar a hostia limpia. Aunque las hostias se las tenía que llevar el Bisbal, que se ha vestido de Niño Jesús en otro portal que se han montado los de los 40 Principales, acompañado de la Torroja (como la Vírgen), el cantante de los Mojinos (como San José) o los de Estopa (como ángeles).

Un sin Dios. Esto es un sin Dios.

Y cuando terminamos de montar el numerito, nos vamos todos corriendo a comprar toneladas de comida que va a sobrar, y que nos va a hacer polvo el estómago a golpe de exceso, y a perpetrarnos de regalos que, sencillamente, hay que hacer. Y como siempre, yo estoy sin ideas. Porque me encanta hacer regalos, ver caras de sorpresa como la que he visto hace poco no tiene precio. Pero no me gusta hacerlos por obligación o por convención social. Prefiero los regalos inesperados, sin motivo. Porque hoy es hoy.

Seguiremos informando.