Historias de la ciudad en la que estaba prohibido divertirse

Escuchando: Crashh the party (OK Go)

Se acercan, un año más, las fiestas de Santander, su semana grande… que va creciendo, pero que me cuesta todavía escribir con mayúsculas. El año pasado, la sangre joven del Ayuntamiento se dejó notar, sobre todo con la iniciativa de llenar la ciudad de casetas donde tomar pinchos. ¿Resultado? Toda la ciudad se echó a las calles, y por una vez parecía que estábamos en fiestas.

Este año, con las atracciones de feria volviendo del extrarradio a la ciudad, como cuando éramos niños, con un festival de música independiente relativamente digno, con actuaciones -por fin- para todos los gustos, y con la idea de las casetas ampliada y mejorada, tiene buena pinta.

La ciudad estará en fiestas, sí, y todos tan contentos. ¿Todos? ¡No! La asociación de vecinos de la zona de «marcha» (por llamarla de alguna forma) está en contra y ha decidido boicotearlo, vía judicial. No es broma.

En fin. Qué se puede esperar: la plaza más animada y concurrida por las noches ahora tiene una línea imaginaria vigilada por la policía gracias a ellos. También lograron cerrar unos carruseles infantiles, amén de un largo historial de conciertos suspendidos. Reconozco que en ciertos casos, si sufren molestias continuamente durante todo el año, algo habrá que hacer para conjugar ocio y descanso. Pero… ¿las fiestas de la ciudad? ¿12 días de casetas, que respetarán horas de siesta y no podrán tener música a partir de la medianoche, tanto molestan? ¿Cómo hay que estar exactamente de avinagrado para llegar a estos extremos? Que quiten las corridas de toros de mi barrio, ya puestos, que no me gustan, ni a mí ni a muchos. Hay que joderse.

En fin. Santander es una ciudad preciosa. En serio. Pero no me siento precisamente orgulloso de haber nacido aquí, entre señoritos, entre falsas apariencias y vecinos que mean colonia. La juventud molesta, a no ser que lleven politos de marca, con la bandera de España, y se paseen en yate a la salida de misa, antes de salir por la noche a meterse mierda en los pubs más pijos. Otros tipos de diversión están permitidos siempre que incluyan silencio y recogimiento.

Como siempre, la ciudad huele a rancio. Veremos en qué acaba este pulso entre los vecinos y el Ayuntamiento.

Seguiremos informando.