Pequeños placeres de la vida

Escuchando: Glory Box (Portishead)

La tarde comenzó con un buen rato de lectura; tenía el nuevo libro de Noah Gordon (La Bodega) a medias y, acompañado de la música de Portishead, comencé a pasar páginas hasta que me quedaron cien para terminarlo; tengo una pequeña manía con la última centena de hojas de un libro: suelo leerlas sin parar hasta el final del volumen. Así me ha pasado hoy, y la nueva novela de Gordon me ha dejado la impresión de contener una historia sencilla, pero contada con su habitual capacidad para enganchar al lector. No es su mejor libro, pero entretiene. Quizás tengo sobrevalorados los recuerdos de sus anteriores trabajos.

Después, ya con ella, he vuelto a recaer en el vicio de la lectura. Tras hacer un poco de caso a las tareas que procrastinamos durante la semana en casa, el sillón nos ha atraído como un centro de gravedad dominguero, y hemos compartido el espacio y las posturas con abrazos a medio cerrar para sujetar libros a medio abrir.

Yo sujetaba uno de mis regalos de Reyes, un delicioso y escueto libro sobre pequeños placeres: el olor de las manzanas, el croissant de la acera, el primer trago de cerveza, viajar en un viejo tren, una invitación por sorpresa a cenar, leer en la playa, el cine, el periódico del desayuno, llamar desde una cabina… una lectura muy agradable para una noche de domingo; uno de los capítulos, casualidades, estaba dedicado también a los domingos: «esa sensación de que nos sentiremos a gusto hasta la noche, como un estar en zapatillas mental.» El libro apenas tenía cien páginas, y tan sólo he tardado en leerlo un rato agradable, con música de Yann Tiersen sonando desde el cuarto de los juguetes.

Con el siguiente libro a leer ya preparado, la colorida cena tranquilamente disfrutada, los cacharros fregados y el sueño asomando, el centro de gravedad de la casa se ha trasladado sugerentemente a la cama. Es hora de apagar el ordenador.

Seguiremos informando.