Cuando la luz brilla por su ausencia

El pasado jueves se celebró en el pub Opium de Santander una fiesta de presentación del festival CuVa 2009. Allí se pudo disfrutar de dos pequeños acústicos, a cargo de versiones reducidas de los grupos Varsovia y Lazy.

Estuve por allí, y llevé la cámara. Sin embargo, las fotos de recuerdo fueron especialmente complicadas. Sin escenario ni iluminación especial para directos, la sala del Opium es un lugar muy agradable para estos conciertos tan cercanos, pero muy complicada para hacer fotografías.

Durante las actuaciones, la sala tenía muy poca luz. La zona de los músicos tenía algo más, pero no les iluminaba directamente. El resultado: todo un pequeño reto. En estos casos, hay que forzar un poco la cámara… y la mía ya tiene sus años, y se nota. Las nuevas máquinas van mejorando mucho a la hora de captar imágenes con poca luz, pero aún así con un poco de maña se pueden conseguir fotografías interesantes… no perfectas (hay que olvidarse de enfoques súper-nítidos y detalles definidos, y dar la bienvenida al ruido) pero sí interesantes.

Al menos suelo llevar siempre a los conciertos el objetivo 50mm, con una apertura de 1,8. Esto es, no tengo zoom, se trata de una focal fija, pero con esa apertura máxima se pueden hacer fotos con poca luz (recuerden: a menor valor de f -apertura-, más se abre el objetivo y más luz entra). Aún así, tuve que aumentar el valor de ISO (la sensibilidad con la que trabaja el sensor de la cámara) a 1600, el máximo de mi Nikon. Con ese valor el ruido que sale en las imágenes es claramente visible, pero mejor eso que nada. Por último, apuré al límite mi pulso, disparando a velocidades de 1/30 y de 1/40 de segundo. El disparo en ráfaga siempre ayuda a que alguna de las imágenes salga menos movida.

Una vez en casa, he jugado con las fotografías para sacarlas un poco más de juego: al disparar en formato RAW (no hacerlo es pecado, en estos tiempos, y más en estas situaciones) he podido forzar más las zonas de sombra, a costa de hacer más visible el ruido. Desde el mismo RAW he filtrado un poco este ruido, y he bajado la saturación de los colores (en blanco y negro quizás se disimule mejor el ruido, pero no quería perder el tono cálido).

El resultado es el que aparece en las imágenes que acompañan a estas líneas. La galería completa se puede visitar en mi cuenta de flickr. Como decía, no son fotos perfectas, pero sí cumplen como recuerdo de una noche muy agradable. Y sí, podría haber usado el flash y no habría tenido ninguno de estos problemas. Pero me sigo negando a molestar a los músicos con mis luces (aunque siempre haya alguien que lo hace), y a perder el encanto de la luz ambiente.

Seguiremos fotografiando.

Se acerca la hora de pagar

Escuchando: Bicycle race (Queen)

El servicio de alquiler de bicicletas de Santander se puso en contacto con los usuarios (por correo electrónico) para notificar que a partir del 1 de diciembre el servicio dejará de ser gratuito. A pesar de que se había anunciado desde el principio, y de que incluso se ha retrasado la fecha de este cambio, a muchos parece haberles cogido por sorpresa.

Lo que es sorprendente es lo mal que siguen haciendo las cosas desde la empresa JCDecaux, desde el Ayuntamiento, o desde ambos sitios. El correo con la notificación incluía dos ficheros adjuntos: un archivo de Word (qué cutres) con los nuevos precios, y un archivo en formato PDF (mucho mejor) con las instrucciones para solicitar la nueva tarjeta.

Esa es una novedad curiosa: los que tenemos un abono anual, tenemos que solicitar una nueva tarjeta, aunque la mía no caduque -por ejemplo- hasta agosto del año que viene. Es un gasto un poco estúpido, pero no pasa nada: lo pagamos los usuarios… 10 € por el abono anual, 3 € por expedir la tarjeta nueva, y 1 € más por «actualización de datos bancarios«. Sin comentarios.

Para obtener la nueva tarjeta, según el correo que me enviaron el 16 de noviembre, hay que volver a registrarse en el sistema, pero ahora la página web permitirá meter los datos de la tarjeta de crédito (antes había que imprimir un formulario, rellenarlo a mano, y enviarlo por correo postal, todo muy de este siglo). Las tarjetas actuales, como cortesía, funcionarán hasta fin de año, para que los usuarios tengamos tiempo de solicitar y recibir (20 días después) las nuevas.

El mismo 16 de noviembre intenté solicitar la nueva tarjeta. No hubo manera: lo que aparecía en la página web no se correspondía con lo que contaban en el manual en PDF. Al intentar registrarme, me seguía apareciendo el proceso antiguo, con su descarga de formulario y tal. Les escribo para preguntarles, y recibo una respuesta rápida (y no recursiva, al menos):

A partir del día 24/11/09 deberá usted solicitar su nueva tarjeta Tusbic a través de nuestra web www.tusbic.es. Le comunicamos que este trámitte será totalmente on line.

Perfecto. Mandan un correo con unas instrucciones, y resulta que sólo se pueden seguir 8 días despúes. Y me entero porque me molesto en preguntarles. Nuevamente, sin comentarios. Llegó el día 24, y la página seguía sin mostrar cambios, y sin dejar registrarme. Vuelvo a preguntarles y me vuelven a contestar:

Quisiéramos agradecerle que haya contactado con nosotros, indicarle que debido a un acuerdo con el Ayuntamiento de Santander, la página web estará disponible a partir del día 1 de Diciembre, por lo que es en esa fecha cuándo podrá tramitar su nuevo abono. Rogamos disculpe las molestias.

Como lo sigan retrasando, nos van a llegar las tarjetas después de las uvas, literalmente. Por supuesto, todos estos nuevos plazos los sé por mis consultas; ellos no se han molestado en poner ninguna fecha en su página web, ni han vuelto a enviar ningún correo con las novedades.

El servicio está funcionando razonablemente bien, aunque últimamente falla mucho la estación nº 13 (la que yo suelo usar para coger bicis), perdiendo la conexión a Internet cada dos por tres (y cuando la pierde, no se pueden coger ni devolver bicicletas). Por lo que me dijo uno de mantenimiento el otro día, la culpa es de Vodafone. Y si no, será de la capa de ozono o algo.

En cualquier caso, las bicicletas se siguen usando, supongo que también gracias al buen tiempo que estamos teniendo este otoño por aquí. Eso sí, con las nuevas tarifas en las que será gratuita sólo la primera hora de uso, se potencia que se utilice como medio de transporte público, no de diversión o de paseo (por fin se acabará lo de ver bicicletas candadas durante horas a una farola). Un detalle que el Ayuntamiento parece haber olvidado: las estaciones de bicicletas siguen alejadas del centro, las obras de remodelación de la Plaza del Ayuntamiento y otras calles cercanas del centro terminan sin que se hayan tenido en cuenta ubicaciones para más bicicletas, aparca-bicis o carriles, y aún así, se supone que hay una concejalía de movilidad sostenible. Quién lo diría.

A veces pienso que esto de las bicicletas en Santander ha sido una apuesta del equipo del nuevo alcalde que les ha quedado muy grande. Quizás no pensaban que se iban a usar tanto, quizás no pensaban que nos lo íbamos a tomar en serio, pero ahora que han llenado (es un decir) la ciudad de bicicletas, resulta que no saben qué hacer con ellas, ni cómo. Bueno, ni con las bicicletas, ni con los coches, ni con las plazas de aparcamiento. Y a base de palos de ciego es difícil hacer las cosas con coherencia y sentido común.

En fin. Seguiremos informando

El libro digital, y tal

Escuchando: Faking the books (Lali Puna)

Por todas partes se habla de él. Nos lo quieren vender como el regalo perfecto y original para estas navidades. Es el futuro. El año que viene, pasar páginas de papel en un libro será algo muy de 2009, del pasado. Ha llegado el libro digital.

Hace tiempo que los libros digitales andan merodeando el mundo de la electrónica y asustando a libreros y editores. Ahora, parece, han saltado a la primera plana de la actualidad. Pero… ¿qué es un libro electónico, exactamente? ¿cómo funcionan? ¿tienen futuro? ¿merece la pena comprar uno ya? No voy a desvelar las respuestas a todas estas preguntas porque, básicamente, no las tengo. Pero como tecnófilo reconocido, dedicaré unas líneas a expresar mi opinión sobre un cacharro que, nos guste o no, dará mucho que hablar y otro tanto que leer.

A escasos centímetros de la base de carga de mi iPod tengo un tocadiscos y un montón de vinilos. Con esto quiero dejar claro que soy una persona que intenta estar tecnológicamente a la última (o a la penúltima, que estos vicios son muy caros) pero a la vez muy apegado a algunas viejas tradiciones. Con los libros tengo la misma sensación: la versión electrónica me atrae, pero espero no perder nunca el placer de pasar páginas en un libro de papel, con su tacto y olor inconfundibles.

Y es que, dejando a un lado cuestiones lógicas y prácticas, los que hemos crecido con un libro en las manos, y escuchando música en discos de vinilo, seguiremos siempre apegados a esas costumbres, por nostalgia, por recuerdos, por fetichismo o por lo que sea. Me consta que en el caso de los libros, no soy el único que piensa así, y la panda de nostálgicos es más bien una legión.

Sin embargo, eso no puede impedir que demos la espalda totalmente al futuro, y el futuro pasa por el libro digital, como el de la música ha pasado por los reproductores portátiles, los ordenadores, y el formato MP3.

¿Qué es un libro digital? Básicamente se trata de un ordenador muy sencillo, del tamaño aproximado de un libro, con un peso similar, y dotado de una pantalla en la que podemos leer los textos que almacenemos en él. Es esta pantalla la que guarda el secreto de los libros digitales. No es una pantalla de ordenador o de móvil como las que estamos acostumbrados a utilizar. Se trata de una pantalla con tinta electrónica: una tecnología que permite reperesentar las páginas de los libros de forma similar al papel, sin causar cansancio a la vista (como ocurre tras una lectura prolongada usando una pantalla de ordenador) y con un consumo energético mínimo (la imagen queda representada de una manera fija, y sólo se requiere energía para cambiarla por otra).

Por tanto, los libros electrónicos tienen un tamaño y peso similares a los de los libros de papel, son capaces de almacenar mucha más información (al fin y al cabo, hablamos de texto, básicamente), no cansan la vista, y como consumen poca energía, su batería suele durar semanas enteras, o meses. La pantalla no tiene luz, por lo que se comporta de forma similar al papel. Podemos, además, añadir marcadores, anotaciones, aumentar el tamaño de la tipografía, etc. Suelen disponer de algún tipo de conexión inalámbrica (Wifi ó 3G, básicamente) para comprar o descargarse nuevos títulos, además de poder conectarlos al ordenador o ampliar su espacio de almacenamiento mediante tarjetas de memoria.

Suena bien, ¿no? No todo es tan bonito. Como en toda tecnología recién llegada al mercado, los primeros modelos son sencillos y tienen un precio muy elevado. Así, lo que podemos encontrar en nuestras tiendas ahora mismo son modelos con pantallas relativamente pequeñas (unas 6 pulgadas, como un libro de bolsillo), sin color (como mucho, unos pocos niveles de gris), y con unos precios que pocas veces bajan de los 250 ó 300 € (las pantallas utilizan tecnología patentada de un único fabricante, de ahí que sea complicado rebajar los costes). Además, las páginas tardan un poco en actualizarse (nada de ver vídeos o navegar por Internet con ellos) y su manejo resulta aún rudimentario, ya que las pantallas no suelen ser táctiles, y los botones poco intuitivos (salvo excepciones: Nook, el modelo que comienza a vender ahora la librería Barnes & Noble tiene una segunda pantalla, normal, a color, táctil, para ayudar con los menús y la navegación)

Es importante no olvidar que este libro digital sólo es el soporte, necesitaremos llenarlo de contenidos. Podremos llevar encima decenas o cientos de libros, pero… ¿de dónde los sacamos? La industria editorial se enfrenta al mismo problema que ha sufrido la musical: formatos, digitalización de contenidos, distribución, protecciones contra copia, piratería…

Está claro que un aparato así, sin contenidos, sin libros con los que alimentarlo no sirve para nada. Parece que el modelo que se está imponiendo (en EE.UU., que nos llevan ventaja en el tema) consiste en asociar cada modelo a una tienda electrónica. Algo parecido a lo que ocurre con un iPod y la tienda de iTunes. Aparte de eso, existen muchos libros en Internet, tanto legales como ilegales. Éstos últimos se pueden encontrar (principalmente en inglés) siguiendo los cauces habituales. Los libros legales son básicamente obras con más de 100 años que ya no tienen derechos de autos. Los clásicos, sí.

Hay que tener cuidado con los formatos de estas ediciones electrónicas. Los libros electrónicos suelen leer formatos coumnes (PDF, Word, texto plano), pero existen formatos específicos para este tipo de publicaciones (EPUB, por ejemplo), y otros asociados a modelos concretos (por ejemplo, el Kindle de Amazon usa el formato AZW). Un formato propiertario como el de Amazon nos permitirá comprar libros en su tienda, pero no leer esos libros en modelos de otras marcas, ni cargar ficheros en formato EPUB. Como siempre, ojo con atarse a un modelo y a una marca.

No olvidemos que no sólo se leen novelas o ensayos. Los libros electrónicos parecen el destino ideal de la prensa escrita. Por las mañanas nos podríamos descargar el periódico del día, y leerlo cómodamente en nuestro libro electrónico. Hace unos meses leí que a un periódico le podía resultar mas rentable regalar un lector electrónico a sus suscriptores, que tener que imprimir y enviar el diario en papel a sus casas. Si se piensa bien, tiene sentido. Las revistas podrían tener la misma oportunidad, pero en este caso las pantallas monocromáticas suponen un escollo. No me imagino mi National Geographic sin colores, por ejemplo. Y de leer cómics, ni hablemos.

Otro aspecto interesante es el de los préstamos. Algunos modelos contemplan la posibilidad de prestar un título a otro usuario de libro electrónico. Aquí el tema se puede poner bizarro, ya que hay casos en los que se imita tanto el modelo tradicional, que se llegan a situaciones absurdas: por ejemplo, prestar un título digital a un amigo, y que se borre de nuestro lector hasta que nos lo devuelva. Una forma curiosa de entender el progreso, sin duda. Más interesante resulta pensar en la futura evolución de las bibliotecas. Podríamos conseguir el préstamos de un libro sin salir de casa, y descargarlo directamente a nuestro lector electrónico. Y lo que es mejor, 15 días después el libro se «devolvería solo«, al borrarse de nuestro equipo. Además (si no hay trabas legales de por medio), las bibliotecas nunca se quedarían sin ejemplares por estar prestados. Si se suben al carro a tiempo, y lo hacen con dos dedos de frente, nuestras bibliotecas pueden ganar muchos usuarios.

Con este panorama, ¿merece la pena la inversión? Las ventajas son innegables. Aunque parece poco práctico llevar siempre encima una biblioteca de cientos de volúmenes, para un viaje llevar 3 ó 4 libros no es tan descabellado. Por otro lado, podríamos leer en inglés, por ejemplo, y tener siempre a mano un diccionario en el que consultar dudas. O llevar encima algunos manuales técnicos que nos puedan venir bien en nuestro trabajo diario. Y por supuesto,para descansar, podríamos ojear (que no hojear) la prensa diaria. Todo ello sin cansarnos la vista, y recargando la batería una vez al mes, como mucho. No está mal.

Sin embargo, también tiene sus inconvenientes. Como todo aparato recién llegado al mercado, es muy novedoso pero le queda mucho camino por recorrer. Ya existen prototipos con pantalla a color, pero no llegarán al mercado hasta finales del año próximo, y a precios (supongo) prohibitivos. Para leer algunos títulos (o el periódico) los modelos actuales pueden resultar pequeños. Las pantallas táctiles también supondrán una gran ventaja, al permitirnos anotar, subrayar, y desplazarnos por los menús de forma más sencilla. Por no hablar de que se acabrá imponiendo el gesto de «pasar página» realizado con el dedo sobre la pantalla, para avanzar en la lectura. Seguro, será un guiño al pasado. Otro inconveniente: un lector digital es un juguete tecnológico, hoy en día, caro. Habrá que cuidarlo, y será más goloso para los amigos de lo ajeno. Y no es lo mismo perder un libro de bolsillo, que un lector de 300 €. Por último, hay que analizar bien lo que ofrece el mercado, no sólo en cuanto a lectores, sino también en cuanto a títulos editados.

En España, actualmente, la oferta literaria digital es escasa y desorganizada. Las editoriales y las librerías se tienen que poner las pilas para que los ediciones digitales sean una alternativa al papel. Para ello, la distribución y los planes de precios serán vitales. Veremos a ver cómo avanza todo esto. De momento, los que peor lo pueden pasar son los pequeños libreros, que tendrán que intentar subsistir con los clientes nostálgicos, u ofrecer una venta de ediciones digitales eficaz, personalizada y asequible. Que se fijen en las tiendas de discos, y en lo que pasa cuando un negocio ignora un cambio hasta que resulta demasiado tarde.

El libro digital se va a imponer, y dentro de unos años será tan común como los lectores de MP3. Yo creo que va a ser así. Ahora. ¿conviene comprarse uno ya, y unirse a la moda? Pues depende. Si tenemos que pasar dos horas al día en transporte público, y nos interesa tener a mano siempre varios volúmenes… sí, ¿por qué no? La inversión puede ser rentable.

Si lo que sentimos por los libros electrónicos es más curiosidad que necesidad, la lógica ahora mismo dicta esperar a que estos primeros modelos básicos evolucionen. Los que compraron las primeras televisiones planas gastaron un auténtico dineral en aparatos que hoy palidecen en características frente a los actuales, con un precio 10 veces menor. Con los lectores de libros electrónicos pasará lo mismo. Ahora mismo son caros para lo que ofrecen, pero cuando se extiendan más, la tecnología avance y se conviertan en un objeto de consumo habitual, los precios bajarán y la mayoría acabaremos dando el salto.

Al fin y al cabo, con una quinta parte de lo que vale uno de estos lectores podemos comprar hoy mismo unos cuantos libros de los de siempre, en papel, y cuando los terminemos de leer ya veremos cómo anda el patio.

Seguiremos informando.

PD: El libro digital «analógico» de las fotos es Microsiervos, de Douglas Coupland, para los curiosos.

¡Vive! ¡Vive!

Escuchando: PDA (Interpol)

Cuando la antepenúltima tecnología funciona bien, da mucha rabia que se estropee. Eso es lo que me pasó hace unas semanas con mi agenda electrónica. Hoy en día ya nadie usa trastos de esos. Lo de la PDA es cosa del pasado. Hoy en día todo el mundo lleva teléfonos inteligentes (a veces más que algunos usuarios) y cosas por el estilo.

Y sin embargo, mi querida Palm seguía dándolo todo, como el primer día (o mejor, con accesorios para tener wi-fi o GPS, con sincronización con mi Mac, con emuladores para el Monkey Island, la MAME, el Donkey Kong y mil chorradas más) hasta que hizo plop y murió de repente. Destornillador en mano, llegué a la conclusión de que se había quemado un diodo (pistas: había un diodo reventado y olía a chamusquina). Después de unos cuantos intentos conseguí que todo volviese a funcionar… salvo la iluminación de la pantalla; un pequeño detalle que la volvía inutilizable.

Habría sido el momento perfecto para renovar, y para sustituirla por uno de esos teléfonos tan molones que venden ahora. Pero no. Lo que hay interesante ahora mismo o es muy caro, o implica un contrato de permanencia abusivo, o las dos cosas. Además, tampoco hay tantas alternativas: el sistema operativo Palm OS ha desparecido del mercado; las nuevas Palm son muy caras y exclusivas de Movistar; al iPhone le pasa lo mismo; el iPod Touch tiene bluetooth limitado por software y no sirve para conectarse a Internet si no hay wi-fi; los teléfonos con Android tienen buena pinta, pero son aún caros y están llegando con cuentagotas al mercado; y sí, sé que hay un Windows Mobile, pero no, gracias.

Total, que substituir a mi PDA no era tarea fácil. Al final la respuesta llegó desde Hong-Kong, en forma de pantalla de repuesto. No es que sea especialmente razonable invertir en un aparato de este estilo que va ya para cinco años, pero las razones sentimentales han vencido a la lógica: han sido muchos viajes con ella en el bolsillo, muchas notas tomadas ahí, muchos ficheros Excel con los gastos de escapadas o listas de la compra; muchas horas de partidas a juegos de esos que enganchan sin querer, muchas consultas a planos de metro, muchos mapas de ciudades siempre a mano…

En cinco minutos he cambiado la pantalla y ha vuelto a la vida. Igual dentro de poco falla la batería o el condensador de fluzo. Espero que no. Pero hasta entonces, volveré a llevarla siempre encima. Ya no fabrican trastos así, por desgracia.

Seguiremos informando.

Donde esté Monigote, que se quite Don Bigote

Escuchando: Indeleble (Los Petersellers)

Me faltaba uno. De los tres conciertos de la semana pasada, me quedaba hablar de uno, del útimo de ellos. En una de esas ocasiones en las que o no hay nada que hacer o todo coincide en la misma noche, Los Petersellers tocaban de nuevo en Santander el mismo día en que Lazy presentaba en directo su disco. Afortunadamente, el horario hizo que diese tiempo a todo, sacrificando los bises de unos y los primeros minutos de los otros.

Los Petersellers, ¡qué recuerdos! Habían visitado dos veces Santander, hace ya años y con su formación original. La primera vez fue en la Plaza de Cañadío, por todo lo grande, con cómics de recuerdo. La segunda fue de tapadillo (nos colaron), en una fiesta privada en el Club de Tenis (lugar elitista y snob por excelencia de nuestra ciudad), en la que los descubrimos tocando resignados ante una pandilla de niños no mayores de 10 años. Decidieron omitir del repertorio Uma Thurman me toca la banana, y cuando tocaron Mazinger Z sólo los intrusos nos la sabíamos. Aquella noche terminamos de bar en bar con ellos y sus historias.

Desde entonces ha llovido mucho, el grupo ha cambiado (ni el batería ni el bajista son ya los originales, grandes Bulbul y Albertín Sobórnez), e incluso Monigote, su inigualable cantante, había tenido que dejar temporalmente la formación por problemas de salud (migrañas brutales, por lo que he investigado después). Las canciones y sus festivos conciertos seguían adelante, pero eso ya no tenía que ser lo mismo. En Santander tenía intención de comprobarlo, para bien o para mal. Una ocasión perfecta para recuperar mi vieja petercamiseta, a la que ya se le notan los años.

Llegamos tarde al concierto, y nos llevamos varias sopresas. La primera: en la puerta ni nos pidieron la entrada; yo iba con invitación (¡gracias, Piticli!) pero aquello parecía barra libre. Segunda sorpresa: el concierto era en un sitio tranquilito, con mesas donde la gente cena o toma una copa… pero esa noche estaba a rebosar, con gente bailando por todas partes, habían tenido que abrir zonas normalmente cerradas para dar cabida a los peterfans.

Tercera sorpresa, ésta no tan agradable: ya estaban tocando, y la voz no era de Monigote sino de su substituto, Don Bigote. No lo hacía mal, pero no era lo mismo. Había ido a ver a Los Petersellers, pero en realidad estaba viendo al doctor: al doctor Shecter, guitarrista y único miembro original de la banda. Lástima.

Las canciones, sin embargo, me metieron en el concierto. Con Intelectual (¡cabrón!) ya estaba pegando botes. Se fueron sucediendo himnos de siempre (Manolo, con ellos, sigue siendo gay) con algún tema nuevo, y poco a poco aquello se iba volviendo más y más festivo. Comprobamos con agrado que el quinto Peterseller, Casiotón (¡dis-po-si-ti-vo!), sigue con ellos gozando de buena salud. Da, da, da.

A mitad de concierto, petersorpresa. Don Bigote llama al escenario a un invitado muy especial… y aparece Monigote. Aplausos y ovaciones. Se arranca con Big Jim y Madelman, y no hay color, es el amo. Por voz, por espectáculo y porque Monigote es mucho Monigote, deja a la altura del betún a cualquier imitador. De hecho, se lo hace saber, directamente.

Descansando de vez en cuando, y compartiendo al final escenario con su substituto, Monigote aguantó hasta el último tema, el lento, el mítico, el comunal, el que no es una canción de amor: la Petercanción (Arriming the little onion). Grandes, muy grandes. Sin Monigote no son lo mismo. Con él, vuelve la magia. Pero en cualquier caso, la fiesta sigue estando asegurada. Todos somos Petersellers.

Seguiremos informando.

Están en la calle

Escuchando: Dreamland (Emilie Simon)

Hace ilusión encontrase por la calle los carteles del festival CuVa de este año. Ya queda poco para poder disfrutar de sus actividades y de sus conciertos, sobre todo del de la señorita que aparece en la foto: la francesa Emilie Simon. Si alguien se lo pierde, allá el. Yo aviso.

Y sí, me hace ilusión porque los carteles los he diseñado y maquetado yo este año, con la ayuda de Bruno para los logotipos. Hay cuatro modelos distintos, uno para cada cabeza de cartel y otro genérico. Y una segunda tirada con un cambio de última hora: Luis Auserón y Brendan Croskerry cambian de día. Para que los curiosos no se dejen los ojos intentando leer en la foto de arriba, dejo aquí la versión actualizada con más calidad.

Seguiremos informando.

Gran reserva

Escuchando: The Long Goodbye (Lazy)

Comentaba en mi anterior anotación el concierto de Indochine. Fue el primero de tres directos concentrados en dos días, que han hecho de esta semana algo musicalmente memorable.

El segundo de estos conciertos tuvo lugar el viernes, en un local muy especial: la sala de teatro Miriñaque, en Santander. Aforo muy reducido para una cita entrañable, la presentación en directo de Reservoir, el primer disco de la banda cántabra Lazy.

Fue una noche increíble. Por la cantidad de caras conocidas, por lo agradable de la propuesta, y sobre todo por la música. Lazy ha encontrado un sonido en el que se desenvuelve con una maestría que los coloca en otra liga, directamente. No hablamos ya de un grupo local intentando hacerse un hueco, lo que se vio sobre el escenario fue una banda funcionando con precisión de relojero, y presentando un disco que todo aquel que tenga un par de orejas y quiera darles buen uso debería tener. Rock acústico, instrumentales, pinceladas de folk, elegancia a raudales, todo suena a clásico pero con un toque muy especial, el que han ido consiguiendo puliendo sus canciones directo a directo. El viernes sonaron perfectos, con algún que otro pequeño percance para añadir la anécdota graciosa a la velada.

Reservoir dará mucho que hablar. Estoy seguro. Gracias por un concierto tan especial.

Seguiremos informando.

Merci beaucoup, Pau

Escuchando: L’Aventurier (Indochine)

Indochine es una banda francesa con muchos años de carrera a la espalda. Sus últimos discos son soberbios, sus directos (al menos por lo que he visto por Internet y en algún dvd que me traje hace tiempo de tierras galas) espectaculares, y las probabilidades de verlos en España… muy remotas.

Parece mentira que las fronteras nos aíslen de esta forma de bandas enormes, ignorando músicas que tenemos a tan pocos kilómetros. No es el único caso, ahí están los lusos The Gift, práctica e injustamente desconocidos por estas tierras.

Volviendo a Indochine, acaban de editar disco (genial), y andan presentándolo en una gira por Francia, que tiene prácticamente todas las localidades vendidas. Por eso, fue toda una sorpresa que a través de un amigo consiguiese una invitación para su concierto en Pau, cortesía de los teloneros: Glow (que estuvieron por Santander hace un par de años).

El día señalado fue el pasado jueves. Excursión musical a Francia, ida y vuelta. Mereció la pena, vaya si lo hizo. Pau está cerca de la frontera, y se llega en poco más de tres horas. El concierto de los teloneros comenzaba a las 19:45, y para las siete de la tarde ya teníamos el coche aparcado frente al Palacio de los Deportes donde se celebraba el concierto.

La primera sorpresa: ya había cerca de 5000 personas haciendo cola. La segunda sorpresa: no se oía absolutamente nada, estos franceses no levantaban la voz ni lo más mínimo, y la fila estaba escrupulosamente formada, con una anchura no mayor de 3 personas. Igual que en España, vaya.

Un kebab después, conseguimos nuestras invitaciones, y a indicación del encargado de seguridad, tuvimos que dejar las cámaras en el coche. Ni grandes ni pequeñas: nada de cámaras. Bu.

El Palacio de los Deportes era un poco más pequeño que el de Santander, calculamos que había allí unas 6000 ó 7000 personas como mucho. Los teloneros comenzaron puntuales, y me gustaron más que en Santander (aquí fue en teatro, sentados, y en Pau estaban más en su salsa).

Con un poco de retraso, salieron a escena Indochine. Es inútil tratar de describir lo que fue aquello. Grabé algunos vídeos cutres con el móvil, que se pueden ver sobre estas líneas, de recuerdo. El montaje era realmente espectacular y lo iban desvelando poco a poco: un juego de luces precioso, una estética industrial muy conseguida, y cinco pantallas gigantes (tamaño cine) que envolvían el escenario, apareciendo y desapareciendo según la ocasión, y con unas proyecciones de quitar el hipo. Animaciones, pequeñas películas, vídeos grabados para la ocasión, y un hilo conductor: los dictadores, la guerra, los vencedores, los vencidos y su desolación. Grandioso.

Sumemos un sonido perfecto, unas canciones increíbles, y el lujo de verlos en su tierra, con todo el mundo entregado coreando las letras, y el resultado fue… inolvidable. Son una institución allí, y entre el público había bastantes familias. Por imaginarse un paralelismo, es como si en España Mecano o Radio Futura siguieran en activo, y publicando los mejores trabajos de su carrera. Padres e hijos compartirían gustos. Pues algo así ocurre con Indochine.

Puede que U2 les ganen en cuanto a espectáculo, pero… pocos más pueden acercarse al nivel de lo que ofrecen Indochine en directo. Definitivamente, uno de los mejores conciertos en los que he estado.

El viaje de vuelta, entre comentar la jugada, series, libros y músicas varias, se hizo muy ameno. Qué gran noche, sin duda… qué gran noche…

Seguiremos informando.

Sus cosas buenas

Escuchando: Big City Secret (Joseph Arthur)

Se puede criticar mucho la ciudad de Santander, con su mentalidad, sus lluvias, sus problemas y sus achaques. Pero.. ay, cuando después de una semana de otoño invernal aparece un día como el de ayer, es un auténtico lujo cambiar la sobremesa por un paseo en bici bordeando una de las bahías más bonitas del mundo, cargando las pilas en la playa, haciendo algunas fotos y volviendo a trabajar bien oxigenado, vitaminado y mineralizado.

Y por eso, pese a todo, nos gusta Santander. Ea.

Seguiremos informando.

PD: Lo de arriba es una panorámica construida a partir de 20 fotos. Para verla en grande, click.