El libro digital, y tal

Escuchando: Faking the books (Lali Puna)

Por todas partes se habla de él. Nos lo quieren vender como el regalo perfecto y original para estas navidades. Es el futuro. El año que viene, pasar páginas de papel en un libro será algo muy de 2009, del pasado. Ha llegado el libro digital.

Hace tiempo que los libros digitales andan merodeando el mundo de la electrónica y asustando a libreros y editores. Ahora, parece, han saltado a la primera plana de la actualidad. Pero… ¿qué es un libro electónico, exactamente? ¿cómo funcionan? ¿tienen futuro? ¿merece la pena comprar uno ya? No voy a desvelar las respuestas a todas estas preguntas porque, básicamente, no las tengo. Pero como tecnófilo reconocido, dedicaré unas líneas a expresar mi opinión sobre un cacharro que, nos guste o no, dará mucho que hablar y otro tanto que leer.

A escasos centímetros de la base de carga de mi iPod tengo un tocadiscos y un montón de vinilos. Con esto quiero dejar claro que soy una persona que intenta estar tecnológicamente a la última (o a la penúltima, que estos vicios son muy caros) pero a la vez muy apegado a algunas viejas tradiciones. Con los libros tengo la misma sensación: la versión electrónica me atrae, pero espero no perder nunca el placer de pasar páginas en un libro de papel, con su tacto y olor inconfundibles.

Y es que, dejando a un lado cuestiones lógicas y prácticas, los que hemos crecido con un libro en las manos, y escuchando música en discos de vinilo, seguiremos siempre apegados a esas costumbres, por nostalgia, por recuerdos, por fetichismo o por lo que sea. Me consta que en el caso de los libros, no soy el único que piensa así, y la panda de nostálgicos es más bien una legión.

Sin embargo, eso no puede impedir que demos la espalda totalmente al futuro, y el futuro pasa por el libro digital, como el de la música ha pasado por los reproductores portátiles, los ordenadores, y el formato MP3.

¿Qué es un libro digital? Básicamente se trata de un ordenador muy sencillo, del tamaño aproximado de un libro, con un peso similar, y dotado de una pantalla en la que podemos leer los textos que almacenemos en él. Es esta pantalla la que guarda el secreto de los libros digitales. No es una pantalla de ordenador o de móvil como las que estamos acostumbrados a utilizar. Se trata de una pantalla con tinta electrónica: una tecnología que permite reperesentar las páginas de los libros de forma similar al papel, sin causar cansancio a la vista (como ocurre tras una lectura prolongada usando una pantalla de ordenador) y con un consumo energético mínimo (la imagen queda representada de una manera fija, y sólo se requiere energía para cambiarla por otra).

Por tanto, los libros electrónicos tienen un tamaño y peso similares a los de los libros de papel, son capaces de almacenar mucha más información (al fin y al cabo, hablamos de texto, básicamente), no cansan la vista, y como consumen poca energía, su batería suele durar semanas enteras, o meses. La pantalla no tiene luz, por lo que se comporta de forma similar al papel. Podemos, además, añadir marcadores, anotaciones, aumentar el tamaño de la tipografía, etc. Suelen disponer de algún tipo de conexión inalámbrica (Wifi ó 3G, básicamente) para comprar o descargarse nuevos títulos, además de poder conectarlos al ordenador o ampliar su espacio de almacenamiento mediante tarjetas de memoria.

Suena bien, ¿no? No todo es tan bonito. Como en toda tecnología recién llegada al mercado, los primeros modelos son sencillos y tienen un precio muy elevado. Así, lo que podemos encontrar en nuestras tiendas ahora mismo son modelos con pantallas relativamente pequeñas (unas 6 pulgadas, como un libro de bolsillo), sin color (como mucho, unos pocos niveles de gris), y con unos precios que pocas veces bajan de los 250 ó 300 € (las pantallas utilizan tecnología patentada de un único fabricante, de ahí que sea complicado rebajar los costes). Además, las páginas tardan un poco en actualizarse (nada de ver vídeos o navegar por Internet con ellos) y su manejo resulta aún rudimentario, ya que las pantallas no suelen ser táctiles, y los botones poco intuitivos (salvo excepciones: Nook, el modelo que comienza a vender ahora la librería Barnes & Noble tiene una segunda pantalla, normal, a color, táctil, para ayudar con los menús y la navegación)

Es importante no olvidar que este libro digital sólo es el soporte, necesitaremos llenarlo de contenidos. Podremos llevar encima decenas o cientos de libros, pero… ¿de dónde los sacamos? La industria editorial se enfrenta al mismo problema que ha sufrido la musical: formatos, digitalización de contenidos, distribución, protecciones contra copia, piratería…

Está claro que un aparato así, sin contenidos, sin libros con los que alimentarlo no sirve para nada. Parece que el modelo que se está imponiendo (en EE.UU., que nos llevan ventaja en el tema) consiste en asociar cada modelo a una tienda electrónica. Algo parecido a lo que ocurre con un iPod y la tienda de iTunes. Aparte de eso, existen muchos libros en Internet, tanto legales como ilegales. Éstos últimos se pueden encontrar (principalmente en inglés) siguiendo los cauces habituales. Los libros legales son básicamente obras con más de 100 años que ya no tienen derechos de autos. Los clásicos, sí.

Hay que tener cuidado con los formatos de estas ediciones electrónicas. Los libros electrónicos suelen leer formatos coumnes (PDF, Word, texto plano), pero existen formatos específicos para este tipo de publicaciones (EPUB, por ejemplo), y otros asociados a modelos concretos (por ejemplo, el Kindle de Amazon usa el formato AZW). Un formato propiertario como el de Amazon nos permitirá comprar libros en su tienda, pero no leer esos libros en modelos de otras marcas, ni cargar ficheros en formato EPUB. Como siempre, ojo con atarse a un modelo y a una marca.

No olvidemos que no sólo se leen novelas o ensayos. Los libros electrónicos parecen el destino ideal de la prensa escrita. Por las mañanas nos podríamos descargar el periódico del día, y leerlo cómodamente en nuestro libro electrónico. Hace unos meses leí que a un periódico le podía resultar mas rentable regalar un lector electrónico a sus suscriptores, que tener que imprimir y enviar el diario en papel a sus casas. Si se piensa bien, tiene sentido. Las revistas podrían tener la misma oportunidad, pero en este caso las pantallas monocromáticas suponen un escollo. No me imagino mi National Geographic sin colores, por ejemplo. Y de leer cómics, ni hablemos.

Otro aspecto interesante es el de los préstamos. Algunos modelos contemplan la posibilidad de prestar un título a otro usuario de libro electrónico. Aquí el tema se puede poner bizarro, ya que hay casos en los que se imita tanto el modelo tradicional, que se llegan a situaciones absurdas: por ejemplo, prestar un título digital a un amigo, y que se borre de nuestro lector hasta que nos lo devuelva. Una forma curiosa de entender el progreso, sin duda. Más interesante resulta pensar en la futura evolución de las bibliotecas. Podríamos conseguir el préstamos de un libro sin salir de casa, y descargarlo directamente a nuestro lector electrónico. Y lo que es mejor, 15 días después el libro se «devolvería solo«, al borrarse de nuestro equipo. Además (si no hay trabas legales de por medio), las bibliotecas nunca se quedarían sin ejemplares por estar prestados. Si se suben al carro a tiempo, y lo hacen con dos dedos de frente, nuestras bibliotecas pueden ganar muchos usuarios.

Con este panorama, ¿merece la pena la inversión? Las ventajas son innegables. Aunque parece poco práctico llevar siempre encima una biblioteca de cientos de volúmenes, para un viaje llevar 3 ó 4 libros no es tan descabellado. Por otro lado, podríamos leer en inglés, por ejemplo, y tener siempre a mano un diccionario en el que consultar dudas. O llevar encima algunos manuales técnicos que nos puedan venir bien en nuestro trabajo diario. Y por supuesto,para descansar, podríamos ojear (que no hojear) la prensa diaria. Todo ello sin cansarnos la vista, y recargando la batería una vez al mes, como mucho. No está mal.

Sin embargo, también tiene sus inconvenientes. Como todo aparato recién llegado al mercado, es muy novedoso pero le queda mucho camino por recorrer. Ya existen prototipos con pantalla a color, pero no llegarán al mercado hasta finales del año próximo, y a precios (supongo) prohibitivos. Para leer algunos títulos (o el periódico) los modelos actuales pueden resultar pequeños. Las pantallas táctiles también supondrán una gran ventaja, al permitirnos anotar, subrayar, y desplazarnos por los menús de forma más sencilla. Por no hablar de que se acabrá imponiendo el gesto de «pasar página» realizado con el dedo sobre la pantalla, para avanzar en la lectura. Seguro, será un guiño al pasado. Otro inconveniente: un lector digital es un juguete tecnológico, hoy en día, caro. Habrá que cuidarlo, y será más goloso para los amigos de lo ajeno. Y no es lo mismo perder un libro de bolsillo, que un lector de 300 €. Por último, hay que analizar bien lo que ofrece el mercado, no sólo en cuanto a lectores, sino también en cuanto a títulos editados.

En España, actualmente, la oferta literaria digital es escasa y desorganizada. Las editoriales y las librerías se tienen que poner las pilas para que los ediciones digitales sean una alternativa al papel. Para ello, la distribución y los planes de precios serán vitales. Veremos a ver cómo avanza todo esto. De momento, los que peor lo pueden pasar son los pequeños libreros, que tendrán que intentar subsistir con los clientes nostálgicos, u ofrecer una venta de ediciones digitales eficaz, personalizada y asequible. Que se fijen en las tiendas de discos, y en lo que pasa cuando un negocio ignora un cambio hasta que resulta demasiado tarde.

El libro digital se va a imponer, y dentro de unos años será tan común como los lectores de MP3. Yo creo que va a ser así. Ahora. ¿conviene comprarse uno ya, y unirse a la moda? Pues depende. Si tenemos que pasar dos horas al día en transporte público, y nos interesa tener a mano siempre varios volúmenes… sí, ¿por qué no? La inversión puede ser rentable.

Si lo que sentimos por los libros electrónicos es más curiosidad que necesidad, la lógica ahora mismo dicta esperar a que estos primeros modelos básicos evolucionen. Los que compraron las primeras televisiones planas gastaron un auténtico dineral en aparatos que hoy palidecen en características frente a los actuales, con un precio 10 veces menor. Con los lectores de libros electrónicos pasará lo mismo. Ahora mismo son caros para lo que ofrecen, pero cuando se extiendan más, la tecnología avance y se conviertan en un objeto de consumo habitual, los precios bajarán y la mayoría acabaremos dando el salto.

Al fin y al cabo, con una quinta parte de lo que vale uno de estos lectores podemos comprar hoy mismo unos cuantos libros de los de siempre, en papel, y cuando los terminemos de leer ya veremos cómo anda el patio.

Seguiremos informando.

PD: El libro digital «analógico» de las fotos es Microsiervos, de Douglas Coupland, para los curiosos.

Lecturas para el fin de otro verano

Escuchando: Bookshop Casanova (The Clientele)

Este verano he estado leyendo bastante, hábito que siempre es agradable recuperar. Por eso, aprovecho que se ve allá a lo lejos el final de agosto para recomendar (al igual que hice el verano pasado) algunas lecturas que me han acompañado en los últimos meses, y otras que lo harán en las próximas semanas.

Arrugas, de Paco Roca. Premio Nacional de Cómic 2008, es una breve novela gráfica que habla de forma sencilla, pero directa y muy emotiva, del Alzheimer y de la pérdida de los recuerdos. Una lectura preciosa y muy recomendable, aunque no especialmente alegre, claro.

Botchan, de Natsume Soseki. Fue un regalo de cumpleaños, que disfruté enormemente. Todo un descubrimiento, una novela muy divertida y fresca, algo destacable en una novela publicada en Japón en 1906. Las desventuras de un joven profesor en una remota aldea nipona me acompañaron a principios de verano, cuando yo andaba precisamente de profesor preparando exámenes.

Brancaccio, una historia de la mafia cotidiana, por Giovanni Di Gregorio y Claudio Stassi. Otro regalo de cumpleaños, una breve novela gráfica, de corte duro y directo, que muestra la otra cara de la mafia, la que está alejada de las películas y los mitos y se muestra brutal e implacable en el día a día con la gente más humilde.

La caza del carnero salvaje, de Haruki Murakami. Después de leer Tokyo Blues, me apetece seguir indagando en la obra de Murakami. Esta otra historia tiene un tinte bastante más surrealista, sobre a todo a medida que avanzan las páginas. Me gustó, aunque prefiero el tono cotidiano de Tokyo Blues. Habrá que seguir leyendo más libros suyos.

La felicidad de los ogros y El hada carabina, de Daniel Pennac. El primero lo tenía desde hace años, y lo he releído para continuar así con la segunda parte de la saga. Los he disfrutado muchísimo, estoy seguro de que seguiré leyendo los siguientes volúmenes con la historia de la familia Malaussène, encabezada por el primogénito Benjamin. Si en La felicidad de los ogros trabaja como chivo expiatorio en unos grandes almacenes que se ven sacudidos por explosiones, en el segundo libro se enfrenta a ancianas guerreras, vejetes drogatas, comisarios que enseñan a robar… Un universo privado fascinante, y muy, muy divertido.

31 canciones, de Nick Hornby. Otro libro muy musical de uno de mis escritores preferidos, autor de la genial Alta Fidelidad. Ahora que este breve volumen ha salido en edición de bolsillo, es un momento ideal para hacerse con él. A lo largo de 31 capítulos habla de canciones, de todo tipo, época y género, que han significado algo en su vida. Se trata de un libro más autobiográfico que musical, las canciones terminan siendo excusas para contar anécdotas o recuerdos. Como suele ser habitual con Hornby: lectura recomendable.

Un grito de amor desde el centro del mundo, Kyoichi Katayama. Por simple curiosidad me lo llevé en una de mis visitas a una librería, aprovechando que en formato de bolsillo estaba muy baratito. «La novela japonesa más leída de todos los tiempos» fue una frase que me ayudó en la compra. Error. El libro es un tostón infumable, que a medida que avanza se va haciendo más y más empalagoso. Un folletín romántico, previsible y de recurso fácil, que hace subir el azúcar en sangre. Totalmente prescindible.

Ligeramente desenfocado, de Robert Capa. Por fin se editan en castellano las memorias que escribió el fotógrafo Robert Capa durante su trabajo en la Segunda Guerra Mundial. Divertidas, apasionantes, cínicas, históricas… sus páginas, salpicadas con abundantes imágenes, son imprescindibles para cualquier aficionado a la fotografía o a la historia. Su narración en primera persona del desembarco de Normandía, por ejemplo, es una delicia…

20 cuentos de cine, varios autores. Un regalo de la cafetería de FNAC en Bilbao, con pequeños relatos relacionados con el mundo del cine, por un montón de autores de primera fila. Ya sólo por leer algunas páginas de Cabrera Infante o Millás merece la pena. Algunos de los cuentos me han parecido demasiado densos, pero en general se disfruta mucho entre recuerdos de viejas salas y películas clásicas. Relación calidad-precio insuperable, claro.

Entre las lecturas que me reservo para los próximos días están las adquisiciones en la Feria del Libro Viejo de Santander:

Asfixia, de Chuck Palahniuk. Porque ya va siendo hora de leer algo suyo, y encontrarse este libro a muy buen precio es la mejor de las excusas.

En picado, de Nick Hornby. Uno de sus últimos libros, estoy seguro de que no me va a defraudar. Cuatro suicidas coinciden en lo alto de una torre en Nochevieja…

Equivocado sobre Japón. El viaje de un padre y su hijo, de Peter Carey. Compra totalmente impulsiva, culpa de un diseño exterior muy llamativo y un argumento especialmente atractivo: el autor viaja con su hijo de 12 años a Japón, país con el que crío está obsesionado. Guiados por un adolescente japonés, intentan descubrir el Japón real, así como adentrarse en los secretos del manga y el anime. Si además en el primer párrafo hablan de El verano de Kikujiro, para qué quiero más.

Ahí queda eso. Felices lecturas. Seguiremos informando.

Queda inaugurada esta Feria del Libro, Viejo.

Escuchando: Books from boxes (Maxïmo Park)

Esta mañana me he encontrado con la inauguración de la ya tradicional Feria veraniega del Libro Viejo en Santander. Habrá que pasarse algún día (será más de uno, me conozco) a curiosear entre sus distintas librerías. Hace un par de años, gracias a esta Feria conseguí un libro descatalogado que llevaba siglos buscando, así que tengo especial cariño a sus casetas. Veremos si hago algún nuevo hallazgo, de momento sólo he reconocido el terreno en una pasada rápida.

Seguiremos informando.

Lecturas para el fin de un verano

Escuchando: Open Book (The Rakes)

Termina agosto entre bochorno y tormentas, finaliza la temporada veraniega (aunque septiembre suela ser una guinda muy aprovechable) y las perezosas lecturas de verano se comienzan a juntar con las tardes y noches caseras de lluvia libro en mano. Llevo unas cuantas semanas leyendo mucho y comprando no menos, así que es hora de compartir algunas humildes recomendaciones…

El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon. Un libro tan ameno y entretenido que me duró apenas un día de enfermedad. Una historia de enredos detectivescos y familiares narrada en primera persona por un chico de 15 años con el Síndrome de Asperger, una particular forma de autismo. Tenía muchas ganas de leerlo, y no me ha defraudado en absoluto. Al contrario. Nada que ver con el segundo trabajo de Haddon, Un pequeño inconveniente, una novela mucho más simple y del montón.

Este mes tuvimos en Santander Feria del Libro Antiguo, e hice un par de compras en sendas visitas fugaces. La primera, uno de esos libros que tuve, presté y perdí. En hortera edición del Círculo de Lectores, como la que leí en su día, me llevé un libro de David Forrest llamado Y a mi sobrino Albert le dejo la isla que le gané a Fatty Hagan en una partida de póquer. Recuerdo que hace muchos años me pareció muy divertido el lío que se puede llegar a montar cuando alguien hereda una isla (poco más que un peñón) en medio de la nada. Veremos si me lo sigue pareciendo cuando lo relea.

La segunda compra en esa feria fue uno de esos clásicos que hace años que tengo ganas de volver a leer, porque no tengo más que un vago recuerdo de ediciones infantiles y juveniles. Las aventuras de Alicia (En el País de Las Maravillas y A través del espejo, en un único volumen) de Lewis Carroll.

No hay que olvidar tampoco que por estas fechas los quioscos se convierten en un bizarro bazar. Las colecciones que nos bombardean con todo tipo de anuncios a veces son demenciales (una pía colección de rosarios, por ejemplo, que vale en su totalidad -siempre me gusta hacer ese cálculo- unos 1200 euros) y otras veces interesantes, al menos en su promoción de lanzamiento. Una de estas colecciones aborda los geniales libros de Terry Pratchett y su universo de Mundodisco. Una delirante mezcla entre El Señor de Los Anillos con los Monty Python, ambientada en un mundo en forma de disco que reposa sobre los lomos de cuatro elefantes que viajan por el espacio a su vez sobre el caparazón de una enorme tortuga. La colección en sí es muy interesante, pero su primer número aún mas: El color de la Magia, el primer libro de la saga (aunque se puedan leer independientemente uno de otro) parece que estaba descatalogado en España (yo tengo una edición en inglés). Por tres euros, no comprarlo debería estar prohibido. Altamente recomendable. Es una lástima que la segunda entrega (dos libros por 8 euros) venga con un volumen que ya tengo (Brujerías).

Por último, ayer he estado dando una vuelta por las librerías de la ciudad, me ha vencido la curiosidad y he terminado preguntando por el nuevo trabajo del santo patrón (fue él quien escribió la novela Microsiervos y quien acuñó el término Generación X), Douglas Coupland: El ladrón de chicles. En España este autor parece maldito. Su obra está descatalogada, a excepción de JPod (que después de algunos años sigue sin salir en edición de bolsillo) por lo que me lo compré sin pensármelo mucho. Ya lo he empezado, no tiene argumento tecnológico esta vez, pero es original y engancha (aborda una relación epistolar entre dos personas muy distintas, en tiempos del correo electrónico). Debo reconocer, eso sí, que con Coupland me cuesta ser objetivo.

Disfruten de sus lecturas, yo lo haré con las mías. Seguiremos leyendo.

Diario bizantino

Escuchando: Memorize the city (The Organ)

Ayer hicimos una pausa en el caos que supone volver de viaje y encadenarlo con una boda, y nos sentamos un rato delante de la televisión. Mientras estábamos de vacaciones, mi hermana me había grabado un capítulo de un programa de Javier Sardá, Duti Fri, dedicado a Estambul; nos pusimos a verlo con idea de recordar calles, rincones y paisajes.

La idea del programa es buena (dar una visión de una ciudad buscando españoles residentes en ella) pero si todos los episodios son como el estambulita, creo que me ahorraré la tortura de ver otros capítulos. Las escenas con ese humorista llamado Carlos Latre (al que nunca he conseguido encontrar la más mínima gracia) daban vergüenza ajena. Y el mismo Sardá también, mostrando muy poco respeto por algunas tradiciones turcas (el baile de los derviches, por ejemplo, durante el que simula dormirse).

Creo que la última vez que vi a Sardá hacer algo interesante en televisión, los premios se llamaban gallifantes.

Otra visión de Estambul, más subjetiva y personal, es la que he ido apuntando en una guía Moleskine de la ciudad. Ya hace algunos viajes que he cogido la costumbre de alejarme de ordenadores y escribir un diario al viejo estilo, garabateando sobre la marcha los detalles y lugares que visito. Si alguno tiene curiosidad y consigue descifrar mi letra, lo puede leer porque ya ha pasado por el escáner.

Seguiremos informando.

PD: Fotografía, cortesía de Dordoka en el Leb-i Derya 🙂

Cólera, ratones, gatos y flatulencias

Escuchando: Mouse (Chroma Key)

Estas últimas semanas he intentado exprimir un poco mi agenda para poder dedicar ratos al vicio de la lectura. Estos son los últimos libros que he leído:

Un día de colera, de Arturo Pérez-Reverte. En su día devoraba sus libros, luego me saturó un poco, pero descubrí hace poco El pintor de batallas y me gustó bastante. Este día de cólera (su narración sobre los acontecimientos del 2 de mayo de 1808) me lo han prestado, y también me ha dejado buen sabor de boca. Vaya por delante que no soy un gran conocedor de los detalles de aquel día, pero este relato me ha parecido un acercamiento interesante. Ofrece una avalancha de datos y nombres superior al de una novela al uso, pero consigue hilar muchas pequeñas historias en un libro que se deja leer con sorprendente agilidad. Lo mejor, su manera de desmitificar la guerra, cualquier guerra, como apuntó ya con El húsar, su primera novela.

Maus, de Art Spiegelman. Una incursión en un género que había abandonado con la infancia, el cómic. Este volumen, eso sí, no es un juego de niños, todo lo contrario. El único cómic hasta la fecha con un premio Pullitzer narra las memorias de un superviviente de Auschwitz, con mucho menos azúcar y encanto que los best-sellers con pijama de rayas, pero con un recurso narrativo altamente original; así, los judíos aparecen en la historia como ratones, mientras que los nazis son dibujados como gatos. Un relato crudo, inteligente y escalofriante que más que leerse, se devora. Imprescindible.

El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Eduarzo Mendoza. Junto con Millás, es uno de mis escritores preferidos de este lado de la frontera. Creo que pocas novelas suyas me quedan por leer (Una comedia ligera, básicamente) y éste es su último libro, una incursión en la novela histórica al más puro estilo de La vida de Brian. Prefiero no dar muchos más detalles, y recomendarlo, directamente. Arranca más de una carcajada. Está dos puntos por encima de Horacio Dos, y uno por debajo de Gurb.

Este fin de semana empezaré algún libro más, que tengo algunos prestados por casa. Puede que aterrice en Mundodisco, o en la Barcelona de El juego del Ángel (a ver si se merece todo el revuelo que ha causado…)

Seguiremos leyendo.

El 23 de abril de 1616 y otras historias

Escuchando: Por qué evadirse a otros mundos aún más pequeños (Manta Ray)

23 de abril. Un día tal como hoy, en 1616, murieron Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Un día aciago para la literatura universal, y a pesar de ello se utiliza para homenajear al libro. Siempre me había llamado la atención esta casualidad en la fecha de sus muertes, y hace poco me enteré de que tenía truco. Murieron el mismo día, efectivamente, pero según calendarios distintos: en España seguíamos el gregoriano, y en Inglaterra se regían aún por el calendario juliano. Shakespeare murió un 3 de mayo, en realidad.

Anécdotas históricas aparte, hoy es el Día del Libro. Uno de los pocos «Días del ***» que me gusta celebrar.

En nuestra casa hay pocos libros. Aún. Algún día los astros se conjurarán para que podamos conseguir la estantería que llevamos meses buscando (no, no es tan sencillo), y procederé a la sección literaria de mi mudanza. Hasta entonces los libros se van amontonando en la mesita de noche según los voy leyendo o esperan su turno. Ahora mismo tengo entre manos «Un pequeño inconveniente» de Mark Haddon, escritor que saltó a la fama con «El curioso incidente del perro a medianoche»… que no he leído, pero creo que acabaré comprando de manera inminente. Siempre aprovecho estas fechas para añadir algunos tomos más a la lista de libros pendientes. Manías. Otros que tengo entre ceja y ceja: «El asombroso viaje de Pomponio Flato» (el último de Eduardo Mendoza) y «Tokyo Blues» (de Haruki Murakami, aún no he leído nada suyo pero sospecho que me va gustar…)

Hoy apaguen la televisión un rato, lean, acérquense a su librería preferida o a la Feria de turno (en Santander tendremos que esperar hasta el viernes), compren o regalen algún libro… no desperdicien la oportunidad de evadirse a otros mundos, aunque sólo sea por un rato.

Feliz Día del Libro. Seguiremos leyendo.

Cuaderno de viaje (II)

Escuchando: Open book (The Rakes)

El regreso de estos días de vacaciones ha sido, como era de esperar, duro y muy frío. Ésto último es culpa de la caldera de casa, que ha decidido jubilarse de forma unilateral. Esperemos que no se alargue mucho el proceso de sustitución por una nueva: mendigar duchas ajenas es poco práctico, y el agua fría no ayuda a empezar el día con buen humor.

Las vacaciones bien, gracias. Estos días he estado alejado del ordenador, del correo, y de esta página. Y la verdad: no lo he echado mucho en falta. Eso sí, he seguido anotando mi diario, ideas sueltas, anécdotas y recomendaciones en una Moleskine que ya nos acompañó a Irlanda. Las páginas que entonces quedaron en blanco contienen ahora unas pequeñas e informales memorias del viaje a Córdoba. Ahí quedan, para los más curiosos.

Como siempre, seguiremos informando.

[Fotografía por Dordoka.]

Pequeños placeres de la vida

Escuchando: Glory Box (Portishead)

La tarde comenzó con un buen rato de lectura; tenía el nuevo libro de Noah Gordon (La Bodega) a medias y, acompañado de la música de Portishead, comencé a pasar páginas hasta que me quedaron cien para terminarlo; tengo una pequeña manía con la última centena de hojas de un libro: suelo leerlas sin parar hasta el final del volumen. Así me ha pasado hoy, y la nueva novela de Gordon me ha dejado la impresión de contener una historia sencilla, pero contada con su habitual capacidad para enganchar al lector. No es su mejor libro, pero entretiene. Quizás tengo sobrevalorados los recuerdos de sus anteriores trabajos.

Después, ya con ella, he vuelto a recaer en el vicio de la lectura. Tras hacer un poco de caso a las tareas que procrastinamos durante la semana en casa, el sillón nos ha atraído como un centro de gravedad dominguero, y hemos compartido el espacio y las posturas con abrazos a medio cerrar para sujetar libros a medio abrir.

Yo sujetaba uno de mis regalos de Reyes, un delicioso y escueto libro sobre pequeños placeres: el olor de las manzanas, el croissant de la acera, el primer trago de cerveza, viajar en un viejo tren, una invitación por sorpresa a cenar, leer en la playa, el cine, el periódico del desayuno, llamar desde una cabina… una lectura muy agradable para una noche de domingo; uno de los capítulos, casualidades, estaba dedicado también a los domingos: «esa sensación de que nos sentiremos a gusto hasta la noche, como un estar en zapatillas mental.» El libro apenas tenía cien páginas, y tan sólo he tardado en leerlo un rato agradable, con música de Yann Tiersen sonando desde el cuarto de los juguetes.

Con el siguiente libro a leer ya preparado, la colorida cena tranquilamente disfrutada, los cacharros fregados y el sueño asomando, el centro de gravedad de la casa se ha trasladado sugerentemente a la cama. Es hora de apagar el ordenador.

Seguiremos informando.