Polacos y pirulos

Escuchando: Paranoiattack (The Faint)

Hoy no he comido en casa. Quería, pero no he podido: he tenido que formar parte -muy a mi pesar- del equipo de ingenieros de compañía para un visitante de una universidad exterior, que pululará un par de días por nuestras mesas de trabajo.

Como mi conocimiento de su idioma es aproximadamente el mismo que tiene él del castellano, la cosa ha transcurrido de manera más (las menos) o menos (las más) fluida en inglés. Siempre está bien, que si no, se oxida.

La conversación de la comida se ha ido paseando por los lugares comunes de siempre: la situación en el país vasco, los nombres en inglés de los pescados, la necesidad real de la monarquía, la inmigración…

El hombre era majo, pero eso no impedía que yo muchas veces me evadiese y acabase enfrentándome a problemas mucho más triviales, pero no menos fascinantes. Como los misterios de la nevera de los helados. Si un pirulo -sea lo que sea, y sepa a lo que sepa- vale un euro, y un pirulo cool, también… ¿alguién se comprará el pirulo normal?

Qué cosas.

Los Autos Locos

Escuchando: Voy en un coche (Christina y los Subterráneos)

El Plan B. El sábado participé como copiloto, en el I Rallye de Automóviles Clásicos de Cangas del Narcea, Asturias, en la joya que ven sobre estas líneas, un Porsche 911 Targa (ergo, descapotable), de 1972.

¿Sorprendidos? Imagino que igual que yo, cuando me lo propusieron el viernes. Un amigo que había participado ya un par de veces en este tipo de encuentros, se había quedado sin copiloto a última hora, y yo era su última esperanza. O debía de serlo, porque insistió a pesar de que ni soy aficionado al automovilismo (ni siquiera tengo carnet), ni sabía cuáles eran las tareas de un copiloto, y para rematarlo apenas podía hablar…

Pero la oferta era demasiado tentadora para rechazarla. Como digo, todo lo relacionado con los coches no me apasiona, pero hubo una época, de niño, que sí que lo hizo, influencia de mi hermano. Así que participar en una competición con coches de aquella época, y montado en uno que hizo historia, en medio de Asturias, y finalizando con noche de sábado por Oviedo, me acabó resultando una idea demasiado atractiva para dejarla pasar.

El sábado salí prontito hacia Oviedo, en el primer bus de la mañana. Al final me bajé en Gijón, donde me estaba esperando ya mi amigo con el coche (la última adquisición de su hermano, que es el forofo de este tipo de competiciones, él participaba con un Seat 124) para salir zumbando hacia Cangas del Narcea y llegar allí antes de las 11 de la mañana. Conseguirlo fue el auténtico rallye del fin de semana, el Porsche demostró la fiera que llevaba dentro desde hacía ya más de tres décadas…

Una vez en el punto de reunión de los coches, me dediqué a hacer una ronda de fotos a las joyas que había allí aparcadas. Tunning de alto standing, con gusto y elegancia (bueno, menos en algún caso, había un 600 un poco deforme…)

Yo era un total ignorante de las reglas de la competición, pero me pusieron rápidamente al día… se trataba básicamente de cumplir una serie de etapas, separadas en tramos, en un tiempo dado, exactamente. Para ello, se proporcionaba un libro de ruta con distintos puntos de paso, y las velocidades medias que había que mantener entre ellos. Con lo cual, la metodología consistía en calcular la hora exacta a la que había que pasar por esos puntos, e intentar cumplirlo a rajatabla. Cada segundo de diferencia, sumaba un punto. Un aliciente -o inconveniente- de estas pruebas es que no se corta el tráfico (en teoría, no se pasa nunca de 50Km/h). El rallye transcurrió por carreteras de monte de los alrededores, con el pueblo como punto de encuentro. Y dependiendo de la suerte, uno podía toparse con un 4×4 de frente, con un coche de domingueros, con atascos, con una vaca, con muchas vacas, con una excursión de ciclistas…. todo ello nos pasó a nosotros, por ejemplo.

Afortunadamente, dentro del coche 33 teníamos más ganas de pasarlo bien que espíritu competitivo. Y menos mal, porque de los tres relojes que llevábamos para medir kilómetros, velocidades medias, tiempos, etc… sólo funcionaba uno de ellos, y no estaba bien calibrado. Con lo cual, nos pasamos todo el rallye estimando más que calculando (y había coches que llevaban auténticas fortunas en electrónica de a bordo). Si a eso le sumamos un fallo a la hora de calcular nuestro tiempo de salida, el resultado es que nos vimos desde el principio con una buena cantidad de puntos, ya.

Por la mañana fue la etapa más complicada. Un recorrido que pasaba varias veces por el mismo punto, y que acabó haciendo que aquello pareciese un episodio de los autos locos. Coches que se equivocaban de dirección, que aparecían por donde no debían, que se juntaban, que se separaban… un divertidísimo caos.

Después de comer, las etapas fueron un poco más aburridas, pero lo compensaba el maravillos paisaje, impresionante. Además, viendo que el día había despejado definitivamente, descapotamos el coche… una gozada, habría hecho mil fotos pero eso de ser copiloto, al menos en este caso, llevaba bastante tiempo y concentración. Todo, en concreto. Lo que no impidió disfrutar de algunos momentos totalmente surrealistas. El mejor del día: llegar a un pueblecito que debía de tener como 30 habitantes… y ver que estaban todos en la calle animando a los corredores. Hacer la pasado por allí, pitando, sin capota, saludando con la mano y con toda la gente gritando fue uno de esos momentos que uno siempre recuerda más tarde, y le da un ataque de risa.

En definitiva: una experiencia divertidísima, inolvidable… genial. El fin de fiesta lo puso una cena en el pueblo, en la que se hizo la entrega de premios, y que terminó a eso de la una de la mañana. Hora en la que nosotros emprendimos el camino a Oviedo a pasar allí la noche. Llegamos a nuestro hotel a las dos y media de la madrugada, cansadísimos, lo que nos hizo dudar seriamente entre quedarnos a dormir, o intentar salir a tomar una copa por Oviedo.

Al final, venció lo cordura…

Y nos fuimos de copas, claro.

Sin duda, uno de los fines de semana más originales que he tenido en mucho tiempo.

Seguiremos sorprendiendo.

PD: Para los curiosos, quedamos en vigésima posición, de un total de 38 coches (terminaron el rallye sólo 32).

El plan A y el plan B

Escuchando: Ticket to ride (The Beatles)

Llevo unos días con la salud tocada. Nariz y garganta, básicamente. Y ayer, en lugar de tomarme un jarabe para la tos, quedé con un amigo prontito para tomar una caña. Nos liamos, nos liamos, y esa caña acabó siendo un litro y medio de cerveza, entre risas, mis esfuerzos para hablar, los suyos para oírme, y planes varios.

Entre esos planes estaba el plan A. Un plan para mañana sábado. El plan tenía muy buena pinta, era casi insuperable. Para que se hagan ustedes una idea, incluía una ruta durante todo el día por Cantabria, en descapotable, y parando para hacer fotos y pegarnos comilonas. Cualquiera dice que no a eso…

Bueno, yo lo he dicho. He aplazado al plan A (espero que no por mucho tiempo) porque hoy después de comer me llamó otro amigo para proponerme el plan B. Una idea tan original, sorprendente e inesperada, que no he podido decir que no, a pesar de que me parece un poco locura, a pesar de que apenas me queda voy, y de que lo que me conviene es quedarme en casita…

El plan B parece que también incluye un descapotable, sorpendentemente.

Me quedaría aquí explicando los detalles, pero… lo haré a la vuelta: mañana cojo un autobús a las siete de la mañana, así que cuando vuelva de tierras asturianas el domingo, les explico cómo he pasado el fin de semana. Ilustrado con fotos, claro.

Séanme buenos. No me rompan nada.

Seguiremos improvisando.

Mi cámara:Tragicomedia en tres actos

Escuchando: Trouble (Coldplay)

Acabo de superar -creo- una crisis que llevaba arrastrando desde mi vuelta de Madrid. Una crisis con mi cámara, con la grande, con mi ojito derecho. Y como parece que todo ha terminado bien, una vez relajado creo que puedo dedicar unos minutos a contar mis desventuras.

Acto I
Planteamiento: el polvo, ese gran enemigo

Pues sí, cuando uno tiene una réflex, y cambia de objetivos, es fácil que entre algo de polvo al interior de la cámara. En las digitales el problema se agrava. En el peor de los casos, acaba sobre el filtro que cubre el sensor, y aparecen manchitas en las imágenes. Que se quitan en medio segundo con el Photoshop, pero jode gastarte los cuartos en una cámara de fotos para que siempre saque las fotos con manchas.

La solución habitual, inspirada por el lobo del cuento de los tres cerditos, es simple: y soplaré y soplaré hasta que el polvo eliminaré. Y mejor que soplar, carrillos henchidos, cual vela de cumpleaños, con una perilla de aire, que siempre queda más serio. Así elimino la mayoría de motitas de polvo que me entran.

La mayoría.

Tenía dos motas rebeldes (¿motas cojoneras?) que no se iban ni a tiros, y me estaba quedando ya con la mano tonta de tanto darle a la pera. Al final, conseguí eliminar una de ellas, pero… oh, cielos: ¿qué cojones es eso? Me había aparecido la supermota en medio del sensor: un milímetro de polvo, insultantemente visible, y que no había manera de hacer desaparecer. Desastre. Nervios. Crisis.

No entraré en detalles. Si diré que entré a limpiar la cámara como un elefante en una cacharrería. La motita se fue, asustada seguramente. Pero dejé la cámara emborronada. Horrible. Pensé: que no cunda el pánico.

Lo pensé mejor: que cunda. Y cundió. Cumplí con las indicaciones de cualquier buen manual de ataques de pánico, y me puse a dar vueltas corriendo por mi habitación, gritando y agitando los brazos.

Una vez cansado de hacer el idiota, me serené y llegué a la conclusión de que tenía un serio problema. Había dejado la cámara prácticamente inutilizable.

Acto II
Nudo: en el estómago

Seamos sensatos: llevemos la cámara al servicio técnico, que por algo son profesionales. Primero, pregunto en la tienda donde la compré. El fotógrafo que anda por allí es muy majo, pero ya voy teniendo dos problemas con la cámara, y en los dos casos lo he tenido que solucionar por mi cuenta. Lo tendré en ídem. Lo único que hizo fue remitirme al servicio técnico, me dijo que mandase yo mismo la cámara a Finicon, distribuidores de Nikon en la península

Cuando escribo Finicon, ustedes pueden leer tranquilamente Sauron. Viene a ser lo mismo. La mala fama de este servicio técnico es legendaria. Me han dicho en varias tiendas que si la mando a limpiar, que me prepare para estar un mes sin cámara. Eso cuando la cojan, porque les he llamado, y el contestador me ha dicho que están de vacaciones en Agosto. Cojonudo. Genial. ¿Y ahora qué hago?

Acto III
Desenlace: con dos cojones; y un bastoncillo.

Después de investigar un poco por internet, y de pasearme por gran parte de las tiendas de fotografía de Santander, acabé comprándome esta tarde un kit de limpieza de objetivos. Por seis euros me llevé un montón de cosas, pero a mi sólo me interesaban dos: un líquido especial, y unas hojas de papel muy fino, tipo papel cebolla, pero más suave.

Con eso, y un acojone importante en el cuerpo, me dispuse a hacer un último intento, siguiendo el refranero popular: de perdidos al río; y buena sombra me cobije. Peor no lo iba a dejar. O eso esperaba.

Con el líquido conseguí quitar las manchas que había en la cámara. Pero el líquido me dejaba marcas también. Un sin dios. Al final, encontré el método, le pillé el truco, y aparentemente, conseguí dejar ese maldito y sensible rectángulo verde limpio como una patena. Y ahora que caigo, no sé que leches es una patena. Luego lo miro en el diccionario. De momento digamos que lo dejé tan limpio como algo muy limpio.

He hecho alguna foto de prueba (una hoja en blanco, desenfocando, etc) y la he pasado por Photoshop, y parece que está limpio, limpio, limpio. Crisis superada. Vuelvo a tener cámara. Y alguna cana, posiblemente.

Moraleja: niños, no intenten esto en sus casas.

Seguiremos informando.

Apuntes de una noche atípica

Escuchando: Saturday (Josh Rouse)

– Conocí el Pandemolden, y me parecía no estar en Santander.

– Escuchar El Columpio Asesino y Muse es para volverse contento.

– Un kebab con queso NO es «picar algo rápido y ligero«.

– Conocí también, y por fin, el Factory.

– El Absolut con limonada casera se está convirtiendo en un vicio.

– De haberlo sabido, hacemos una cena v-pinera multitudinaria.

– No se puede venir de Palencia a celebrar una despedida de soltera, y volverse al hotel a esas horas.

Y algunas cosas más.

Seguiremos informando.

Breve nota espacio-temporal

Escuchando: True Faith (New Order)

Y es que al final no tuve tiempo de despedirme. Pero ya estoy en Barcelona. Hace sol. Mucho. Demasiado para estar delante de este ordenador. Sean buenos.

Seguiremos informando…

PD: No tuve tiempo de recoger tu testigo, ni de ponerte otra película para que la adivines. A la vuelta….

Manzana podrida

Escuchando: Bad Apples (Guns N’Roses)

ha muerto. Tal cual. Llevaba un par de días haciéndome cosas raras, pero creía que era cosa de software, porque siempre me pasaba cuando arrancaba el programa de gestión de fotos. De todas formas, hoy ya me he mosqueado (se quedaba literalmente bloqueado, sin posibilidad de forzar la salida de las aplicaciones) y me he puesto a hacer copias de seguridad.

Tarde. No me ha dejado. Al intentarlo por red, se me bloqueaba; al intentar grabar los datos en dvd, se quedaba trabao a la mitad y me jodía los discos. La aplicación de análisis de discos del sistema operativo ha empezado a avisar: el disco duro tiene errores.

Aproveché para dejarlo descansar, hacer unos recaos por el centro y airearme… y a la vuelta ni siquiera arrancaba el MacOS. Directamente a una pantallita de consola en la que no me deja hacer nada. Maldición.

En resumen, y para no perderme en detalles: todo mi correo, un montón de documentos, cuatro gigas en música, y las fotos de febrero y marzo: todo perdido.

Y lo peor no es eso, lo peor es que no tiene solución fácil. Hace poco se me jodió el disco duro del PC portátil; compré otro, lo cambié, y listo: ahora mismo estoy escribiendo desde él. Pero el Apple… ay, no es tan sencillo. Por supuesto, está ya fuera de garantía. Y cambiar el disco duro uno mismo es tan sencillo como ésto. Buf. Me lo cargo fijo. Me parece imposible que, si consigo desmontarlo, lo vuelva a conseguir recomponer.

Así que nada. Mañana voy a ver si encuentro un disco duro externo Firewire para instalar ahi el sistema operativo, arrancar desde él, e intentar recuperar los datos del disco estropeado. Y aparte de eso, empezaré a preparar mi recaída: a mi bolsillo le viene como el culo (adios a algún que otro viaje, adios teleobjetivo…) pero me compraré otro Apple… ¿otro iBook igual que éste? No sé, sería pagar mucho por tener lo mismo. ¿un PowerBook? Sería pagar mucho más por tener algo un poco mejor. ¿Un sobremesa? Podría salir barato (Mac Mini) y con las prestaciones justitas, o más caro, pero brutalmente potente (iMac G5)… Encima, con la salida inminente de la nueva versión del sistema operativo, no es el mejor momento para precipitarse a comprar…

Ay, no sé. Lo que sí sé es que estoy de muy mala hostia.

Seguiremos informando…

Atrapado en el tiempo

Escuchando: Catch my disease (Ben Lee)

Llevaba meses temiendo este día. Pero todo llega. No se puede detener el natural curso de los días, de las meses, de las estaciones, ni los artificios para ahorrar energía.

Esta noche se cambia la hora, a las dos serán las tres. Para todos. Bueno, para mí no. A las dos serán mis dos. Y a las tres, también serán mis dos. Y a las cuatro, serán mis tres. Y a las cinc… bueno, eso, que tengo un reloj que un día en algún aeropuerto perdió el botoncito ese para cambiar la hora; parece ser que los Swatch están hechos de un bloque y no se pueden arreglar; y cada vez que lo tengo que adelantar o atrasar, requiere cierto trabajo de bricomanía.

Mañana será un buen día para intentarlo. Cuando me levante. A mi hora.

Disfruten del sábado. Hora más, hora menos.

Seguiremos informando.

Una de bancos

Escuchando: To this day (K’s Choice)

Hace poco me llegó un recibo de una cuenta en un banco que no sabía ni que tenía. Le quedaban cuatro duros, pero me habían cobrado tales comisiones, que otra de esas y me dejaban con un descubierto, así que me dispuse a cancelarla.

Así, me dirigí a la oficina en cuestión (la entidad bancaria la voy a mantener en el anonimato) con ese recibo (no tenía ni cartilla ni nada de esa cuenta, a saber…)

No sé si el empleado de la ventanilla se sorprendió al oirme decir Vengo a cancelar esta cuenta, pero lo que sí os puedo asegurar es que a mí me soprendió su repuesta: Sí, un momento, te quedan catorce euros, toma, cinco, diez…

Ahí se quedó parao, volvió a coger el dinero, y me dijo que no me lo podía dar, que la cuenta estaba inactiva (?) y que la tenía que activar, que volviese al día siguiente…

Efectivamente, volví, me dio mis 14 euros, y me fui. Me fui bastante sorprendido, cada vez más, la verdad.

¿Y por qué me soprendo? Pues muy sencillo. Porque en ninguna de las dos ocasiones me pidió ninguna clase de identificación. Mi DNI no salió en ningún momento de mi bolsillo. Sólo fui con un recibo que podría haberme encontrado en la calle, me cancelaron la cuenta, y me dieron el dinero.

Curioso esto de la seguridad bancaria, sí…

Seguiremos informando…

Tomás, payaso

Escuchando: So payaso (Extremoduro)

Esta tarde he ido a casa de mi hermano. Mantenimiento informático y esas cosas. Estaba a punto de llegar a su portal, me había quitado ya los auriculares -Dream Theater- cuando de repento oigo, alto y claro, a un energúmeno gritando como si le fuese la vida en ello:

¡¡¡¡ Tomaáaaaaaaaaaaas, cojoneeeees, coge el teléfono, que te estoy llamando, payasoooooo !!!!

Menos mal que era Tomás, y no Patxi, que si no, no habría sabido si estaba fuera o dentro de un anuncio

Qué cosas, qué gente, qué sueño…

Buenas noches…